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Magistral hondura

Recital de Arcadi Volodos

palau de la música

Pro­gra­ma: Obras de Schubert, Rajmáninov y Scriabin. Lu­gar: Valencia, Palau de la Música. ­­Entrada: 1.400 espectadores. Fecha: Sábado, 10 noviembre 2018.

Tras la cancelación de la gira mundial de Murray Perahia, el pianista Arcadi Volodos (San Petersburgo, 1972) ha sido el encargado el pasado sábado de realizar el único recital de piano incluido en la temporada de abono de otoño del Palau de la Música de València. En una excelente entrevista de Carla Melchor publicada recientemente en Levante-EMV, el pianista ruso sostiene que «la técnica no existe en el piano». Pero nadie sin la técnica de este portento de la música podría hacer sonar el instrumento como él lo ha hecho en este recital de magistral hondura que queda como uno de los más fascinantes e intensos escuchados en la Sala Iturbi.

Su magisterio se disfrutó desde los primeros compases de la juvenil e incompleta Sonata D 157 en Mi mayor de Schubert, en cuyo primer y tercer movimientos Volodos mostró claridad de articulación y pulcritud sonora, mientras que el segundo -donde el compositor anticipa la hondura expresiva de los movimientos lentos de sus últimas sonatas- sonó lírico, profundo y con un registro dinámico amplio, casi orquestal. Admirable también el inicio del primero de los Seis momentos musicales D 780, con un sonido que parecía llegar de un lugar indefinido, lejano, y no del Steinway gran cola -fantásticamente preparado por Javier Clemente- ubicado en el centro de un escenario mínimamente iluminado. La belleza de la línea del segundo número -¡qué control del pedal derecho!- contrastaba con el carácter danzante del popular tercero, tocado a un tempo inusualmente lento. Volodos potenció este mismo juego de contrastes en el cuarto momento musical, mientras que en el quinto retomó una sonoridad casi sinfónica, que fue preludio y marco del último, tocado con sublime delicadeza, de nuevo haciendo magia con el tempo, que estiró «a lo Sokolov» con enorme economía de gestos.

El popular Preludio en do sostenido menor de Rajmáninov abrió la segunda parte del recital sin una sola concesión a la galería. En los preludios que siguieron afloró de nuevo un lirismo de altos vuelos realzado por uno de los sonidos más bellos del pianismo contemporáneo, que se extendía desde el pianísimo más delicado hasta el fortísimo más poderoso. Sin aspavientos, y con un discurso hondo y decididamente libre.

Afirma Volodos en la entrevista citada que «no hay ninguna conexión entre el pianista que fui de joven y el que soy ahora». Sin embargo, el artista mantiene ese característico y perfecto dominio técnico, absolutamente exento de limitaciones, que le sirve para exponer un discurso musical lleno de matices e ideas. Su propio arreglo de la Romanza, opus 21 número 7 oculta pinceladas de compleja dificultad técnica, pero siempre expuestas de forma discreta, sin más objetivo que trasladar al oyente la belleza extrema de la página. Tras subrayar el perfume español de la Serenata opus 3 número 5, cerró la serie de piezas de Rajmáninov con el Étude-Tableaux en do menor, opus 33 número 3, delicado hasta el extremo de un pianísimo que rozaba el silencio.

Culminó el recital con pequeñas páginas de Scriabin: desde la aún chopiniana Mazurca, opus 25 número 3, a la decadente Caresse dansée o a la casi expresionista Enigme. Como punto culminante, la obra maestra Vers la flamme, en cuyo ostinato en forma de acordes, trinos y trémolos continuos Volodos mostró de nuevo su superdotado virtuosismo, jamás gratuito y que él pone absolutamente al servicio de la música. Asombroso el control del pedal derecho. Como colofón fuera de programa, cuatro bises: el delicioso Minuet y Trío D 600/610 de Schubert, la música pura de Jeunes filles au jardin de su amado Federico Mompou, la sutileza y plenitud del último de los Intermezzi opus 118 de Brahms y una última miniatura de Scriabin, su Preludio opus 2 número 2. Como contrapunto a tal derroche de excelencia y sensibilidad, un sector minoritario -pero siempre excesivo- de público, empeñado en romper la magia y la concentración del resto: teléfonos móviles -ya no sólo suenan: su repertorio creciente incluye vibraciones recurrentes y molestos destellos luminosos-, toses ruidosas y nada discretos abandonos de la sala en medio del recital.

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