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Sortilegios de la noche otoñal

Sortilegios de la noche otoñal

La conmemoración del 125 aniversario del nacimiento del pianista José Iturbi (1895-1980) ha sido motivo inspirador de la celebración del I Festival de piano José Iturbi, que agrupa estos días –desde el pasado martes hasta el domingo– en la ciudad natal del legendario pianista y director de orquesta valenciano actuaciones de cuatro de los grandes valores del teclado español contemporáneo, redondeadas con la presencia de los Cuartetos Quiroga e Indaco. El patio del Centre Cultural La Beneficència ha sido el marco casi incomparable de los conciertos inaugurales de este festival embrionario cuya apretada agenda se prorrogará hasta el próximo domingo.

Javier Perianes (1978) puso el listón en las estrellas el martes, en la jornada inaugural, con un agudamente hilvanado programa que reunía e interrelacionaba obras de Albéniz, Debussy y Falla. Desde la suite de El amor brujo que redactó el propio compositor gaditano para el teclado a la vibrante Fantasía Baetica; de las resonancias ibéricas de varios preludios de Debussy (no faltó, por supuesto, La puerta del vino, evocación alhambrista de quien nunca estuvo en España), al ritmo ineludible del magistral El Albaicín de Albéniz, Perianes dejó constancia de su pianismo refinado y virtuoso, expresivo, natural y rebosado de matices y barnices.

Un día después, este descendiente de José Iturbi volvió a dejar constancia de su condición de puntero del piano contemporáneo con su interpretación radiante, luminosa y apasionadamente romántica del Quinteto para piano y cuerdas de Schumann, que ofreció en fecunda alianza con el Cuarteto Cuesta, un conjunto de máximo rango artífice y coprotagonista de un Schumann cargado de empuje, empaste y perfecciones. Antes en solitario, sus medios expresivos y redondez de instrumento único, propio de las 16 empastadas cuerdas que integran el verdadero cuarteto de cuerdas, se entregaron al Beethoven insondable, intenso, dramático y definitivamente romántico del simétrico Cuarteto opus 132.

Un día después, el jueves, otro grande del piano español, el tinerfeño Gustavo Díaz Jerez (1980), se adentró en los perfiles infinitos e inagotables de la suite Iberia de Albéniz, colección cumbre del pianismo universal, y de la que Iturbi fue uno de sus primeros y máximos difusores. Con inteligencia del compositor que habita el él, y con medios técnicos empeñados en servir la música y nunca en lucir sus méritos, Díaz Jerez desgranó los primeros seis números de la obra maestra con parsimonia, temple y la convicción de quien lleva décadas conviviendo con ellos (en febrero de 2009 registró unas de las mejores versiones fonográficas de Iberia). Incluso reveló nuevos matices y registros, sonoridades y motivos inéditos hasta el presente, como los escuchados en la sección central de «Triana», la página maestra que cierra el segundo cuaderno con aires de sevillanas.

Antes, el pianista y compositor tinerfeño preludió su recital con dos sonatas de Antonio Soler y su propio «Homenaje a Antonio Soler», del primer cuaderno de Metaludios, expresión evidente del personal arte creativo de Díaz Jerez, que siempre ha sido virtuoso del teclado empeñado en expandir sus horizontes más allá de cualquier convención. El programa, interpretado sin interrupción por las normativas derivadas del coronavirus, se prolongó en dos propinas tan previsibles como bienvenidas: el sugerente Tango en re de Albéniz, cuyos aromas habaneros casaron a las mil maravillas con la silueta sugestiva del enorme magnolio que ambientaba la noche en el patio del antiguo convento agustino, y el mismo preludio granadino de La puerta del vino que dos días antes había tocado Perianes. ¡Sortilegios de la noche otoñal!

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