La Colla Tirant lo Blanc nació casi clandestinamente. En las primeras reuniones tuvimos la acogida en casa de Pep Meliá, que aunque mallorquín, era de los nuestros. Después, cuando se produjo el crecimiento, pasamos por varios cenáculos sugeridos por Paco Burguera, que se convirtió en el manifasser del grupo. Posteriormente, acudimos a la Casa de Valencia en cuyo comedor tomaron asiento algunos de los valencianos más ilustres del momento. Entre ellos, como cabeza artística estuvo siempre Joan Genovés. Con este y Joan Garcés me vi en los leones de las Cortes cuando nos citó no recuerdo para qué protesta o petición Eliseu Climent. Genovés que era pieza fundamental en la Colla Tirant lo Blanc no faltó nunca a ningún acto reivindicativo político o cultural en el que estuviera como pancarta el nombre de nuestra tierra. Éramos pocos, pero tal vez los justos, en tiempos en que había más pecadores.

El traslado y posterior fallecimiento de Paco Burguera en València, el de Gonzal Castelló a Barcelona nos dejó el movimiento de la Colla totalmente parado pese a los últimos esfuerzos por reunir a la valencianía que hizo Josep Blai. En el restaurante de la Casa de Valencia, que acabó siendo la sede más práctica, tomaron parte en las discusiones o cometarios de lo que nos afectaba, gentes como Luis García Berlanga, el único que siempre hablaba en castellano, Carmen Alborch, como ministra o sin ministerio, el pintor Ricard Zamorano autor del dibujo emblema de la Colla, Manuel Vicent, mi hermano Jordi, Jordi Bañó, Lluis Berenguer, Vicent Albero, Antonio Bernabéu y Alejandro Perales que siempre ponía el ejemplo de su pueblo llamado Muchamiel «que ni es mucha ni tiene miel». (Ahora, Mutxamel).

La Colla era acogimiento para Andreu Alfaro cuando acudía a Madrid a defender sus esculturas, y para Raimon cuando sus conciertos tenían el agobio de los grises en las puertas tanto en época franquista como en la recién nacida democracia.

En las conversaciones, siempre nocturnas, se debatían cuestiones sobre la lengua, la bandera o las denominaciones de algunas poblaciones y surgían comentarios como los ascos que ponían gentes de la derecha a la recuperación de símbolos. Joan Genovés siempre se mantuvo firme en las convicciones políticas españolas como en las que afectaban directamente a València. Se nos ha ido en tiempos en que se le reconocían los méritos de sus cuadros como el del El abrazo, había recibido varios e importantes premios y que hasta en las Cortes se le había rendido reconocimiento. Pero se va cuando no lo podemos despedir. Cuando se puede decir, por la pandemia, aquello de «qué solos se quedan los muertos».

De aquella Colla de los primeros tiempos vamos quedando menos. Los resistentes teníamos en Genovés emblema, símbolo de País. «Mai no l'oblidarem».