El Institut Valencià d'Art Modern (IVAM) reivindica la figura de Julio González con una extensa exposición de más de 200 obras: «Materia, espacio y tiempo. Julio González y las vanguardias».

El director del museo, José Miguel G. Cortés, presentó ayer la muestra acompañado por los comisarios Sergio Rubira, Josep Salvador e Irene Bonilla, quien destacó que esta exposición «sitúa a Julio González como un artista fundamental que incorporó los lenguajes de las vanguardias de su época y, al mismo tiempo, fue capaz de crear un estilo propio». Rubira añadió al respecto que Julio González «era capaz de representar las vanguardias y el horror del sufrimiento», señaló el comisario en referencia a esculturas icónicas del artista catalán como Mujer ante el espejo y La Montserrat, ambas cara a cara en el IVAM.

La muestra reúne pinturas, dibujos, esculturas y orfebrería de González, junto con una selección de obras de otros autores coetáneos representados en la colección del IVAM, como Pablo Picasso, Manolo Hugué, Joan Miró, Kurt Switters, Sophie Taeuber-Arp, Pablo Gargallo, Jean Arp, Constantin Brancusi, Luis Fernández, Joaquín Torres-García, Alexander Calder, Jean Hélion, Jacques Lipchitz o David Smith, junto con un amplio despliegue documental procedente del archivo del artista y de los fondos de la biblioteca del museo.

La muestra, que sigue un orden cronológico, comienza en la Barcelona de 1900 donde nació Julio González para continuar en París recogiendo los primeros relieves del artista y su capacidad de manejar la soldadura de hierro para aligerar la esculturas. «David Smith definió a Julio González como el primer maestro de la escultura del hierro», dijo Rubira.

La exposición sigue con obras del período de formación de los hermanos Joan y Julio González y el aprendizaje en el taller de forja de su padre. Esta sala evidencia las relaciones de su primer estilo con las propuestas modernistas.

En la segunda sala el IVAM se acerca al París de principios de siglo y sus sueños de modernidad, al tiempo que pone en relación la obra de González con los artistas de vanguardia. Subraya también la importancia de algunas de sus innovaciones técnicas, como la aplicación de la soldadura autógena a la escultura, que le convirtió en un referente para artistas como el estadounidense David Smith.

En las salas centrales el IVAM descubre la década de evolución e investigación en el campo de la escultura (1928-1937) de González, un período que lo convirtió en el pionero de la creación en hierro. Es precisamente en estos años cuando París recupera su posición estratégica en el cruce de las distintas tendencias vanguardistas. Atraídos por las escuelas de arte, por su vida cultural y huyendo del auge de los totalitarismos, muchos artistas se establecen progresivamente en la capital francesa.

En la década de los años 20 se produjo la irrupción de la obra escultórica de González en la escena internacional con unos relieves que van ganando en profundidad y plasticidad hasta lograr una pureza de líneas que realza el poder de las planchas. Es en este periodo cuando Picasso solicitó la colaboración de González para una serie de pequeñas construcciones que requerían la técnica de la soldadura.

Dos de estas propuestas tridimensionales hechas en alambre y basadas en el concepto de la línea, la geometría y la transparencia fueron presentadas por Picasso para el encargo del monumento a Apollinaire que había recibido. Esta colaboración tuvo efectos beneficiosos para ambos artistas, pero para González supuso la dedicación exclusiva a la escultura. Con un gran dominio profundizó en la materia para conseguir una construcción en planos, líneas y formas que se complementan, entrecruzan o rivalizan. Durante estos años González encontró su lenguaje en el trabajo del hierro forjado y recortado que somete al impulso creativo de la soldadura autógena, desarrollando el potencial expresivo y narrativo del vacío. La masa ya no ocupa el espacio sino que se combina con él y lo incorpora en su esencia. Esta vuelta al hierro que cerró la etapa anterior de los cobres repujados supuso la consolidación de su estilo particular de búsqueda de la profundidad y la pluralidad de la obra tridimensional.

Materia y espacio

Ya en los años treinta realizará lo más sobresaliente de su trayectoria artística, las obras que lo han colocado en una de las cimas del arte del siglo XX y han definido su estilo con la idea de «dibujar en el espacio». Las obras de este momento responden al empeño del artista de dejar un legado plástico que parten de una época, un lugar y unas circunstancias concretas, para proyectarse hacia el futuro y el pasado. Sus cabezas, sus esbozos femeninos, sus máscaras, su búsqueda de la unión de la materia y espacio mantienen ese equilibrio entre la abstracción y la figuración. Con ello logra transmitir la emoción contenida propia de la naturaleza humana en su manifestación más noble y sensible.

La última sala pone el foco de atención en el año 1937 cuando González participa en dos manifestaciones fundamentales para entender y descifrar los conflictos y contradicciones vividos en los círculos artísticos. Por un lado, denuncia el drama de la guerra con su Montserrat, que presentó en el pabellón republicano español de la Exposición Universal de París y que encarnaba el sufrimiento del pueblo provocado por los totalitarismos. Ese mismo año otra escultura suya, la Mujer ante el espejo, se convirtió en una de las obras más admiradas por su complejidad constructiva y sus valores poéticos en la muestra dedicada al arte independiente que tuvo lugar en el Jeu de Paume parisino.