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Pablo Aguado, oda al toreo eterno

El diestro hispalense desata clamores en el coso del Baratillo, corta cuatro orejas y abre su primera Puerta del Príncipe

Pablo Aguado, oda al toreo eterno

De repente, la brisa del Guadalquivir que, suave y cadenciosa, recorre los tendidos de la Maestranza y trae aromas de romero y azahar. Después de la tormenta peruana, un remanso de paz y tranquilidad. La majestuosidad ingrávida que aletea en los vuelos del capote y la muleta de un torero clásico, con el sello diferente de lo nuevo y el sabor clásico de lo viejo, en una sorprendente conjunción de menta y canela. Una épica susurrada a media voz en tiempos de griterío y emociones tan estereotipadas como superficiales que, como vienen, se van sin apenas dejar huella. Una oda al toreo eterno que en apenas una docena de muletazos -dodecasílabo perfecto- te devuelven la fe en un arte que parecía olvidado en la remota noche de los tiempos.

Pablo Aguado fue el suceso de la tarde, de la feria y -probablemente- de la temporada. Una bocanada de aire fresco que se dejó sentir en el quite por cadenciosas chicuelinas al toro de Roca Rey. Tres lances con garbo, torería, y una media verónica como prólogo a una faena de un comprensible aunque complejo juego de fuerzas con el que consiguió sublimar el toreo.

El conjunto de la obra del sevillano estuvo entretejido por líneas sutiles que se deslizaban sobre el albero del Baratillo movidas con ritmo, elegancia y naturalidad, sin aparente esfuerzo, como el reflejo de un reino celestial más allá de nuestro alcance. Tan diáfano, tan flexible y gracioso que nos olvidamos del peso que debe soportar el artista para llevarlo a cabo. Luminosidad y transparencia al servicio de un solo fin: engendrar belleza de la manera más emotiva y veraz. Un esquema armónico cuyas proporciones exactas provoca emociones intensas en los espectadores, sin tener que recurrir a los artificios de los heterodoxos ni a la fría solemnidad de los toreros más adustos.

El concepto sevillano

Un método que debe mucho a maestros de probada sevillanía como Pepe Luis Vázquez o Curro Romero, cuyos logros y propósitos fueron actualizados anteayer por el joven coletudo hispalense. La muleta plana y las distancias justas. Vertical la figura, dándole el medio pecho al toro y llevando el muletazo hasta donde le llegaba el brazo. Ese ligero e imperceptible toque de muñeca para ligar los pases y torear de cadera a cadera. El toreo a compás, en definitiva.

Hasta los detalles -molinetes, trincherillas, cambios de mano, pases del desdén, kikirikis- quedaron engarzados como por el mejor orfebre sevillano. La estocada, cobrada a ley, colofón a una obra que ha pasado a los anales de la historia y que puede marcar el devenir de la temporada si Aguado es capaz de repetirla en las dos tardes que tiene apalabradas con la empresa de Madrid: el próximos sábado 18 de mayo está acartelado junto a Ginés Marín y Luis David Adame frente a los ejemplares salmantinos de Montalvo y, el domingo 16 de junio en la Corrida de la Prensa, el sevillano estoquea la divisa jerezana de Santiago Domecq, que debuta en San Isidro, junto a David Fandila, «El Fandi», y Alberto López Simón.

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