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EL NIÑO DE LA ANTIGUA

El destino de un torero aparece determinado por la etapa vitalista que rodea su alternativa. En este intervalo se impone necesariamente el éxito, porque son muy escasos los coletudos que trascienden definitivamente sin triunfar en los inicios del encuentro con el toro.

Se trata de un momento crítico. No en balde, ese espacio proyecta el corazón del artista hacia el futuro y le da fuerza suficiente para asumir la hermosa lucha del rito sacrificial de la lidia.

En las Corridas Generales de Bilbao del año 2005 viví la alternativa de Iván Fandiño, cuando en la ejecución del preceptivo aurresku, el respetable guardaba impresionante silencio con las cuadrillas en formación y preparadas para el despejo.

No fue favorable la tarde, ni las primeras temporadas que siguieron al evento. Pero el de Orduña se rebeló en admirable lucha contra el propio cuerpo y la adversidad consiguiendo algo excepcional: mantener su tiempo vitalista a base de toreo-voluntad en el valiente terreno del independentismo.

El esfuerzo de Fandiño

El esfuerzo ha dado frutos, porque sin entrar a valorar su cinemática torera, el bravo espada ya se ha ganado el respeto de los públicos. Y la estadística de la última temporada resulta acreditativa de lo anteriormente sostenido: sesenta y tres orejas y un rabo en cuarenta y corridas, desorejando enemigos en Valencia, Madrid, Pamplona, Bayona, Bilbao, Dax, Salamanca y Logroño entre otras plazas. Precediendo una campaña americana de once salidas a hombros.

Hoy hará el paseíllo en el coso de Russafa este coletudo del norte que, en tiempo no muy lejano, vivió un largo sueño de alamares en la Escuela Taurina de Valencia con el nombre de «El Niño de la Antigua».

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