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Fuego amigo

Alta gastronomía

Dacosta

Que la gala Michelin se realice en València es una buena noticia. Tendrá un coste, como cualquier gestión o evento, y se debe entender como una buena inversión. De partida, València se convierte en el escaparate mediático de la gastronomía española. Pero eso es lo de menos. El evento más importante de la gastronomía nacional arrastra unas dinámicas que la administración y el sector deben saber aprovechar: las idas y venidas de los inspectores de la guía hacia el territorio en el que se celebrará la gala, el desembarco de los protagonistas durante los días previos y posteriores al evento, la afluencia de periodistas que cubrirán el acto… Hasta ahí, lo evidente. Pero ha de haber más. El evento debe ser un catalizador que impulse una apuesta firme y decidida por visibilizar la alta gastronomía valenciana. Componer un cuerpo bien armado de grandes restaurantes asegura a un territorio una visibilidad mediática de la que se saca el partido todo el sector. Ocurrió con el País Vasco. Objetivamente no se come mejor en la mayoría de las sidrerías vascas que en las arrocerías valencianas, pero la foto de Arzak, Subijana, Berasategui, Atxa y Aduriz es tan potente que traslada al ideario del gourmet el convencimiento de que allí se come de lujo. Promocionar a los grandes cocineros valencianos al tiempo que se da a conocer la despensa local y el paisaje diverso y heterogéneo de la Comunitat es el camino para consolidar una marca gastronómica en la que caben todos. Porque alta gastronomía es El Bosque Animado de Dacosta y los caldos de Camarena, y alta gastronomía es también la paella de Toni Novo o Vicente Rioja.

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