Yo también he visto Patria y no me ha decepcionado. Todo lo contrario, es una gran adaptación de una gran novela. Sin repasar sus páginas -quien tuviera tiempo para releer cuando se te acumulan las lecturas pendientes-, en la versión de Aitor Gabilondo se siente el mismo poso que dejaron hace unos años sus protagonistas, Bittori y Miren, sus maridos y sus hijos.

La serie transita, con la misma fluidez que el libro, entre saltos temporales y espaciales en la vida de las dos familias, antes y después del asesinato de El Txato, recreado una y otra vez desde distintos ángulos, siempre terrible. El actor que interpreta al empresario, José Ramón Soroiz, conoció muy de cerca el terrorismo, era cuñado de Juan Mari Jaúregui. Las dos parejas te duelen, sin compartir la manera de pensar ni de comportarse de ninguno de ellos; los hijos no quedan tan perfilados en los ocho capítulos, deshilachadas las historias amorosas de Nerea o la escena en la que surgen los problemas del novio de Gorka con su hija adolescente. Nada aporta ese detalle en el conjunto y hace pensar en lo que falta por contar. Con mayor presencia, Xabier, quien se prohíbe volver a ser feliz, y sobre todo, Arantxa, catalizadora de la petición de perdón del etarra Joxe Mari, a quien no acabé de creerme en la recta final de la novela en unas subtramas carcelarias, obviadas acertadamente en la serie. En segundo plano, los directores de la orquesta del odio desde dos lugares clave: Patxi en la barra de la herriko taberna y el padre Serapio en la iglesia.

Desde el estreno de la serie se ha criticado que los diálogos de algunos personajes deberían haber estado rodados en euskera, como los del sacerdote con Gorka explicándole que lucha por el pueblo vasco escribiendo en su lengua. No tiene sentido que esa conversación sea en castellano. En el último capítulo se oye de fondo una misa en euskera que recalca la incongruencia de que Miren no charle con san Ignacio de la misma manera, aunque esto no quita para que nadie se pierda Patria. Como la novela hace cuatro años, a algunos no les gusta la serie porque entra en ese terreno glacial de ser demasiado realista en mostrar los silencios, las amenazas, el miedo, el acoso al que fueron sometidos los que no simpatizaban con ETA. La también criminal cotidianeidad que no salía en las noticias. Los que lo vivieron en primera persona pudieron ser Miren o Bittori, o las conocieron, con otros nombres, pero con la misma pena.