A punto de cumplir los cuarenta años, Ptv-clowns ha estrenado este espectáculo en el que sigue sumando ingenio a su ya larga trayectoria en el mundo de los payasos, esos seres que surgieron en los interludios de las tragedias para ayudar a secar las lágrimas de los espectadores.

Ingenio y muy buen hacer como característica de un grupo que siempre cuida los textos y la dirección escénica. Claro que ahí está la experiencia de Eduardo Zamanillo en ambos campos. Zamanillo es un auténtico relojero, mide todo al milímetro, sin que deje en ningún momento de ofrecer un producto fresco, del día. Gracia y oficio. Y, precisamente, es Zamanillo quien se mete en la piel del incomparable Piojo. A su lado está la traviesa y bulliciosa Hula (Amparo Mayor).

El hecho es que más que nombres propios, Piojo y Hula son ya entrañables personajes, abiertos a vivir diversas aventuras, como ocurría en el cine clásico (el Gordo y el FlacoÉ). Por ello, para remarcar esto, desde hace algún tiempo, la compañía ha sustituido el tradicional Cara Blanca, por personajes no clownescos. Incluso con deliciosos títeres, como así ocurre en esta ocasión, diseñados por Sise Fabra (Los Duendes).

Ahora, aunque vuelvan de nuevo a la socorrida clase con La Seño incluida (bien Silvia Valero), lo hacen para introducirse, a su manera (los retos de los payasos), en la representación de la trágica historia shakesperiana de Píramo y Tisbe. Trágica, que en manos de estos dos apasionado de la vida (así son los mejores payasos, como niños que mientras juegan, caen, les sale todo mal, se levantan y continúan el juego).

Dos apasionados que utilizan muy bien los trucos de toda la vida (juegos de palabras, estructuras rítmicas, situaciones inesperadasÉ), pero llevados al terreno propio de un inconfundible estilo. De todos modos, digamos lo que digamos, la clave de todo siguen siendo las travesuras de Piojo y Hula, dos augustos salados, picarillos, vulnerables, tiernos, sinceros.