Fuera de compás

Me sobra carnaval

El cantante británico David Bowie

El cantante británico David Bowie / Elena Martínez

Fernando Soriano

Fernando Soriano

Decían los curas y Los Brincos que los enemigos del alma eran tres: Mundo, Demonio y Carne. El mundo ya ven que está para bajarse de él, al demonio lo tenemos en la tele a la hora que quieran y la carne nos la quieren sustituir por la soja texturizada, que para la salud y el medio ambiente será estupenda, pero para el alma la veo yo regular. Así que vencida y desarmada el alma cristiana, toca celebrar la derrota pegándose un atracón de vicios terrenales mañana mismito, que es Mardi Gras.

La afición por los placeres carnales de las estrellas del rock es tan legendaria y extrema que harían llorar de envidia a Epicuro. Lamentándolo mucho hoy no les contaré las preferencias sexuales de unos y otros, por dónde se metían tal cosa o cuál sustancia, cuánto y de qué marca bebían o en qué despilfarraban dinero y esfuerzos. Hoy les hablo de disfraces, que es eso que te pones para no ser tú, al menos por un ratito.

David Bowie sabía mucho de usar el disfraz como herramienta para la reinvención. Sus maravillosos alter egos son una pieza fundamental en la mitología de la música popular moderna. Los Beatles ya se habían transformado en la colorida banda del Sargento Pimienta para enterrar a sus antiguos y monocromos yos, que miran con gesto compungido de parafina el florido túmulo en la portada de aquel disco. Pero es que Bowie fue mod, hippie psicodélico, Ziggy Stardust, Aladdin Sane, Halloween Jack, Thin White Duke, Pierrot y Lázaro, entre otros personajes más, y siempre con una arriesgada conexión entre el disfraz y la música que hacía a través de él. Inabarcable.

Nadie supo quiénes eran en realidad Kiss hasta que se quitaron el maquillaje de sus cuatro personajes, los correajes de cuero y las plataformas. Por su parte, Peter Gabriel se ha vestido de todo menos de fallera para dotar a sus shows de una vanguardista teatralidad y resaltar la parte conceptual de su música y sus mensajes. Lo de Elton John siempre fue mucho más lúdico, venga la lentejuela y el satén, bien brillantito. Hasta de gorila se disfrazó un día para darle un susto de muerte al pobre Iggy Pop, que estaba actuando tan hasta las trancas que lo mismo le daba bailar con aquel enorme primate que con el Butoni.

Angus Young de colegial es historia de occidente. Los Manowar se quedaban en taparrabos cada vez que podían, en plan Conan. Les salía barato el disfraz, desde luego. Slipknot optaban por la mascarada grotesca y nauseabunda, muy a juego con la música que hacían. Paul Revere and The Raiders homenajeaban con sus maqueos a los héroes de la independencia estadounidense con un toque de chirigota gaditana. A Brian Jones, de obersturmbannmierder de las SS, no le vi la gracia. A Paco Clavel, menos. A las batucadas que pululan en carnestolendas, fuego directamente.

Eso sí, disfrácense cuando toque. No hagan como yo, que hace muchos años por estas fechas me equivoqué de día y acabé siendo el único en ir disfrazado por València. De drugo de La naranja mecánica, nada menos. Calzoncillos marianos, coquilla de taekwondo, Martens, tirantes, garrote, bombín y pestaña postiza. Una atracción itinerante a la que invitaron a beber toda la noche y con la que se hizo fotos hasta el gato. Al cabo de los meses me enviaron un fanzine de skinheads de difusión internacional y allí estaba yo, con aquel careto de trastornado por la ultraviolencia que escondía, en realidad, un horrible repelús por verme en aquel estado, derecho al desguace, vestido de barbaridad, que cantaban Los Enemigos en «Me sobra carnaval».

Y es que para que el disfraz luzca de verdad, hay que meterse en el papel y echarle mucho morro. Con una jeta superlativa no hace falta ni que te disfraces. Ocurrió en mi barrio a mediados de los ochenta, después del Live Aid, cuando te podías pintar la cara de negro, rematarte el moño con un hueso y correr detrás de una olla gigantesca sin que te llamaran racista, ahora que te disfrazas de pescadora y ofendes hasta a las sardinas en lata. El tema de aquel carnaval era ‘África’ y los antropófagos desfilaban junto a moros con fez y chilaba, exploradores y faraones. Dos jóvenes heavies muy populares en el barrio, de los que se vestían así durante todo el año, saludaban al público desde el interior de la comitiva. Escamado, alguien de la asociación de vecinos les preguntó de qué iban disfrazados. De qué va a ser, de estrellas del rock de los que cantan para que se acabe el hambre en África, contestaron con dos pares. Para aquellos galopines, la vida siempre fue puro carnaval.