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Noche de fútbol en el monasterio

El camino es estrecho y empinado. Hace mucho que no subo al monasterio de Sant Miquel, en Llíria, en la comarca del Camp de Túria. Cuando era un crío sí que subía allí muchas veces. Alguna vez ya conté que viví en ese pueblo muchos años. Y allá que nos lanzábamos monte arriba para enfrentarnos a pedradas una banda y otra, siempre con el mismo resultado: varias frentes abiertas y las magulladuras de tanto arrastrar el culo por las trochas de los montes. Cerca de allí estaba la Cova del Cavall y, un poco más allá, las ruinas de Santa Bárbara, unas ruinas que a mí siempre me recordaron el paisaje misterioso de El monte de las ánimas, la leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer.

Desde hace mucho tiempo está cerrado el monasterio. Leo en este diario que ese abandono lo tiene muy desmejorado, que sólo la iglesia se mantiene más o menos en buen estado. Y que el resto de las dependencias está en las últimas. Cuando leo esto, me voy a hace un millón de años atrás. El joven equipo local de fútbol era el primero en nuestra humilde categoría. Un animoso grupo de adolescentes que confiaba en el ascenso al final de aquella temporada. En la liguilla de campeones dependíamos de un partido contra el Alberic. La directiva, para evitar que el sábado nos fuésemos de juerga, nos concentró en el monasterio de Sant Miquel. La diversión fue total. Yo llevé un pequeño magnetofón y allí se quedaron las voces de una algarabía adolescente y, sobre todo, la de Vicent Adrià cantando Treballaré el teu cos con una pasión que si se entera Raimon se lo lleva de gira. Por la noche nadie pegó ojo y a las cinco de la mañana la campanilla de aviso y los cantos de las monjas nos sacaron de las celdas para ir a la primera misa. Total, que al día siguiente el Alberic hizo con nosotros lo que le dio la gana. Humillación total, a pesar de andar nuestro equipo bajo la espada protectora del arcángel Sant Miquel.

Ahora el ayuntamiento de Llíria está pensando en convertir el monasterio en un museo que mostraría la obra de dos inmensos artistas locales con rango universal: José Manaut y Silvestre de Edeta. Pintura y escultura juntas en dos biografías que también anduvieron a la par en los tiempos difíciles de la guerra civil y la dictadura. Los dos lucharon en defensa de la legitimidad de la Segunda República y los dos sufrieron condenas de cárcel después de la guerra. Ahora se trata de rendirles ese gran homenaje que supondría reunirlos, a los dos y a su obra artística, en uno de los lugares llirianos más emblemáticos. Las gestiones se han de hacer con el Arzobispado, que es el dueño del espacio. Ojalá esas gestiones tengan mejor resultado que el que obtuvimos nosotros, aquel domingo aciago, frente a un equipo que esquivaba la espada del arcángel con unos regates y filigranas que provocaban irritación tanto en la tierra como, es de imaginar, también en los cielos.

Hoy «no puedo hablar con mi voz sino con mis voces», como escribía en un poema Alejandra Pizarnik. Y mis voces son, en esta columna, todas las que aquella lejanísima noche de sábado se juntaban en el monasterio de Sant Miquel para cantar alegre y paradójicamente en un tiempo adolescente y oscuro, un tiempo que, aunque a lo mejor no lo supiéramos del todo, era también el de unos sueños que iban más allá de ganar o no un partido de fútbol. El camino es estrecho y empinado hasta llegar a la cima del monte. Al menos, lo recuerdo así. Pero ya se sabe que a veces, muchas veces, los recuerdos se equivocan y nos dicen cosas que en realidad no sucedieron tal como las guardamos en nuestra memoria.

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