Las Borja: ni venenos ni incestos ni sumisión

En "Les dones Borja", Verònica Zaragoza ataca la leyenda negra del histórico linaje valenciano repasando el papel de sus mujeres como eruditas, mecenas y gestoras del poder y el patrimonio de una familia que llegó a contar con dos papas y un santo.

Verònica Zaragoza frente al
Palacio de los Borja en
València, actual sede de Les
Corts.  Fernando Bustamante

Verònica Zaragoza frente al Palacio de los Borja en València, actual sede de Les Corts. Fernando Bustamante / Voro Contreras. València

Voro Contreras

Voro Contreras

De los Borja se ha escrito mucho, en ocasiones bien y demasiadas veces mal. Este linaje valenciano de grandes papas, cardenales, obispos, guerreros e incluso algún santo, esta familia que desde Canals, Xàtiva y València alcanzó los confines del poder político y religioso que representaba Roma en el Renacimiento, ha sido víctima de una leyenda negra creada por sus rivales, negada por los historiadores y avivada por literatos, dramaturgos y guionistas de cine y televisión.

Las Borja: ni venenos ni incestos ni sumisión

Las Borja: ni venenos ni incestos ni sumisión / Voro Contreras. València

Esta intensa labor de desprestigio de Alejandro VI y su prole se basó en gran parte en el ataque contumaz contra aquello sobre en lo que se proyectaba entonces (y para algunos, todavía ahora) el honor y el prestigio de las familias: la mujer.

Por eso, en la leyenda negra de los Borja siempre ha tenido un papel protagonista Lucrecia, hija del papa Alejandro VI (o lo que es lo mismo, Rodrigo de Borja) y una de las figuras más maltratadas por el peso de las confabulaciones legendarias y de los rumores antiborgianos.

«La imagen estereotipada de Lucrecia como peón pasivo a expensas de las decisiones de su padre y de otros ha estado arraigada a la historia de la familia -explica la filóloga y profesora de la Universitat de València, Verónica Zaragoza (Ondara, 1986)-. En su figura han convergido este y otros tópicos que han alimentado la leyenda negra asociada al clan, y que empezaría a forjarse en vida de los protagonistas, por rivales que buscaban desprestigiar al Papa para menoscabar su poder».

La figura de Lucrecia Borja, subraya Zaragoza, «ha sido sepultada por el peso de la misoginia bajo una imagen de pasividad (peón en las estrategias matrimoniales de la familia) o perversidad (femme fatale) ligada a la etapa del pontificado de su padre».

Para combatir esta leyenda negra y machista pero, sobre todo, para poner en valor el papel que jugaron Lucrecia y las otras mujeres del clan en la consolidación del poder familiar, Zaragoza ha escrito Les dones Borja (editorial 3i4), un libro que recoge las biografías de siete mujeres de este linaje y de su entorno: Isabel de Borja y su hija Tecla, Vannoza Cattanei y su hija Lucrecia, María Enriquez y su hija Isabel de Borja y de una sobrina de ésta: Luisa de Borja.

Las Borja: ni venenos ni incestos ni sumisión

Las Borja: ni venenos ni incestos ni sumisión / Voro Contreras. València

Les dones Borja ofrece una nueva lectura sobre la historia de la familia, centrada casi siempre en la meteórica carrera de los miembros masculinos y alimentada por las «ficciones morbosas», las que hablan de ambición desmedida, robos, asesinatos e incluso incesto.

Ante esto, el libro de Zaragoza da visibilidad a aspectos en los que las mujeres Borja fueron esenciales y que casi nunca han sido valorados. «Me refiero -añade- a su papel como transmisoras del patrimonio familiar, a las labores de mecenazgo artístico, literario o religioso con la sociedad de su tiempo, a su contribución en las esferas literarias, espirituales y de sociabilidad del momento, a la responsabilidad que manejaron en la exquisita educación de sus hijos e hijas, o al rol político ejercido con grandes responsabilidades a su cargo».

La «obispa» y la letraherida

«Debajo de esa aureola positiva o negativa encontramos los anhelos de una familia que se ennobleció hasta límites insospechados porque supo jugar bien sus cartas, siguiendo estrategias asumidas por la élite social de su tiempo», añade .

La primera Borja en la que se centra la autora es en Isabel, hermana del primer papa del clan, Calixto III, y madre del segundo, Alejandro VI. «Isabel ejemplifica el modelo de mujer fuerte e inteligente, responsable del destino de sus hijos y del linaje en su papel de viuda convertida en madre cabeza de familia -señala- Administra el legado borgiano, se hace cargo de la familia y, como otras mujeres acaudaladas de su tiempo, se consagra a obras pías y de mecenazgo artístico».

