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En la exposición Joaquín Sorolla (1863-1923) que el Museo del Prado mantendrá abierta hasta el próximo 6 de septiembre, la última de las obras del pintor allí expuestas es el jardín de su casa en Madrid (1920). Esta pintura le sirvió como fuente de inspiración o de fondo para enmarcar el último de los muchos retratos que hizo durante su vida: el de Mabel Rick de Pérez de Ayala. Poco antes del mes de junio de ese mismo año 1920, también había pintado además de ese cuadro del jardín de su casa, dos retratos de su amigo Ramón, uno por encargo de la Hispanic Society of America de Nueva York, y el otro para el propio Pérez de Ayala realizado en el jardín de la casa de Sorolla seguramente muy poco antes que el de Mabel.

El pintor no llegó a terminar el retrato de la mujer de Pérez de Ayala, que se conserva en el Museo Sorolla de Madrid: cuando lo estaba pintando sufrió un derrame cerebral que le dejó hemipléjico. Así lo cuenta su amigo, el gran escritor asturiano, en un texto de homenaje a Sorolla, tras conocer la noticia de la muerte del pintor:

"Una fina y templada mañana madrileña del mes de julio, en su jardín, Sorolla pintaba el retrato de mi mujer, observándole yo, a su lado. Éramos los tres solos, bajo una pérgola enramada. Levantóse una vez y se encaminó hacia su estudio. Subiendo los escalones, cayó. Acudimos mi mujer y yo en su ayuda, juzgando que había tropezado. Le pusimos en pie, pero no podía sostenerse. La mitad izquierda del rostro se le contenía en un gesto inmóvil, un gesto aniñado y compungido, que inspiraba dolor, piedad, ternura. Comprendimos la dramática verdad; la cuerda, extremadamente tirante, se había quebrado. (Sorolla sentía el pavor y el presentimiento de la parálisis; años antes había padecido un amago). Aun así y todo, rebelde contra la fatalidad que ya le había asido con su inexorable mano de hierro, Sorolla quiso seguir pintando. En vano procuramos disuadirle. Se obstinó, con irritación de niño mimado a quien, con pasmo suyo, contrarían. La paleta se le caía de la mano izquierda; la diestra, con el pincel más sujeto, apenas le obedecía. Dio cuatro pinceladas, largas y vacilantes, desesperadas; cuatro alaridos mudos, ya desde los umbrales de la otra vida. Inolvidables pinceladas patéticas! "No puedo", murmuró con lágrimas en los ojos. Quedó recogido en sí, como absorto en los residuos de luz de su inteligencia, casi apagada, de pronto, por un soplo absurdo e invisible, y dijo: "Qué haya un imbécil más, ¿qué importa al mundo?""

Gran amistad

Sorolla murió tres años después, el 10 de agosto de 1923 en Cercedilla (Madrid), sin que hubiera podido volver a pintar. Ayala dice que en ese último tiempo de su vida volvió a ser como un niño, "un niño amoroso y sentimental". Pérez de Ayala fue uno de los escritores amigos de Sorolla a quien dedicó elogiosos comentarios, en la línea de Juan Ramón Jiménez, y por contraste respecto a los juicios de Valle Inclán o de Pío Baroja.

En uno de sus artículos recuerda al dibujante español Urrabieta Vierge por haber sufrido un ataque de hemiplejía que inmovilizó la parte derecha de su cuerpo. "Pero como dibujaba de cejas arriba, que no con la mano derecha, continuó dibujando con la mano izquierda tan admirablemente como antes".

Similar expresión escuché de mi amigo, el pintor leridano Jaime Minguell Miret: "lo que importa es la cabeza, la mano acaba obedeciendo". Cuando Minguell estaba recuperando la capacidad de su mano izquierda para volver a pintar, tratando de superar el derrame cerebral que le dejó hemipléjico, experimentamos el dolor de su muerte.

Ramón Pérez de Ayala, que -recordemos- fue el director del Museo del Prado anterior a Pablo Picasso, comparaba a Sorolla con el también pintor norteamericano Sargent: "La pintura de Sargent guarda singular parentesco y analogía de gustos y de técnica con la de nuestro Sorolla y con la del sueco Zörn" (La Esfera, 4-XII-26). Ese paralelismo o proceso de convergencia entre ambos pintores sería apreciado en nuestros días como quedó patente en la exposición Sargent/ Sorolla que pudimos ver en el Museo Thyssen-Bornemysza (Madrid 3-X-06 a 7-I-07), sobre la cual se editó un excelente catálogo.

El último de los cuadro pintados por Sorolla que puede verse en la actual exposición antológica del Museo del Prado, acaso sea la versión final de unos sesenta que hizo sobre los jardines o detalles de jardines de su casa en la calle Martínez Campos. Se puede observar la evolución del pintor hacia unos colores más fríos, los depurados verdes y violetas de su etapa final. Este cuadro enfoca el lugar en el que estaba pintando a Mabel Rick, cuando sufrió el derrame cerebral. Una parte de ese jardín de su casa es el fondo elegido para un retrato que quedó sin terminar.

"La pintura hay que

verla como realidad"

Escribía Pérez de Ayala, comentando una exposición que sobre Sorolla organizó la Institución Cultural Española en Buenos Aires a finales de 1942: "La pintura hay que verla; y no como se ve lo que se lee, en el tiempo sucesivo, sino como se ve la realidad, por intuición directa. Se contempla y asimila en una posesión inmediata por debajo del umbral intelectual."

Pude comprobar cómo se había cumplido en mí tal aserto después de visitar la exposición en el Museo del Prado. El lienzo que más me atrajo fue el titulado "Madre", donde Sorolla proclama el amor hacia su mujer y hacia la vida poco después del nacimiento de su tercera y última hija. Esta obra -"esplendorosa sinfonía de gamas de blanco"- ha cautivado a críticos y público, tal como explica José Luis Díaz, comisario de la exposición junto a Javier Barón.

Cien mil visitantes y

ampliación de horario

Más de cien mil visitantes han contemplado ya la muestra antológica dedicada a Sorolla y que se encuentra instalada en el Museo del Prado. Esta cifra ha sido alcanzada durante las apenas cuatro semanas que la exposición lleva abierta. Se suma, además, a una cifra que supera ya el millón de personas que con anterioridad pudieran contemplar la serie "Visión de España" durante su gira por España.

La exposición de Madrid, patrocinada por Bancaja, reúne no sólo "Visión de España", sino en torno a una centenar de obras cedidas por museos y coleccionistas de todo el mundo.

Para evitar aglomeraciones en las dos salas de exposiciones temporales del Prado, la pinacoteca decidió que las visitas fueran restringidas. Para evitar problemas y en compensación, el museo optó por ampliar el horario de visitas durante los meses estivales, de tal manera que la muestra cierra sus puertas a las once de la noche.

A comienzos de octubre está previsto que de nuevo la serie de paneles costumbristas sobre la España de comienzos del XX y que pertenece a la Hispanic Society of New York vuelvan a ser expuestos en el Centro Cultural de Bancaja. Eso sí, a diferencia de la anterior ocasión, junto a ellos se colgarán otras piezas de gran valor pertenecientes a la misma colección, así como bocetos y guaches, y que han sido ahora cedidas para la muestra del Prado. Entre ellas figurará "Sol de tarde", una obra que jamás había sido expuesta en España.