"Lo defectuoso de mi país es lo oficial, no el pueblo", decía Joaquín Sorolla en una entrevista de 1913. Al margen de la actualidad del aserto un siglo después, la frase ilustra la actitud del pintor valenciano ante el sentimiento trágico que arrasó en el arte español tras la debacle colonial de 1898. Esa dualidad entre la España negra y blanca -primera muestra de un fenómeno de la mayor parte del siglo XX: la España roja y azul, la de los vencedores y los vencido- es el eje del último estudio de la Institución Sorolla de Investigación (Zuloaga y Sorolla, artistas en una edad de plata), realizado por el profesor Facundo Tomás y que, como es habitual, se apoya en una minimuestra en la pequeña sala dedicada al artista valenciano en el Centre del Carme. Los cuadros escogidos, por la similitud de motivos y tamaño, son Mi mujer y mis hijas en el jardín (Sorolla, 1910; propiedad de la Fundación Masaveu) y Mis primas (Ignacio Zuloaga, 1903, del MNAC de Barcelona).

No hace falta extenderse: Sorolla representa la España blanca, el estallido de color en la pintura ("es un bulo la España inquisitorial", afirmaba en la citada entrevista), mientras el hijo de armeros vascos es "lo austero y grave, lo católico de España", en definición de Miguel de Unamuno. En la concepción del ensayista del 98, el cristianismo auténtico era trágico y oscuro, al tiempo que el mediterráneo y festivo era "pagano". Tomás cuestionó ayer esta idea y afirmó que el catolicismo que propugnaba Unamuno era más bien "protestantista".

En términos artísticos, lo relevante es que no es casual que Zuloaga pintara al escritor de Niebla y a Valle-Inclán. Como tampoco lo es que Sorolla retratara a Blasco Ibáñez. "Somos iguales, iguales", dijo el pintor valenciano sobre ambos (así lo anotó Archer Huntington en su diario), aunque al pudoroso, enamorado y familiar Sorolla no le gustara la vida mujeriega del novelista.

Y así, en el terreno ideológico, finiquitado el sueño del imperio tras la pérdida de Cuba, Sorolla y Blasco defienden un concepto "progresista" de España como unión idealista y cultural de las repúblicas donde se habla español. Zuloaga y los de la Generación del 98 piensan en un recogimiento hacia el interior.

No obstante, Sorolla y Zuloaga -dos miembros de la "Trinidad" de la pintura española de entonces, según Pérez de Ayala; el otro era Anglada Camarasa) nunca entraron en disputa y prácticamente ni se trataron epistolarmente.

La traslación pictórica de la teoría es Mi mujer y mis hijas en el jardín, "una explosión de colores" en la que los rasgos de las mujeres de Sorolla se difuminan hasta hacerlas casi irreconocibles. Una pintura predecesora de La siesta e influida por Matisse y el fauvismo, y que no se exponía en Valencia desde la inauguración del IVAM (1990). Mis primas, donde las mujeres parece que se escapan, como escribió un crítico, nunca había pasado por la ciudad, y en ella sobresalen los tonos oscuros del heredero del tetrismo del Greco y Ribera, del artista que quería pintar a puñetazos, que creía en el dibujo por encima de todas las cosas y en "pintar para sí, nunca para los demás".