Fuera de compás

Viajes en bicicleta

Viajes en bicicleta

Viajes en bicicleta / DPA vía Europa Press

Fernando Soriano

Fernando Soriano

Por muchos y divertidos que sean los memes que este mes nos ofrece en relación a nuestro más universal, bronceado y lúbrico cantante melódico, julio será siempre el mes del Tour de Francia. Lo mismo que las actuaciones de Iglesias, las vueltas ciclistas han encontrado en la televisión el medio perfecto para ser retransmitidas. La serpiente multicolor, (si no lo digo reviento) se estira a toda velocidad por nuestras pantallas recorriendo paisajes de ensueño y dejando que el esfuerzo de los atletas cale en nuestros propios huesos, propiciando colosales y plácidas siestas.

Hubo un tiempo en el que, coincidiendo con la hegemonía de Miguel Induráin, se daba el Giro de Italia por la tele. Los chavales lo veíamos sin volumen porque lo escuchábamos en una emisora de radio en la que unos hiperactivos y ultra acelerados locutores, que parecían llevar un puestazo morrocotudo, nos llenaban la cabeza de términos novísimos como volata y gruppetto. Desconozco si alguno de aquellos periodistas se daban algún empujoncito con algo más fuerte que el Katovit que tomábamos nosotros en aquella época de exámenes finales y selectivos, pero luego se demostró que los que se ponían hasta el ojal eran los corredores. Se acuñó la frase «te drogas más que un ciclista» después de comprobar que algunos se metían éxtasis, cocaína, cafeína, speed y calmantes, además de todo lo que salió de aquellas tramas de dopaje.

La relación entre bicis y droga es muy anterior al caso Festina o la Operación Puerto. La juventud más díscola y hedonista recordará con cariño aquellos minúsculos papelitos ilustrados con un velocípedo y empapados en dietilamida de ácido lisérgico. El dibujo no era casual. El 19 de abril de 1943, el atrevido químico suizo Albert Hoffman decidió ingerir en su laboratorio de Basilea unos 250 microgramos de esta sustancia que obtuvo a partir del cornezuelo del centeno, un hongo con propiedades psicotrópicas. Globazo, por consiguiente. La experiencia quedó procedimental y científicamente anotada por un colegón suyo junto al que hizo en bicicleta el viaje de vuelta a casa. En el primer trip de L.S.D. del que se tiene constancia el buen doctor vio a su vecina como una bruja, se le pusieron los clisos como dos lunas negras, percibió un flujo constante de imágenes caleidoscópicas en tecnicolor, pensó que se iba a quedar encalado para siempre y, finalmente, disfrutó de una sensación de paz espiritual, desahogo emocional y conocimiento infinito sobre los arcanos de la existencia y el universo. Vamos, lo de un juernes cualquiera.

Venga, dos canciones con tripis y bicis. La banda británica Tomorrow publicó «My White Bicycle» en 1967. Por su sonido claramente psicodélico, sus cintas pasadas al revés y esa magnífica guitarra de Steve Howe, quien luego haría historia con los progresivos Yes, diríamos que estamos ante un homenaje al alucinante trayecto de Hoffman. Sí, pero no. En realidad, los londinenses estaban dando la cara por Provo, el movimiento contracultural holandés de corte anarquista que llenó Ámsterdam de bicis blancas que podían compartirse de manera gratuita para tocarle la cara a la sociedad represora capitalista, a la que tanto le jode las bicis y las cosas gratis.

Bicicletas para montar y chupar. Syd Barrett hizo ambas cosas, aunque pasó a la historia por lo segundo. No ganó ningún Tour, Giro o Vuelta, pero triunfó componiendo canciones mientras el ácido pedaleaba en su cerebro frito. Sólo así podía haber parido la magnífica «Bike», una gloriosa y surrealista epopeya de tres minutos y medio en la que el genio de Cambridge le enseña a la novieta su bici con cesta y timbre, su capa draculesca, su ratón Gerald, sus amigos con forma de galletas de jengibre y una misteriosa habitación musical repleta de osciladores, relojes, gongs, campanas, violines y otros sonidos que terminan colapsando en unas inquietantes carcajadas. Con aquel monumento, que sirvió para ponerle el broche de oro a «The Piper At The Gates Of Dawn», el primer disco de Pink Floyd, Syd, imbatible campeón del rock psicodélico, se enfundó de una vez y para siempre el maillot amarillo, la maglia rosa, el jersey rojo, el verde, el blanco y el de lunares.