Entre sus coetáneos valencianos, Isabel era conocida como la bisbessa por el poder que administraba en el palacio episcopal de València donde se instaló con sus hijos. Tecla, una de sus hijas, ha pasado a la historia por ser una de las figuras más cultas de su tiempo. «Contó con una educación exquisita que la llevó a establecer una relación intelectual con Ausiàs March, como lo demuestran dos textos poéticos intercambiados por ambos -explica Zaragoza-. A pesar de la brevedad de su vida, es recordada como la más erudita figura de la familia, y también entre otras mujeres de su época que lucharon por labrarse un camino en las esferas reservadas para los hombres, como fue la literatura».

La tercera biografiada, Vanozza Catanei, no tiene sangre Borja pero fue una de las amantes más conspicuas de quien después sería coronado como Alejandro VI. Zaragoza la describe como una mujer inteligente y con una gran capacidad de gestión del patrimonio. «Aunque siempre se la recuerda por su relación sentimental, casi conyugal, con el Papa, la madre de sus hijos más célebres -Juan, César, Lucrecia, Jofré- supo también ganarse un espacio propio en la Roma del siglo XVI como emprendedora consagrada al negocio de hospedajes, y apreciada mecenas de arte y de instituciones religiosas», señala.

Sobre Lucrecia, Zaragoza lamenta que bajo el estereotipo de mujer fatal sometida a los vicios y las pasiones carnales, se esconde la vida de una mujer entregada a la vida familiar y cultural en su palacio ducal de Ferrara, que satisfizo sus amplias inquietudes culturales como mecenas de importantes escritores y siendo mantenedora de una animada corte cultural y musical a su alrededor». Lucrecia, señala la historiadora, «demostró sus capacidades de gestión y responsabilidad en los momentos en que tuvo que desenvolverse políticamente en las posesiones del Papa y de su ducado, en ausencia del marido».

Las Borja: ni venenos ni incestos ni sumisión

Las Borja: ni venenos ni incestos ni sumisión / Voro Contreras. València

Una viuda política

Desde Roma el libro viaja de nuevo al Reino de València para recordar a María Enríquez de Luna, esposa y pronto viuda de Juan de Borja Cattanei. «Se convirtió en una pieza clave en la consolidación de la familia gracias a su gestión política del ducado de Gandia, una de las principales posesiones del clan y donde fue duquesa regente, un cargo que desarrolló con altas dosis de inteligencia», señala Zaragoza.

Su personalidad decidida la llevó a promocionar su ducado con importantes inversiones de mecenazgo cultural, literario y religioso, en el cumplimiento del papel de noble mecenas. «Además de ser modelo de erudición, latinista e interesada en las nobles letras, terminó su vida en el convento de Santa Clara de Gandia, del que había sido noble benefactora y del que llegaría a ser abadesa», destaca la autora.

Entre la descendencia de María, Zaragoza destaca a Isabel de Borja, prodigio de erudición y modelo del tipo de escritora religiosa que popularizo Teresa de Jesús. «Fue una de las muchas mujeres del clan que franquearon los límites del palacio ducal para vivir en el monasterio de Santa Clara -recuerda-. Se convirtió en la figura de máxima autoridad en el cargo de abadesa e hizo gala de su erudición y saberes entregada a la lectura de la Biblia y a la escritura de obras devotas y de espiritualidad, y de cartas».

Zaragoza dedica un capítulo especial al convento de Santa Clara de Gandia, el cual define como «un segundo hogar para las mujeres Borja». «Para ella fue un centro de formación, de escritura y de desarrollo espiritual, que les permitió realizarse intelectualmente -señalan-. Muchas de estas monjas se entregaron a la lectura y a la escritura de cartas y textos, parcialmente conservados, y fueron también fundadoras y abadesas de nuevos monasterios de clarisas coletinas en Castilla». Uno de estos conventos fue el de las Descalzas Reales, en el que llegó a profesar y residir un alto número de mujeres de la familia monárquica de los Austria, como la emperatriz María o Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II.

La última gran figura aristocrática del linaje que recuerda Zaragoza es Luisa de Borja y Aragón, generosa mecenas y conocida como la «santa duquesa» por su patrocinio hacia algunas instituciones religiosas como los jesuitas. «Ostentó el título de condesa de Ribagorza y duquesa de Villahermosa, y manifestó una fuerte sensibilidad por el arte y la cultura expresada también por su esposo el noble militar Martín de Gurrea y Aragón».

Como sus antecesoras, Luisa también administró hábilmente el poder en sus dominios y demostró su excelente formación recibida en la corte de Medina Sidonia durante las largas ausencias de su marido en expediciones militares».

Vanozza Catanei (1) fue la amante más conocida del papa Alejandro VI y madre de cuatro de sus hijos, entre ellos Lucrecia (2), que pasa por ser la preferida de Rodrigo y sobre ella ha caído históricamente gran parte de la leyenda negra de la saga. María Enríquez, casada con Juan de Borja consolidó el ducado de Gandia y creó el convento de Santa Clara, donde profesaron varias mujeres Borja como Sor Juana Bautista (3). Leonor de Castro (4) fue la esposa de Francisco de Borja.

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