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Fuera de compás

Sidonie sigue siendo una fiesta

SIDONIE SIGUE SIENDO UNa FIESTA Fernando Soriano

El buen rollo y la diversión se adueñaron el viernes de los jardines de Viveros gracias a las gansadas y al buen humor con el que Sidonie se enfrentó el asfixiante bochorno mediterráneo. También a su musicón, no se vayan a equivocar, que para eso llevan 20 años sobre el escenario, tienen 10 discos y han aparecido en un montón de trabajos ajenos. Dos décadas aunando profesionalidad y una caótica y cachonda manera de ejercer su oficio que convierten sus directos en un espectáculo festivo.

Abrió la velada GEM, o sea, la cantautora de Benigànim Gema Vañó, que presentó su segundo elepé, ‘Satèl·lits’. Lo hizo acompañada de una banda eléctrica, guitarra, teclados y ritmos orgánicos que salían de instrumentos cibernéticos, paradoja similar a la que sirve de hilo conductor en su último largo, donde se subraya la importancia de la tecnología en nuestras vidas, pero también las consecuencias que se derivan de la dependencia de ella. Telefonía, redes sociales y otras innegables mejoras en las formas de comunicación que facilitan nuestras relaciones, pero que tienen como lado oscuro el aislamiento, la pérdida de derechos, de intimidad o se convierten en instrumento para controlar a la población o, en ámbitos más íntimos, a tu propia pareja.

El cuarteto interpretó entre otras «Ona electromagnètica», «Por de la por» y «Cables i circuits», en la que la protagonista se enamora de un robot capaz de sentir más y mejor que muchos humanos. Ésta, con «Juntes», «Passatgers» y «Toxicitat» son la muestra de que GEM ha publicado un disco emocional y crítico, pero también hedonista y bailable, con un pie en el electropop y otro en la labor de cantautora.

Lo de Sidonie es garantía de fiesta, pero también de amor por la música, complicidad con su audiencia y respeto por un legado que hunde sus raíces en una época en la que Beatles, Beach Boys, Pink Floyd, Stones o Who convirtieron la música popular moderna en una nueva y vanguardista forma de arte. Presentaban ‘El regreso de Abba’, impresionante disco doble enmarcado en una nueva etapa vital y profesional de literatura expansiva, proyecto que combina música, pintura y la novela escrita por el vocalista de la banda, Marc Ros. El resultado es mucho menos complicado de lo que parece, más directo, disfrutable y satisfactorio de lo que yo les pueda explicar. En su concierto hubo, aparte del gamberrismo habitual, rock and roll de tintes psicodélicos, melodías brillantes, estribillos pegadizos y una actitud vacilona a más no poder, mezcla que ha convertido al trío catalán, quinteto el viernes, en un pilar fundamental de la escena española.

Abrieron con «On the sofa», luego vino «Nirvana Internacional», «Nuestro baile de los viernes» y «Me llamo Abba». Todas potentes, vibrantes, adornadas con coros y teclados de suave sabor lisérgico, una música estupenda con la que el público se lo pasó en grande. Bromearon sobre el insoportable calor, las mangas largas que habían elegido para afrontarlo, sus cortes de pelo y la ropa de la peña, a la que pidieron su participación en «No sé dibujar un perro», antorchas de teléfonos móviles incluidas. «Portlligat» sonó ácida y bailable, con protagonismo para un sintetizador progresivo. «Maravilloso» fue especialmente apreciada por sus fieles con su final de batería incendiaria, menudo temazo, hubiera sido canción del verano en cualquier país civilizado. Destriparon el negocio en la magnífica fábula «El peor grupo del mundo» y homenajearon al poeta canario Félix Francisco Casanova y a los Doors con una relectura de «Riders on the storm».

También recordaron tiempos mejores, sin pandemia, cuando sus conciertos eran agitados y agotadores, al son de «Un día de mierda», que en realidad están siendo más de 500 ya, así, puestecitos uno detrás de otro.

En la pequeña autobiografía que es «Mi vida es la música» hubo lugar para el choteo anti integrista y el apoyo explícito a Zahara después de su reciente encontronazo con el fascismo casposo y carpetovetónico. Para finalizar, el trío original relató entre bromas y veras las increíbles coincidencias que les unieron, con Áxel visiblemente emocionado mientras pedía a Jess que subiera al escenario. Después se unieron Edu y Víctor y juntos se tomaron un chupito a la salud de València y tocaron esas tres joyas de su repertorio que son «El incendio», «Carreteras infinitas» y «Estáis ahí» para cerrar una velada en la que la música consiguió aplacar milagrosamente el termómetro durante casi dos horas.

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