Josep Lluís Sirera murió ayer con el tercer acto a medias. Rodolf, su inseparable hermano „en lo personal y lo profesional„, recordaba que tenían a punto la última parte de una trilogía dedicada a la Segunda Guerra Mundial. «Será como si la acabamos juntos», decía a este diario. Manuel Molins apuntaba otro camino inconcluso: «La última vez que hablé con él me dijo que estaba recopilando material para elaborar un volumen sobre historia de la crítica teatral».

Una hidrocefalia segó prematuramente la vida y los proyectos de este hombre de 61 años que dedicó su vida al teatro pero no como una causa abstracta: impulsó una nueva escena en valenciano durante los setenta „con Rodolf y el propio Molins„ y luego dedicó su vida académica a la investigación teatral, aunque nunca dejó de escribir. Quedan como legado títulos como Homenatge a Florentí Montfort, El brunzir de les avelles, El capvespre del tròpic „ escritas junto a Rodolf„ y una amplísima bibliografía dedicada al estudio de lo que constituyó el centro de su vida. «Era una persona de teatro total», condensaba ayer Rodolf Sirera. «Uno de nuestros compromisos fue establecer un relevo entre generaciones para el teatro valenciano y en valenciano», abundaba su hermano.

Su currículum dentro de la Universitat de València muestra a una de las figuras prominentes en la institución. Catedrático del Departamento de Filología Española de la Universitat de València, había ocupado los puestos de vicedecano y decano en la Facultad de Filología; fue director del Departamento de Filología Español y el Servicio de Bibliotecas y Documentación; y finalmente vicerrector de Cultura entre 2010 y 2011. Su corto periodo en ese puesto se debió precisamente a las tensiones nacidas en el rectorado a raíz de su línea crítica con el gobierno: él programó en La Nau la obra Zero Responsables y abrió las puertas de la sede universitaria a la exposición Fragments.

Con un marcado compromiso político, en su última etapa estuvo vinculado al PSPV. «Era un académico muy ligado a la sociedad, no de los que se quedan de puertas hacia adentro», comentaba Joan Oleza, catedrático y compañero de Sirera desde sus inicios en la universidad. Queda su faceta como crítico „que mostró en este mismo periódico„, que para su compañero Manolo Molins es su gran herencia: «Uno de los problemas en Valencia era la falta de crítica no amiguista y eso él lo tenía muy claro. Siempre reflejó la realidad; y estaba preocupado por las nuevas generaciones».