Hoy corresponde felicitar a Rita Barberá por su acertada decisión de fulminar la Mostra de Cine de Valencia en menos tiempo del que tarda en desaparecer una falla. Resulta más que comprensible que la razón principal esgrimida sean «los recortes», pero con esa realidad se satisface a la mayoría de los ciudadanos de Valencia por partida doble. Si tenemos en cuenta los más de treinta años de existencia, su elevado presupuesto nos sitúa en torno a los cincuenta millones de euros, euro arriba o euro abajo… o al bolsillo de alguno de los que en su día gestionaron el festival con más pena que gloria.

A lo largo de estos años ha habido de todo, pero han abundado los que descaradamente hicieron de la ciudad de Valencia y de su Mostra de cine, un especie de corralito de vanidades con el que satisfacer sus incapacidades para dirigir, por ejemplo, películas. Siempre resultaba más sencillo ¿dirigir? la Mostra y de paso, con el dinero de los valencianos, alternar por una horas con deslumbrantes estrellas, a las que aleccionaban para que dieran las gracias a las autoridades, es decir a Rita Barberá, por haberles traído a una maravillosa ciudad, cuyo nombre solían olvidar apenas se sentaban con su séquito en la primera clase del vuelo, que tras escala en Madrid, les conduciría plácidamente a Los Ángeles, mientras el grueso de la prensa nacional e internacional ignoraba que en Valencia se celebraba un festival de cine, para mayor gloria de sus directores y poco más.

A quien le interese este tema, no tiene más que buscar en las hemerotecas y sumar los largometrajes que entre todos los que fueron sus directores han realizado. Carlos Gil, que además no fue director sino subdirector con el fallecido y amigo Jorge Berlanga, es el de mayor palmarés.

El último director de La Mostra es la mejor muestra de lo que afirmo. A su antecesor, desgraciadamente fallecido, no puedo más que desearle que descanse en paz. Al antecesor del antecesor, que tuvo que salir por la puerta de atrás, también le deseo que su gestión al frente de la Ciudad de la Luz sea un verdadero éxito por el bien de toda la gente del cine y de los ciudadanos de esta comunidad, no vaya a ser que la Ciudad de la Luz tenga el mismo final que la Mostra, porque en ese caso no sería tan sencillo hacer las cuentas. Como he colaborado con él en varias ocasiones, lo conozco muy bien y sé de su tenacidad para llegar hasta el final en lo que se propone. A las pruebas me remito. Confío en que la Ciudad de la Luz no solo sobreviva a los recortes, sino que ascienda al lugar que se merece entre los grandes estudios de cine europeos.

Apenas hace unos meses, estas fallas sin ir mas lejos, el primer teniente de alcalde, Alfonso Grau, ante mis críticas a la Mostra, me aseguró que todo iba a cambiar. Le dije que era uno de mis mayores deseos, pero que a la Mostra había que aniquilarla para que un día volviera, renaciendo de las cenizas de las fallas, nunca de las suyas propias.

Todo lo ocurrido explica mi satisfacción por su desaparición y mi gratitud a la alcaldesa por quitarse de encima el muermo inútil de un festival de cine que a pesar de los años ha pasado inadvertido para casi todo el mundo. Y a Salomón Castiel, ex director del festival de Málaga y de la Mostra de Valencia, a la que según él, dedicaba sus ratos libres, desearle que vuelva a encontrar el camino del triunfo festivalero, como hizo en Málaga y que se deje de chapuzas como la que ha hecho en Valencia.

La Mostra ha desaparecido como debe ser, calcinada, entre llamas, mientras los falleros aplaudimos el derrumbe definitivo, esa espina dorsal de la falla que todos los años se resiste a caer, pero al final es pasto de las llamas, como debe ser…¡La Mostra ha muerto! ¡Senyor pirotècnic: pot començar la mascletá!