Entrevista | Juan Ripollés Pintor y escultor

«No soy un intelectual, ni un hombre culto; necesito vivir y mi libertad es trabajar»

El artista dice no haberse sentido utilizado por el poder y reafirma su amistad con Carlos Fabra, al que conoce «cuando aun gateaba»

Juan Ripollés, durante la entrevista

Juan Ripollés, durante la entrevista / Francisco Calabuig

Juanito nació en el año 32. En el número 32 de la Plaça del Forn de Alzira. Su madre murió en el parto. «Maté a mi madre», dice con una naturalidad que sorprende por poco convencional. La familia, con su «madre de leche», se trasladó a Castelló, a donde él regresó en 1972 para instalarse en su Arcadia feliz: el Mas de Flors, en Borriol. Vivienda, estudio, taller, sala de exposiciones y refugio de Juan Ripollés. Se define como «pintor industrial», aunque dejó la brocha gorda en 1954 para emigrar a París a enriquecer su alma artística. Mantiene la frescura y su particular estilo de vestir y vivir. «¿Disfraz? Me dijeron si era marketing, pero es el marketing el que viene a mí», sentencia.

¿A estas alturas de su vida, cuál es su relación con la muerte?

No tengo ninguna relación. No la dejo entrar en mi vida.

Cumplir años es ir cerrando el círculo vital para reencontrarse con la niñez. ¿Cuánto pesa ahora en su vida y en su obra el niño Juanito que corría por Alzira?

Soy el mismo niño. Hago lo mismo y vivo como vivía de niño. Me manifiesto como un pajarito en la ramita de un árbol al que le da por cantar. Y ¿por qué canta ese pajarito? ¿Por qué trabajo? Porque necesito trabajar para vivir. Es el problema del niño que va de cara a la vida, y la vida lo va modelando. Mantengo esa ilusión infantil.

Se habla mucho de los límites del humor. ¿Dónde están los límites en la creación artística?

No existen. El límite eres tú. Yo no soy un intelectual ni una persona culta, soy una persona muy vital. Necesito vivir la vida como me viene, sin previsiones. Trabajo con libertad y mi libertad es trabajar.

Eso decía el cartel de entrada al campo de Auschwitz: el trabajo te hará libre.

Yo necesito vivir y, sí, mi libertad es el trabajo.

Con la llegada de VOX a las instituciones se han vivido episodios de censura. ¿Le preocupa?

En absoluto. He hecho siempre lo que he querido. Los artistas son un poco como las gallinas, hay mucho apesebramiento. Yo no daría ninguna subvención en el campo de la creatividad plástica. En lo demás no lo sé. He visto países en los que el Estado subvencionaba a los que se consideraban artistas, vivían de tener la misión de pintar subvencionados.

Pero la censura coarta la libertad creadora.

La libertad la tienes tu y no te la pueden quitar.

En todo ser humano está la persona y el personaje, su construcción social. ¿Cree que su actitud vital y su imagen poco convencional resta protagonismo a su obra?

Hablo por lo que hago, no por la imagen. Lo que hago yo, no otros. Cuando al ingeniero se le cayó la escultura mía [dedicada a las víctimas del terrorismo en Castelló] decían que a Ripollés se le ha caído. A mí no, se le cayó al ingeniero.

Tras 70 años produciendo, ¿Le molesta que se le pueda ver como el amigo de Carlos Fabra que hizo la escultura ‘El hombre avión’ en el aeropuerto sin aviones?

Ni fu ni fa. Yo nunca he pensado eso, si lo han pensado los demás...

Juan Ripollés, tras la entrevista

Juan Ripollés, tras la entrevista / Francisco Calabuig

¿Se ha sentido utilizado por el poder?

No. No puedo. Nunca he cumplido ningún deseo de nadie, más que cumplir mi ilusión de trabajar. Mi madre decía «el meu Juanito és molt bon xiquet» y muy trabajador. Tiene esa manía de pintar. Hoy se pensaría que soy narcotraficante. Entonces ya me decía «¿de qué vives?». Yo le decía «mare, jo pinte». «Calla, ¿vius de fer ninotets i pintar?». Entonces, todos eran emigrados económicos a París menos yo, que era emigrado cultural. No me fui para ganar dinero, ya tenía suficiente aquí, donde me ganaba bien la vida como pintor de brocha gorda. Tenía mi gente trabajando y ganaba más dinero aquí que en París, pero allí tenía alimento para el cerebro. Cuando llegué no conocía a Van Gogh ni a Goya. Cuando vi obras de Van Gogh pensé «este me está copiando».

Es amigo de Alfonso Guerra, de su etapa en Sevilla, y de Carlos Fabra. Quién iba a decirle que con el tiempo llegarían a aproximarse tanto ideológicamente.

(Ríe). A Carlos lo conozco desde que gateaba. Las personas han de tener sus creencias, aunque no deberían, por ejemplo, defender al partido antes que a la sociedad.

Si le digo mediocridad y sectarismo, ¿que le sugiere?

Males de hoy en día.

Su vida y su obra revelan su comunión con la naturaleza. ¿No cree que no se acaba de tomar conciencia del cambio climático, de que nos hemos cargado el planeta?

No lo veo así. No hay más que observar a la naturaleza. Miras una montaña y son rocas y hay grietas hechas por el agua y el viento. Han herido las montañas. Pero sin deshielos, el planeta no sería redondo. Ha de haber descomposición...

Pero el cambio climático es una verdad científica contrastada...

Bueno, científicos los hay de buenos y de menos buenos. Como todo. Depende de a quién escuches. Hay algunos que están sordos y no escuchan a su cerebro, sino el ruido que hacen los demás. Y los hay pro y contra el cambio climático. En todas las facetas ha de haber el polo positivo y el negativo.

¿Cuál el secreto de su juventud a los 91 años?

El secreto radica en tener ilusión de vivir. Otros tienen interés por vivir, pero no ilusión. Hay quien con 30 años es viejo y otro con 90, joven.

¿Qué legado le gustaría dejar a sus hijos y a la sociedad, tanto con su obra como con su ejemplo vital?

Ser una persona honesta, desinteresada, generosa.. Hay que ejercer de la manera más limpia y honrada, tanto si eres electricista, como si eres científico, artista... Hay que ser humilde, no querer ser rico y famoso. Nunca he creído en la fama, es más molesta que beneficiosa. Una foto es una Inquisición.

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