El seductor Rufus Wainwright fecunda València

El músico canadiense ofreció el miércoles un sobrecogedor concierto en el Palau de les Arts

Rufus Wainwright en su concierto del miércoles en el Palau de les Arts.

Rufus Wainwright en su concierto del miércoles en el Palau de les Arts. / Miguel Lorenzo

Voro Contreras

Voro Contreras

Empecemos con dos cosas malas de Rufus Wainwright. Una: rasguea la guitarra igual que yo si hubiera hecho las dos últimas clases de las cinco que contraté para aprender a tocar este instrumento. Y dos: seguramente es, junto a Jeff Buckley, el responsable de haber convertido el “Hallelujah” de Leonard Cohen en la “Imagine” del siglo XXI, esa canción ideal para acompañar cualquier acontecimiento intensito o ritual dominguero de seducción que se precie.

Excepto esas dos cosas, diría que todo en Rufus Wainwright es maravilloso y así él mismo nos lo demostró el miércoles por la noche en su concierto en el auditorio del Palau de les Arts de València. Es más, diría que incluso lo de la guitarra y lo del “Hallelujah” se vuelve también maravilloso cuando uno lo vive en directo y hecho por él. Con esa barba canosa perfectamente descuidada con la que aparece en el escenario y saluda tan educada y discretamente, con esa americana con flores estampadas y esos chapines con lazo llenos de brillantinos, con esa manera de cantar en el que las E y las A y las U y las O al final de cada frase se quedan flotando vagamente en el aire como si no quisieran irse nunca de allí, con ese “muah” sonoro y expansivo y esa pequeña reverencia con los que se despide, Rufus se basta y se sobra para conquistar a un público en permanente estado de sobrecogimiento ante él.

Se sentó Rufus al piano e inició su recital con aquel “Beauty mark” que el cantante canadiense incluyó en su primer disco en 1998. Explica Rufus que cada vez que ha venido a València se ha quedado admirando ese “edificio increíble” en el que está actuando esta noche, y que siempre que lo hacía se decía a sí mismo que algún día “fecundaría ese huevo” (a lo mejor no dijo fecundar, pero yo me dejé las clases de inglés antes incluso que las de guitarra).

Rufus actuó solo con su piano y sus rasguños a la guitarra y su maravillosa y cada vez mejor manera de cantar. A veces el escenario se iluminaba de tal forma que parecía un predicador en un templo rosado que usa su voz para penetrar en la cabeza de sus feligreses y mantenerlos en un estado de placentera sumisión. No le hace falta mirar más allá de las teclas de su piano para atraer toda la atención posible y le queda bien hasta intentar convencer a la audiencia de que se pase por el puesto de “merchadising” porque casi se lesiona arrastrando la maleta de las camisetas y discos por el aeropuerto. Después de decir esto, Rufus te cuenta que no hace tanto allá en Hollywood cantó una versión de Burt Bacharach ante el propio Burt Bacharach y ante Jessica Chastain y, claro, así le perdonas cualquier intento por su parte de parecer humilde.

Porque no se puede ser humilde cuando uno canta como Rufus canta “The art teacher”, “Old song”, “Early morning madness”, “Gay messiah” o “Go or go ahead”. E incluso cuando tararea el final de “Peaceful afternoon” y el público se coge a aplaudir porque hasta tarareando es bueno el muy cabrón del Rufus. Al final de una “Poses” tan sensual que se te pone por debajo de la piel como un parásito maligno, Rufus se toca el lagrimal y deseas que sea porque él mismo se ha emocionado tanto que no se puede aguantar. Y al final de una “Going to a town” tan sobrecogedora que se queda parado mirando al piano como dándose cuenta que se he pasado de sobrecogedor, se gira y dice (creo): ahora el huevo ya está fecundado.

Como ocurre a veces y en ciertas ocasiones, después del éxtasis vienen esos momentos de sonrisa tonta en los que todo lo bonito de este mundo lo crees ver proyectado en el techo de la habitación. Cosas tan bonitas como “Cigarettes and chocolate milk” o los dos bises que nos regaló con “Dinner at eight”, “Complainte de la butte” o esa versión del “Hallelujah” tan sentida y querida que nos da igual que se la hayan querido apropiar los intensos de este mundo. Por suerte, ellos nunca serán igual de intensos que Rufus Wainwright.

Rufus Wainwright en València

Rufus Wainwright en València / Miguel Lorenzo