La muerte de la Mostra era un asesinato anunciado, una muerte lenta, programada y muy cinematográfica. Su argumento gira en torno a la historia del marido/mujer despechado/a que va suministrando cianuro a su pareja durante veinte años, porque ya no hay nada que les una salvo el dinero, hasta que la ve caer sin dejar rastro. Sólo que esa muerte ha venido demorándose mas tiempo del previsto y ha costado por encima de los 40 millones.

Justificar el final del festival en la crisis es el argumento sibilino del presunto asesino en su declaración ante el jurado: una falacia. La Mostra murió el mismo día que cambió el signo político en el Ayuntamiento de Valencia, el mismo día que la entonces y actual alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, junto a su coalición de gobierno formada con Unión Valenciana, decidió quitarse de encima "la caspa" que para ellos había significado el certamen hasta su llegada al cap i casal para darle el "glamour" de la Pantoja, las películas de romanos y el cine gore.

La Mostra sólo les servía como excusa para hacerse la foto de rigor con la estrella de turno el día de la inauguración, a golpe de talonario, eso sí,-llegaban, paseaban, se fotografiaban en la alcaldía, cobraban y se iban- pagar canapés a quienes jamás habían acudido a una sesión del festival y satisfacer favores políticos al frente de su dirección y en otros puestos. Nada más, ni nada menos. Y eso sí, sin saber en ningún momento ni interesarles lo que tenían entre manos.

La Mostra murió hace dos décadas. Desde entonces ha sido pura fachada. Quienes han sido testigos de su Historia bien lo saben.

Hasta aquel día, la Mostra había tenido su sentido, acertado o no, pero lo tenía. Formaba parte de un proyecto global que aspiraba a convertir a Valencia en un punto de encuentro del Mediterráneo. Un plan del ex alcalde Ricard Pérez Casado e Izquierda Socialista. Y para ello se pensó en un festival de cine y un mercado cinematográfico que acercara y abriera fronteras a países sin condiciones de exhibición y distribución; una universidad del Mediterráneo que quedó en simple proyecto; un Trobada de Música que con el cambio de signo terminó convertida en una gala de variedades y humor, y un foro de debate sobre la realidad de los países ribereños. La mitad de la iniciativa murió por las luchas internas.

Pero durante los años que funcionó así mantuvo su sentido, desde la modestia y sin mayores obsesiones ni pretensiones. Y con profesionales que creían, al menos, en una idea. Había encontrado su hueco y el reconocimiento entre los festivales gracias a su sencilla especialidad: el Mediterráneo.

Eran los años de Angelopoulos, Chabrol, Montand, De Santis, Lino Ventura, Giuletta Masina, Gassman, Sordi, Kusturica, Mastroianni, Almodóvar, Grlic, Fernan Gómez, Boughedir, Berlanga...

Sólo que esta Comunitat siempre ha estado acostumbrada a borrar memoria y desmontar iniciativas heredadas. Así hasta hoy. La Mostra es el mejor ejemplo de la ausencia de modelo cultural municipal. Si hubiera interesado el cine de verdad o contar con un festival habría sido más sencillo fusionar la Mostra con Cinema Jove y crear un nuevo proyecto sólido y coherente, pero eso significaba perder poder y el protagonismo que da una imagen al lado de una estrella del celuloide. ¿Quién iba a quedarse entonces con la foto?

El último cambio entre los cambios de modelo, fechas, ideas, gestores para reconvertir una vez más la Mostra aunque ahora en un batiburrillo de exposiciones y mercados de cómic, ciclos de apenas películas e inconexos, debates insípidos, conciertos, pases de modelos, homenajes y meter el cine de acción con calzador... fue sólo la puntilla de la incoherencia de cuatro lustros. Ni interesaba a la industria ni al espectador.

Así que los juzgue el tiempo y la memoria. Pero en esta película no hay inocentes.