Algo personal

Fantasmas

FANTaSMAS | LEVANTE-EMV

FANTaSMAS | LEVANTE-EMV / Alfons Cervera

Alfons Cervera

Alfons Cervera

Una vez aguijoneada la imaginación, es un caballo que se desboca, y al que no sirve tirarle de la rienda»: así empieza El monte de las ánimas, una de las leyendas escritas por Gustavo Adolfo Bécquer hace casi dos siglos. La realidad y lo que inventamos a veces se parecen mucho. Cuando el mundo se desbarata buscamos una salida para librarnos del derrumbe. A Ingrid Bergman y Humphrey Bogart siempre les quedarían París y As time goes by para que su amor en tiempos de cólera durara para siempre. Muy poco antes, mientras la gente poderosa de Wall Street se tiraba por la ventana, Orson Welles descalabró el miedo a la ruina económica metiendo en las casas americanas, por la radio, una invasión de extraterrestres dispuestos a dejar las galaxias hechas unos zorros. Un miedo ayuda a superar otros miedos.

Cuando éramos críos, las canciones de cuna eran como cuentos protagonizados por los muertos. En la casa junto al río, mi abuelo Claudio nos dormía a mi hermano y a mí, en la habitación de arriba, con un relato de moda: «ya está el muerto en el cuarto escalón, ya está el muerto en el tercer escalón, ya está el muerto en el segundo escalón, ya está el muerto en el primer escalón, ¡ya está el muerto aquí!». A ver quién no se dormía con esa amenaza tan bien contada por un maestro de la narración oral cuando estaba en vena. El miedo es una buena defensa, un abrigo eficaz contra la intemperie. La valentía es patrimonio moral de los imbéciles. Crecer en medio de historias increíbles es lo que hicimos en tiempos de oscuridad, cuando no sabíamos que entre la realidad y la ficción había escasas diferencias. Y aún hoy seguimos mirando debajo de la cama las noches de tormenta por si acaso Freddy Krueger se ha escapado de Pesadilla en Elm Street y ha venido un rato a hacernos compañía. También podemos imaginar, como escribe Carme Cardona en un libro lleno de magia, que las leyendas nos ayudan a construir nuestras propias vidas. Es en ese sentido, Arrels de llegenda, «una contribució a la recuperació de les llegendes com a part del patrimoni». Una noche jugábamos en las eras de Gestalgar y un fantasma envuelto en una sábana blanca nos gritó con voz de ultratumba que si no nos íbamos pronto a casa vendrían los muertos y se nos llevarían al cementerio. Y no te veas cómo bajábamos las rochas, con la voz del fantasma pegada a la espalda: igual que los muertos subiendo a nuestro cuarto, escalón a escalón, en los cuentos del abuelo.

En ese libro lleno de historias maravillosas andamos por los pueblos del Camp de Túria y otros de diferentes comarcas. Me conozco esos pueblos, viví mucho tiempo en algunos de ellos, y hasta conocí en su momento bastantes de los encantamientos que salen en sus páginas. Los relatos fantásticos forman parte de lo que somos. Los duendes nos provocan risa pero alguna vez los intuimos moviendo los objetos colgados en la cocina, o abriendo las puertas de la casa con el chirrido de la madera vieja, o nos topamos cara a cara con Drácula como si los vampiros tuvieran casa alquilada en el pueblo según los precios del siglo XIX. Tampoco se olvida Carme Cardona del dolor real y no del que a veces, entre bromas y veras, nos acercan las leyendas, como esa ruin Inquisición que torturó y asesinó a quienes, como Gaietà Ripoll, eran acusados de herejes y condenados a sufrir prisión, o a morir en la horca o en la hoguera. La realidad y la imaginación van juntas. Indagar en lo que hubo de verdad en los relatos maravillosos es un oficio admirable porque nos ayuda a conocer mejor el mundo en que vivimos, el sitio donde ese mundo empezó a tejer sus primeros hilos, la manera en que poco a poco fuimos construyendo los pueblos en los que nacimos y en los que hemos ido viviendo mientras los fantasmas se asentaban como una presencia casi catastral en nuestras vidas.

«El misteri no s’acaba mai», escribe la autora al final del libro. Por eso, porque siempre habrá un pequeño rincón donde duermen nuestros sueños, las leyendas formarán parte no sólo de nuestro pasado sino de lo que vivimos ahora mismo. Cuando llega la noche de las ánimas, como en el relato de Bécquer que abre esta columna, tendría que aparecer el fantasma de la sábana blanca y amenazar a los disfrazados de Halloween con que si no se van pronto a casa llegará el caudillo de las manos rojas y los mandará de un hachazo a todos al infierno. No hay misterio alguno en los repetidos disfraces de esa fiesta, sino una inversión capitalista de aquellas «minetes» cuya llama, como nos recuerda en un poema Carles Subiela, mantenía en la memoria las ausencias de la familia. Hay libros que nos llegan por sorpresa y de los que no conocíamos su existencia. Ese todoterreno de la vida y milagros del Camp de Túria que es Sime Jordan me hizo llegar un día el de Carme Cardona sobre las leyendas de su tierra. Y ahí sigo, metido hasta las cachas en sus páginas memorables. Seguro que ustedes tienen historias de esas para vender y regalar. Pues cuéntenlas, ¿vale? Cuéntenlas.

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