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Fuera de compás

Patadas contra la nostalgia y la pandemia

Patadas contra la nostalgia y la pandemia

En la barra de la cafetería del Teatre El Micalet hay colgado en la pared más próxima al tirador de cerveza un cartel que anuncia la actuación de María del Mar Bonet. Curiosamente no es de la que tendrá lugar mañana y pasado con motivo de la presentación del disco que ha publicado junto a Borja Penalba, que se grabó en este mismo recinto en septiembre pasado. El afiche, dedicado y autografiado por la mallorquina, es de 1970. De su primera actuación en València. Trabajadores de la casa están buscándole un lugar de honor, bien a la vista. Intercambian su sitio con otro de Ovidi Montllor. Cuentan que lo han encontrado hace relativamente poco.

Cuando llega al local, Bonet entra a la sala donde va a dar la rueda de prensa sin prestar demasiada atención al reciente hallazgo. Quizá después lo haga, puede que se fotografíe con él, pero ahora mismo no quiere dedicar tiempo a la nostalgia. Prefiere darle una patada. Estrena disco en formato físico, que a día de hoy es un lujo, con una nueva discográfica de su isla natal, en la que vuelve a vivir desde hace unos pocos años después de pasar casi toda su vida en Barcelona. Una disquera, Blau, en la que encuentra la cercanía, el trato humano, el respeto y la coincidencia estética que últimamente echaba de menos en otras compañías.

Ella, la gran dama de la Nova Cançó; una de los Setze Jutges junto a Serrat, Llach o Pi de la Serra, que reivindicaron la cultura musical catalana en plena dictadura franquista; una trabajadora incansable que tiene un armario lleno de medallas, galardones, premios y reconocimientos, tiene todavía la ilusión de quien comienza una nueva etapa. Así que mirar atrás, lo justo.

Cuenta que, en este año pandémico, los conciertos que dio en nuestra ciudad junto a Penalba fueron tan mágicos que se le hacía imprescindible registrarlos en un elepé. Que quedó impresionada con la respuesta de los valencianos que llenaban el Micalet en la desescalada post estival. Bonet está encantada con el resultado de aquella grabación. No es para menos. El disco es realmente hermoso. Crudo, sobrio y sincero. Valiente. En él se dan la mano el clásico folk mediterráneo con sonoridades presentes desde nuestras costas hasta Damasco, con el de tradición anglosajona tintado de blues y rock que pinta Borja con sus cuerdas de acero. Las características inflexiones vocales y los vibratos orientalistas de ella con la mano pesada y la voz profunda y áspera de él.

Y está lleno de poesía, por la que Bonet reconoce una ardiente pasión. Para ella es la sal de la vida, alquimia literaria, la mejor filosofía y un arma inigualable para combatir los estragos anímicos que está causando el coronavirus. Del disco, sus protagonistas señalan que es una patada en toda regla a este bicho que, según Penalba, ha levantado una quinta pared en los teatros que los acogen: el miedo. Ellos se han propuesto derribarlo con textos de Estellés, Granell, Montllor y Verdaguer. Y de Joana Raspall, una poetisa que la cantautora descubrió no hace demasiado y cuya inclusión en el artefacto demuestra sus ganas de aprender, la continua búsqueda de experiencias y conocimientos, y la ilusión por hacer algo nuevo por arriesgado que sea. Tanto es así que, pese a no gustarle demasiado los discos en directo, no descarta grabar alguno más por la satisfacción que produce establecer una gratificante comunión difícil de explicar, pero tan evidente como el compromiso del público valenciano con una artista que todavía tiene mucho que decir.

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