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Del terreno

Un año mas, la OV volvió a su compromiso afectivo del «9 d’octubre» con un abanico de autores del terreno. Si en otras entregas se escucharon obras de Penella, Asencio, Cervera Lloret, Matilde Salvador, Blanquer o Garcés - bajo la batuta de Cervera Collado, Cifre o Galduf-, el maestro Ramón Tebar ofreció una audición trabajada con precisión, consciente de la identidad musical con la que nuestros creadores han marcado un repertorio en el siglo pasado

Desde el inicio de la Marcha Burlesca, de Palau, la cuerda sonó íntima y empastada, dejando escuchar las diferentes intervenciones solistas con total claridad. La pieza no esconde las influencias francesas de sus años de formación en París y siempre hay una rendija por donde se cuela su admiración por Ravel, bien dosificada por la batuta de Tebar.

El tercer movimiento de la Suite Valencianas (Interior), de López-Chavarri, es una bella canción de cuna, frondosa en su tratamiento instrumental, donde la orquesta se mostró espléndida, en uno de los momentos más empáticos del concierto, destacando el violín de Palomares y el cello de Mariano García,

Se toca a menudo el Homenaje a La Tempranica, de Rodrigo, pero no pasaría nada si dejara de escucharse. Son cinco minutos que no añaden interés al ingente repertorio del maestro de Sagunto, a pesar del brío y del ímpetu del director y la pulcritud de los profesores.

Palabras -y dificultades- mayores para todos ellos en la Sinfonía Aitana, del alicantino Oscar Esplá, autor de una obra de envergadura, trabajada durante años, en donde vuelca su ingenio como orquestador formado en Alemania, Bélgica y París. Esplá, de adscripción republicana, amigo de Alberti, Rivas Cherif, Benjamin Palencia, Ortega y Gasset o Gabriel Miró, era una persona extremadamente culta, con formación universitaria y su enorme catálogo para piano, orquesta, cámara, voz y ballet lo avalan como uno de los grandes creadores españoles. Tebar, consciente de su responsabilidad, demostró conocer bien la partitura desgranándola con precisión y sin desechos. En sus maneras sobre el podio, el maestro es propenso a la genuflexión para provocar acertados pianissimi en tanto que no se priva de su destreza malabar para provocar a maderas, metales y percusión. ¿Quizás en exceso?

Popularísimo en la postguerra por sus sainetes y zarzuelas como La cotorra del Mércat o El ruiseñor de la huerta, Leopoldo Magenti compuso también obras para banda, piano y cámara. En sus Estampas Mediterráneas huye del folklorismo del sur tan presente en sus colegas del momento, para dedicar cada uno de las secciones a Mallorca, Valencia, Ifach o la Costa Brava, esta última interpretada mas como una marcha mora que como una sardana. De obligada audición es su Pavana de Valencia, grabada en Estados Unidos por Amparo Iturbi, para la RCA Victor.

Gran primicia fueron las Seguidillas, del propio José Iturbi, grabadas en 1957 por el ruso André Kostelanetz y su orquesta, si bien Iturbi las pondría a menudo en sus conciertos americanos. El valenciano creó un cliché apropiado para el público USA acostumbrado a los giros de Albéniz, Falla o Turina, donde no faltaron bombo, platillo y castañuelas. Tebar, consciente del material que tenía entre manos, no dudo en explorar todas las sonoridades de la obra, desbordando brío, pasión y entusiasmo. Ramon Tebar terminó la sesión con una emocionada apoteosis final del Himno del maestro Serrano con el público puesto en pie. El año que viene mas.

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