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Crítica

Aplec sinfónico

Con aforo casi completo pero con mascarilla, la OV volvió a convocar un público fiel y entregado en estos aplecs sinfónicos, que organiza la Generalitat Valenciana incluyendo pentagramas autóctonos poco o nada escuchados.

Cantó la soprano Elena de la Merced los ‘Cuatro Madrigales Amatorios’ (1947) de Joaquín Rodrigo, sin duda, el compositor valenciano mas conocido del pasado siglo. Los escribió originalmente para voz y piano por lo que la línea vocal se ajusta con mas precisión para el teclado que en la ampulosa versión orquestal que el propio Rodrigo recreó para una orquesta norteamericana en 1948. Quizás un ensemble mas reducido hubiera permitido a la cantante una mejor proyección en la desagradecida acústica del Auditorio. Las dijo aportando esa elegancia sin pretensiones que las melodías originales permiten. Ella mantiene las agilidades en el registro agudo sustentando el registro grave con aplomo, color y calidad.

Las razones para el olvido son varias y variadas. ‘Passionera’ no es, ni de lejos el primer ballet compuesto por uno de los nuestros. Valga repasar el catálogo de Martín y Soler en la corte de los Zares. Dicho esto, a partir de la versión escuchada de la ‘Dansa de pleniluni’), y a pesar de involucrar los mas diversos timbres instrumentales, todo desemboca en una suerte de akelarre difícil de clasificar. En 1935, López Chavarri escribió que las canciones de Garcés iban por nuevos derroteros en la música valenciana. Ochenta años después se comprende que su obra-al menos ésta-no haya permanecido.

Rubén Gimeno (València, 1972) es director de largo recorrido dentro y fuera de España. Conoce sus orquestas y a su público. Por eso decidió no dar puntada sin hilo y marcarse un Turina en cinemascope animando a los vientos (casi vendavales) seguro del consiguiente aplauso. Originalmente para piano, las ‘Tres Danzas fantásticas’, se adscriben a esa escuela española que se refina , como en Falla y Rodrigo, en Paris. Él las desplegó con elegante vuelo en la «Exaltación» y especial gracia en el delicado zortziko del segundo tiempo mientras que la «Orgía» quedó corta de arrebato. La orquesta de Rimsky-Korsakov siempre garantiza el entendimiento entre profesores y batuta y con esa baza llegó el gran aplauso final. Con el ‘Himno’ de Serrano, (esta vez sin tenor ni coro), el público ansioso por intervenir, y a pesar de los desajustes habituales y en pié, dio rienda suelta a la emoción con un vibrante «viva València».

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