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Feria de Julio

Manzanares sale a hombros

Corta dos orejas y El Juli y Ponce se van de vacío ante un encierro desigual de trapío y juego

Manzanares sale a hombroseduardo ripoll

Sobre el papel, era uno de los carteles más cerrados y rematados que se puede ofrecer en la actualidad. Salvando las distancias con el de esta tarde, era el festejo estelar de la feria, con tres figuras acarteladas juntas, lo que hizo que se acabase el papel la misma mañana del festejo.

Los ingredientes del menú, en cuanto a toreros, eran de delicatessen. Sin embargo, no así en los toros a lidiar, donde el chef no acertó en el maridaje adecuado, tal como se dice ahora en términos culinarios. Era algo que, por desgracia, se intuía desde hace ya días. Y, por desgracia, las previsiones de los más escépticos o, por mejor decir, más realistas, se cumplieron con exactitud casi matemática.

Era algo más que previsible. Porque ayer lo que se anunciaba era una corrida de toreros, que no de toros. Y se notó.

Y es que, como se esperaba, los toros no estuvieron a la altura de la circunstancias. La culpa, de los taurinos, que son los que se traen a los animales debajo del brazo y que tratan de imponerlos a empresarios y autoridad.

Como sucedió ayer con el encierro propiedad de Domingo Hernández. Una corrida impropia de semejante cartel y de una plaza de la importancia de la de Valencia. Compusieron un lote de muy desigual presencia, escaso de remate, que se sólo se tapó por sus caras y cuyo comportamiento en varas fue más que deficiente.

El colorado que abrió plaza, terciado y escaso de fuerzas y raza, tuvo nobleza pero blandeó mucho y acabó quedándose corto. El segundo, también colorado, suelto y distraído, punteó los engaños y se defendió, aunque su matador le ayudó a romper algo. El tercero, abecerrado y de nulo trapío, fue fuertemente protestado por su lamentable presencia. Luego, eso sí, tuvo la virtud de la movilidad y de tratar de ir siempre adelante.

Más caja tuvo el cuarto, que se salió suelto en los dos primeros tercios, si bien luego tomó las telas con nobleza y obedeciendo los toques. El quinto, con más cara que culata, huyó del caballo como alma que lleva el diablo. Protestón y embistiendo a oleadas, no humilló nunca y no paró de defenderse. En cuanto al cierraplaza, otro astado con más puntas que cuajo, tuvo la virtud del tranco y el galope aunque, bajo de raza, se refugió en tablas.

Con todo, el público estuvo toda la tarde a favor de obra y predispuesto a aplaudirlo todo, fuera lo que fuera.

Enrique Ponce, quien volvió a elegir un hierro de escaso compromiso para su actuación en Valencia, muleteó compuesto y a media altura a su primero, en una labor algo premiosa y falta de emoción. Y llevó siempre tapado al cuarto, en un trabajo paciente sobre la derecha en el que echó mano de recursos y adornos.

El Juli hizo gala de su probada técnica ante su escaso primero, al que ayudó a embestir y se justificó con decisión, profesionalidad y amor propio ante el complicado quinto, al que robó muletazos a base de consentirle mucho.

Manzanares anduvo empacado y expresivo en el tercero, en un trasteo algo discontinuo. Y brilló al torear al sexto al natural y en los enjundiosos remates de las series. Se empecinó en matar recibiendo, y lo hizo de sendos bajonazos.

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