­Es Mestalla un estadio de recuerdos y noches pasadas. Impera, por regla general, el «cualquier tiempo pasado fue mejor» —al menos mientras ese tiempo sea la época del doblete—. Por eso, los destellos de rabia y de empuje que en ocasiones guían al Valencia en los partidos realmente importantes, como el del Brujas de finales del mes pasado, son valorados como lo que son, simples destellos. Las noches como la de ayer son las más habituales.

De todas formas, no sería justo, en ningún caso, hablar de una afición acomodada. No lo es. Simplemente está acostumbrada a los éxitos, y todo lo que no sean triunfos es poco para el respetable de Mestalla. La exigencia de la grada valencianista pesa en ocasiones como una losa sobre los hombros del equipo y, en otras, sirve de plataforma desde la que elevarse sobre los rivales. El silencio imperante en Mestalla durante buena parte del partido, únicamente roto por los Yomus y el Gol Gran, desaparece cuando el balón vuela hacia el área visitante. El público del Valencia, perro viejo en esto del fútbol, sabe que la presión en momentos indicados puede acabar con las ansias de casi cualquier rival.

Pero han de recibir algo desde el césped. Por eso, cuando mediada la primera parte Villa tuvo el primero en sus botas, las gradas prorrumpieron en aplausos. Así es Mestalla: responde a lo que le dan. Y ay de aquel árbitro que vea lo que el público no. Los silbidos se multiplican, aunque las repeticiones televisivas, a las que el respetable, desde sus incómodos asientos de plástico,no tiene acceso, muestre a las claras que sí había falta. En ocasiones, incluso, es el estadio quien la pita. En el minuto 35 de partido, Silva fue derribado cerca del área. Turienzo Álvarez se lavó las manos... pero Mestalla montó en cólera y el colegiado decidió que 50.000 personas no podían equivocarse.

Recibimiento a Joel

Además, la afición tiene sus propios ídolos, sus «ojitos derechos», esos a los que se le perdona todo. Aparte de los Silva, Villa y Mata, ayer era el momento del joven canterano Joel. Mestalla cuida a los suyos y anoche arropó al lateral con aplausos y complacencia, permitiéndole un debut plácido y relajado a la derecha de la zaga.

Todo lo contrario, por cierto, del trato que le dispensó al recién estrenado madridista Sergio Canales. Ya conoce el cántabro el sonido de viento de estadios como el Camp Nou, donde aquellos que tengan algo que ver con el eterno rival blanco sufren las iras del público. El coliseo de la avenida de Suecia no se quedó anoche atrás, y cada balón por el que pugnaba la perla de Santander era acompañado por los silbidos y los abucheos de la grada más cercana al desafortunado mediapunta, que ayer se movió entre esa posición y las bandas racinguistas.

Algunos valencianistas, sin embargo, también conocen de primera mano la exigencia de Mestalla. Maduro y Moyà tuvieron ayer más presión de la que ellos hubieran deseado. El holandés se arriesgó con un par de pases y al cancerbero mallorquín se le escapó un balón controlado cerca de la delantera cántabra. Sin embargo, antes del descanso, que despidió al Valencia con una indiferencia rayana en el descontento, Moyà se llevó los aplausos de Mestalla por una afortunada acción ante Canales.

Así es el estadio de Mestalla. A golpes, a saltos, a latidos, a empujones. La constancia no es su gran virtud, pero al menos está con el equipo en cada minuto del partido, o bien para «seguirlo a todas partes», como el popular canto, o bien para recordarle que siempre, siempre, tiene que dar un poco más en el campo para que el exigente público valencianista esté contento con su Valencia.