La primera nostalgia es la de aquella fiesta que nos pegamos. Mucho antes que añorar la infancia, el primer amor o el verano en el pueblo, uno ya añora lo bien que se lo pasó el fin de semana anterior. Lo añora tanto que tiene que repetir la fiesta un fin de semana tras otro y así lo hará mientras que el cuerpo y el conocimiento aguanten. Después uno se hace mayor y la nostalgia sigue ahí y, cuando uno intenta escapar de ella con más fiesta, es como si se quedara atrapado en arenas movedizas. Con la misma sensación de ridículo.

C. Tangana le ha puesto banda sonora a la nostalgia de aquella fiesta que nos pegamos y que algún día quisiéramos volvernos a pegar. Lo hace con un espectáculo -concierto, verbena, ceremonia, obra conceptual, superproducción audiovisual, proclamación juerguista- que ayer logró mover y remover a más de 24.000 espectadores (según la organización) en el festival Bigsound que se ha celebrado estos días en la Ciutat de les Arts.

No es un espectáculo nostálgico, pero mientras el público se lo está pasando bien, Pucho, Puchito, El Madrileño o, simplemente Antón Álvarez, también va generando y manipulando con destreza esa confortable y pegajosa sensación del qué bien que lo hemos pasado. Dos tiempos diferentes en un solo concierto. Pero lo tiene tan bien estudiado y ensayado, tiene el caos tan bien ordenado y lo muestra tan bien a través de las pantallas que rodean el escenario, que uno al final no sabe si ha estado en una fiesta o en la película de una fiesta.

La gira se llama “Sin cantar ni afinar” y Tangana canta y, sobre todo, actúa como un maestro de ceremonias vestido con un traje azul a cuadros, camiseta imperio bajo la americana cruzada, una especie de mocasines Adidas negros con calcetín blanco, medallón, gafas de sol y fular. Al atuendo habitual añadió para València un bastón que uno piensa que forma parte del concepto carpetovetónico que va hilando la actuación pero que resulta que lleva porque el día anterior se fastidió el pie en un partidillo de fútbol y lo tiene “todo negro”, según proclamó para regocijo del pueblo.

El telón se abre y ahí aparece él precediendo a una cantidad considerable de músicos entre cuerdas, metales, guitarristas y percusionistas, coristas y palmeros. Tiene incluso un camarero que va sirviendo copas y con el que a veces el cantante conversa como lo hacía Jack Torrance con el fantasma del Hotel Overlook. Tangana sale ya con cara de haberlo pasado muy bien antes de empezar, como si el concierto fuese la prolongación de una noche jaranera en la que se ha derrochado amor y dinero -esa "Still rapping" con la que dio comienzo el show-, y que está dispuesto a continuar pase lo que pase -esa “Te olvidaste” que le siguió-.

Impresiona contemplar a una cantidad ingente de personas para las que seguramente un tocadiscos es un objeto extraterrestre corear un bolero como es “Te olvidaste” o un corrido como “Cambia” o una bossa como “Comerte entera”. También corean bachatas (“Ateo”), rock perruñero de los 90 (“Párteme la cara”), la rumba del Pescaílla (“Muriendo de envidia”) y hasta música procesional (“Demasiadas mujeres”). Vivan los tiempos líquidos.

El show no decae porque está pensado y repensado para que no lo haga y porque el repertorio que ha logrado sumar este hombre es fantástico. Lo del tablado flamenco que se marca a la mitad del concierto -”Me maten”, “Ingobernable”, “Los tontos”, los guiños a Ketama, Alejandro Sanz, Navajita Plateá, Ray Heredia o New Order, y ese “Tranquilísimo” con fuegos artificiales cuando dice no sé qué del perico- es uno de los más celebrables hallazgos musicales que se han dado en la historia del pop español en los últimos tiempos.

Pero como bien sabemos, cualquier fiesta tiene sus consecuencias en forma de dolor de cabeza, mala conciencia y los vertederos de amor de “Llorando en la limo”, “Como quieres que te quiera” o “Tú me dejaste de querer” con los que Tangana afrontó la parte final del concierto. Y aun así, sabemos que más pronto o más tarde volverá a haber una fiesta (esa “Antes de morirme” que una chica a mi lado recita como si fuera una oración) y que volveremos a estar allí (“Un veneno” perezpradesco con el que acabó el recital) aunque nos quite la vida “poquito a poco, poquito a poco”. La fiesta y la nostalgia, a veces, también son una cuestión de conciencia.