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Crítica de música

Diosa Mariella

Arias de Rossini, Donizetti, Bellini y Verdi

palau de les arts

Concierto de Mariella Devia (soprano). Orquestra de la Comunitat Valenciana. Director: Roberto Abbado. ­Lu­gar: Palau de les Arts (Auditori). Entrada: Alrededor de 1.200 personas. Fecha: Sábado, 2 junio 2018.

Hay artistas -pocos- a los que basta su presencia en escena y el prestigio labrado durante décadas de carrera para que ya de entrada, antes de hacer nada, tengan asegurado el éxito. Es el caso de la soprano Mariella Devia (1948), que al irrumpir en el escenario del Auditori del Palau de les Arts y cuando aún no había emitido ni una sola nota escuchó ya una cálida ovación de bienvenida que para sí quisieran muchas sopranos de hoy para coronar sus conciertos de mil y un trabajados gorgoritos.

Como Alfredo Kraus, como Victoria de los Ángeles, Pilar Lorengar o Fischer-Dieskau y muy pocos más, Mariella Devia forma parte de otra galaxia de cantantes, de una generación hoy prácticamente extinguida, de artistas que anteponían ante todo el respeto fervoroso a la música, a la obra de arte. Que la Devia cante a sus 70 años como lo hizo el sábado no es un milagro. Es un prodigio labrado con una técnica incomparable y cuidada, unas facultades naturales excepcionales, un respeto a la partitura y, sobre todo, con una manera de ser, de transmitir y de comunicar que se palpa en el más mínimo detalle. Una manera de ser que no es pose, sino madera de artista. El modo de cruzar las manos, de aplaudir a los profesores, de moverse por el escenario, de responder al fervor del público, de ofrecer su mano al maestro para que se la bese€ Delicadeza en armonía con una forma de cantar, de frasear, de recrear en tres minutos la naturaleza de cada personaje, que forma parte de la mejor leyenda del canto.

No toca aquí -sería tan ridículo como estúpido- poner peros o sacar algún fallo o contratiempo a una reina del belcanto como ella. La diosa Mariella está más allá del bien y del mal. En València, en este concierto que suena a despedida, cantó -como siempre- como los dioses. Volvió a ser la enamorada Amenaide del Tancredi rossiniano, Anna Bolena y Lucrezia Borgia. Recreó a estas otras reinas con ese estilo, esa personalidad y naturalidad que tanto han marcado su canto y su carrera ejemplar. Con esa manera de decir que no precisa regodearse ni lucir su inmenso virtuosismo para fascinar y conmover. Cerró la primera parte con una «Casta diva» de Norma cuya melodía -deslices aparte- se quedaba flotando en el aire, como independizándose del propio personaje para tomar vida propia. Fue, claro, el delirio de un público en el que abundaban los devotos de la diosa belcantista.

Verdi llegó en la segunda parte, representado por el aria «Oh madre, dal cielo soccorri», que canta Giselda en el cierre del segundo acto de I Lombardi alla prima crociata, y, como colofón del concierto, la popular canción en forma de bolero «Mercè, dilette amiche» del acto V de I vespri siciliani. El sentido popular, el detalle en cada palabra, en cada silaba, las agilidades belcantistas de este Verdi que juega con el pasado, supusieron la apoteosis de un recital todo él apoteósico, culminado, como era previsible, con el vals de la bohemia Musetta. El delirio. Claro.

La diosa Mariella tuvo la fortuna de contar con el acompañamiento maestro de un Roberto Abbado que transita por estos ámbitos como pez en el agua; con una sabiduría y experiencia ciertamente excepcional, por mucho que en algunos pasajes -oberturas de Semiramide y Norma-pisara el acelerador y no contuviera unos fortísimos que fueron más straussianos que rossinianos o bellinianos. Contó con una orquesta que, salvo el tremendo cuarteto de trompas de Semiramide, sonó a gloria, con momentos tan sobresalientes como el solo de flauta (Magdalena Martínez) de Norma y el de violonchelo de I Masnadieri, donde el vuelto a casa Guiorgui Anichenko dejó buena constancia de su categoría solista y escuchó una ovación casi casi como las dispensadas a la diosa. Ni siquiera la imperdonable ausencia de subtítulos o de textos en el programa de mano pudo emborronar tan inolvidable concierto.

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