El Valencia se agarra al liderato con las fuerzas justas. Exhausto y pidiendo la hora. El equipo de Unai Emery no supo sentenciar su encuentro contra el Athletic después de una primera parte sublime y, aquejado de un súbito bajón físico y mental en la segunda mitad, quedó a expensas de un Athletic que no concretó un empate que habría sido el reparto merecido. Los goles de Aduriz, a los diez minutos de encuentro, y de Vicente, en el minuto 90 y con el agua al cuello, permitieron sumar tres puntos que aseguran una semana más una primera plaza que no deja de ser anecdótica. A los apuros de la victoria de anoche se le une un calendario a corto plazo infernal, con el Barcelona, Real Madrid, Sevilla y la Liga de Campeones en el horizonte. Después de ese tramo se podrá ver a qué aspira el Valencia.

Nada hacía presagiar el sufrimiento que traería el desenlace con el arranque furioso que regaló el Valencia, que zarandeó al Athletic en una primera parte completísima, a la que sólo le faltaron más goles, y un poco de calma, para rozar la perfección. Antes de que al Valencia se le fundiesen los plomos, el Athletic se vio superado en todas las facetas, en fútbol y en entrega. El conjunto blanquinegro se anticipaba a todas las pelotas divididas y distribuía con precisión. En el ataque valencianista había ansiedad por pisar el área rival. Pero no era una ansiedad nerviosa, era devoradoramente positiva, un nerviosismo eufórico que acabaría pagando con creces tras la reanudación pero que, en la primera parte, supo tener controlado con un juego rápido y combinativo, con Mata, clarividente en la media punta, abriendo juego por las bandas. En los extremos el Valencia se dio un festín que le permitió acumular disparos e infinidad de saques de esquina. Por la izquierda, Mathieu, al que Mata le abría el carril, desbordaba con su portentosa zancada. Por la derecha, Pablo se divertía bailando a un Aurtenetxe completamente mareado. Mientras, los dos puntas, Soldado y Aduriz, marcaban la salida de pelota de sus propios marcadores con ferocidad.

El inicio arrollador se vio refrendado con un tempranero gol, el de Aduriz, que culminaba una meritoria acción colectiva. Soldado cayó por la banda derecha y se marcó una preciosa pared con Pablo, que devolvió la pelota —como en el primer gol en El Molinón— con un taconazo. Soldado salió algo desequilibrado del regate al central pero le dio tiempo para templar la pelota a la cabeza de Aduriz, rematador insaciable, que picó a la red. Aduriz, que salió por la puerta de atrás de la Catedral de San Mamés, celebró el gol con furia, olvidando ese anacrónico cliché de no festejar un gol ante un ex equipo.

Y si el Valencia no celebró más goles en la primera mitad fue por falta de precisión en la puntería. Pablo y Aduriz contaron con clarísimas oportunidades para marcar el gol de la sentencia. El Athletic se vio despojado de su proverbial garra y Llorente, aislado, peleaba nervioso un balón que no le llegaba por ningún lado. Esa frustración la pagó David Navarro, que recibió una dura coz del delantero internacional. Sólo en los últimos minutos de la primera mitad, a partir de acciones a balón parado, el Athletic se asomaría al área de César.

Inquietud en la segunda parte

Esa tendencia se acentuó en la segunda mitad. El Athletic ganó mucha más profundidad por banda con la entrada de Susaeta, y presencia atacante con Toquero, que siempre recoge los balones peinados por Llorente de cabeza , y Muniaín, la perla de Lezama que juega con la pillería de un veterano. El Valencia dejó reaccionar a su rival al pagar el generoso esfuerzo físico de los primeros 45 minutos y la frustración por no haber sentenciado el partido. Las señales de preocupación se extendieron a la grada, inquieta por la la extraña mutación de su equipo, a quien no le duraba la pelota y veía como su equipo iba retrocediendo yardas. El Athletic se lo creyó y arrinconó a los locales, que no podían adelantar la línea de presión defensiva, preocupados exclusivamente en que Llorente no tocara los envíos que buscaban un testarazo suyo. Los leones no contabilizan excesivas oportunidades claras, pero no eran necesarias para trasladar el temor a la hinchada.

Ni los cambios, a la postre decisivos, parecieron espabilar al Valencia. Emery dio oportunidad a jugadores con ganas de reivindicarse, como Vicente, Chori Domínguez (que sustituyó a un temperamental Soldado que rozaba la expulsión) y Feghouli. La grada, enmudecida, pasó a silbar a los suyos. Se temía La segunda parte se hizo lenta, eterna, con la amenaza permanente del empate.

Cuando todo Mestalla, desde Emery hasta el último aficionado, se preparaban para pedir la hora, un contragolpe dirigido por Domínguez fue remachado por Vicente. Un gol que se más que saborearse con alegría, se respiró como un suspiro de alivio, y que no fue tal. En tiempo de descuento, Gabilondo sorprendió a César, algo descolado, con un soberbio lanzamiento de falta y todavía hubo margen de tiempo para sufrir. El Athletic no empató, de puro milagro. Al Valencia le sonrió la fortuna pero su liderato, con las piernas exhaustas, se ensombreció con demasiados interrogantes en el aire.