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La casa de Simple Minds

El concierto de Simple Minds en Viveros. Miguel Angel Montesinos

Alucinante ver que el idilio entre los Simple Minds y València sigue intacto desde aquel mítico concierto en el estadio del Levante U.D. en 1986. Jim Kerr lo sabe perfectamente y, en un momento dado de su actuación en los jardines de Viveros, preguntó al respetable, que abarrotaba el recinto y colgó el cartelito de sold out hace semanas, quién de todos estuvo allí entonces. Se levantaron unos cientos de manos, el vocalista hizo alguna broma sobre el tiempo que había pasado y el pelo perdido por el camino y saludó con respeto y satisfacción un cartón sostenido en alto que recordaba que, después de 36 años, todavía existe un vínculo mágico entre los escoceses y nuestra ciudad.

Nos visitaron hace cuatro años, pero es que aquella más lejana actuación, única en España, con el single que más pegaba en el panorama internacional, después de pasar por el Live Aid y disputándole por un instante, pero en buena lid, a los mismísimos U2 el trono de banda del momento fue algo serio. Más allá de lo musical aquello fue, para una generación de jóvenes, un rito iniciático enmarcado en la Ruta Destroy, más tarde del Bakalao, que contribuyó, junto a otros factores artísticos, sociales y empresariales a poner a València en el mapa.

Pese a algún problema con el volumen, que sonaba algo bajito, y con la a ratos inaudible guitarra de Charlie Burchill que, junto a Kerr, es el único que queda de la formación original de los de Glasgow, el espectáculo hizo las delicias de los 5.000 asistentes. Impresionaba ver la energía que se transmitía entre ellos y la banda, pese al agonioso y húmedo calor reinante. Espectacular el magisterio, la clase y el poderío escénico de unos músicos que se las saben todas y que parecen posar continuamente para las fotos durante las casi dos horas en las que repasan su trayectoria.

El concierto de Simple Minds en Viveros

Comenzaron con “Act of love”, dinámicos y potentes, con ese rock británico ochentero, eléctrico, rítmico, emocionante y con toques épicos, radiable, que lo mismo llenaba un gran recinto, que reventaba una discoteca a las cuatro de la madrugada. Con ese patrón estaba cortada “Love song”, sintonía durante muchos años del programa radiofónico nocturno de José María García. Más adelante, en “Book of brilliant things”, hubo sitio para el lucimiento vocal de Sarah Brown en un brillante momento de soul.

El intimista folk irlandés de “Belfast child”, con su dramática letra en torno al conflicto armado que durante décadas asoló aquellas tierras, marcó la parte más emotiva y tranquila de la actuación, que volvió a coger temperatura con “She’s a river”, con un magnífico solo de la baterista Cherisse Osei y “Someone somewhere in summertime”. Después, con el personal a punto de caramelo, llegó lo que todo el mundo estaba esperando. Una canción compuesta por dos extraños para una película de adolescentes, que fue rechazada por Billy Idol entre otros, y que recayó sobre los escoceses para disparar su carrera hasta el reconocimiento mundial. “Don’t you (forget about me)” ahogó a la muchedumbre en su propio fervor en un número muy bien dirigido por Kerr, modulando los coros del público durante una eternidad hasta la legendaria y liberadora entrada de batería, que devolvió al público el protagonismo en la parte final del temazo, y su “lalalalá” como válvula liberadora de la presión que se acumulaba en aquella colosal olla. Lo mismo sucedió con “Alive and kicking”, prima hermana de la anterior, que fue acogida con un entusiasmo ensordecedor.

Para acabar, “Sanctify yourself” y unas emocionadas palabras de Jim Kerr entre abrazos simulados con la enorme y delirante masa humana. Poniéndose serio un momento, recordó que la noche del ochenta y seis fue mágica, pero reconoció que la del domingo, que cerraba el ciclo de conciertos de la Feria de Julio en Viveros, no se había quedado atrás. Yo no estuve entonces, ni sé si en otros lugares se les trata igual que en València, pero para decir eso tan convencido tienes que tener la sensación de haber tocado en casa. 

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