La doble personalidad siempre ha ocupado grandes espacios en el mundo de la creación artística. Siempre me vienen a la cabeza algunas películas de Alfred Hitchcock y la novela de Stevenson El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde. Hay una socorrida reflexión que en forma de pregunta suele hacerse para intentar explicar el asunto: ¿puede alguien ser un canalla, o algo parecido, en su vida personal y a la vez ser un artista grande? El gran, infructuoso debate que no se acaba nunca. Hay ejemplos que sirven perfectamente para abonar las controversias. Miren algunos: Martin Heidegger y Ernst Jünger. Son enormes intelectuales y nazis hasta las cachas. Más ejemplos: Ezra Pound y Louis-Ferdinand Céline. Escritores de dimensiones estratosféricas, rematado fascista el poeta de los Cantos y nazi colaboracionista en Francia el autor de Viaje al final de la noche. Precisamente, en el Levante-EMV del pasado viernes, escribía Miguel Ángel Villena un excelente artículo sobre esto mismo. Y añadía otros nombres: Peter Handke, Camilo José Cela, Roman Polanski€

Para nada me creo eso de la «esquizofrenia» del artista. Hace unos días, un escritor famoso, que acaba de ganar un premio de mucha pasta, decía en una entrevista que él era uno cuando escribe novelas y otro diferente cuando ejerce de ciudadano. No entiendo cómo se consigue eso. De verdad que no lo entiendo, a no ser que te tumbes en el diván del psicoanalista y te trocee el cerebro como una resonancia magnética. Por mucho que lo intente, no consigo quitarme de la vista a Jünger y Heidegger vestidos gallardamente con el uniforme nazi. O de los oídos las arengas fascistas de Pound en la radio italiana. O la maldad de Céline aportando su cuota colaboracionista al exterminio en los campos nazis. Y siguen las preguntas: ¿por qué no leer a esos canallas si lo que escriben es muy bueno? Y mi respuesta: si hay buena gente que, además, escribe como dios, ¿por qué voy a leer a los canallas?

Los nombres que les acabo de anotar son de gente muy importante en la ideología más reaccionaria. Pero hay otros nombres que no llegaron tan lejos en sus desmanes, aunque claramente apuesten por una escritura decente y una jeta reaccionaria que te llena de espanto. ¿Es buen escritor Mario Vargas Llosa? Pues sí. Pero no consigo despistarme de su militancia ciega en el neoliberalismo político y económico más incendiarios. Además de que en los últimos tiempos -por esa cosa tan respetable del amor- me lo veo más próximo a «Sálvame de Luxe» que al mundo medio secreto y nada lujoso de la literatura. Pero fíjense qué cosa tan extraña: si un escritor es de izquierdas, como García Márquez o Cortázar, la calidad de su obra -según esos que adoran la de Jünger o Céline, y también la de Vargas Llosa- se resiente por su ideología. O sea: se puede ser de derechas o de extrema derecha -hasta nazi- y a la vez buen escritor, pero no se puede ser de izquierdas y ser también un escritor de una calidad incontestable.

Volviendo al principio: ser dos al mismo tiempo es muy difícil, lo diga el escritor famoso que acaba de ganar un premio de mucha pasta o sus palmeros. La vida y la escritura es muy raro que anden divorciadas. Al menos a mí me cuesta mucho separarlas. Seguramente, al final, tal vez la cosa no sea tan compleja: leamos lo que nos dé la gana, pero eso sí, sin marear la perdiz con preguntas inútiles para ahorrarnos la minuta del psicoanalista o pintar de blanco un alma -a lo mejor la nuestra- más negra que los ojos ahumados que cantaban Los Platters en una de sus canciones más felizmente memorables.