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Mas allá del trámite

J. V. Aleixandre

Los trámites siempre resultan engorrosos, pero hay que cumplir con ellos, bien sean administrativos, protocolarios, democráticos o religiosos. Da igual. Que se lo pregunten, si no, a los prebostes de la iglesia romana, que son expertos en el ritual, gracias a lo cual, ahí los tienen, consolidados en el poder a lo largo de dos mil años. El fútbol también es estricto con su liturgia, por eso es la única religión capaz de cuestionarle al Vaticano su predominio. Tomemos como ejemplo el calendario de competiciones fruto del azarque viene a ser el equivalente al santoral: se cree en él y se celebra con la mayor brillantez posible. De igual manera, los partidos se deben afrontar a lo grande. Sea el contrincante fuerte o débil, propicio o inasequible, oportuno o inadecuado, guste más o menos, es el que toca. Y ya está. Llegan choques tremendos que motivan al jugador más frío y encienden al más circunspecto. El repertorio también depara partidos que, aparentemente, son una mera formalidad. Por ejemplo, cuando enfrenta a equipos grandes con pequeños, en posiciones divergentes, opuestos por 180 grados de distancia, alejados en su consideración mediática uno tratado con sobreabundancia, otro que no emite señales periodísticas, bien sea por su discreto comportamiento, bien porque no ha sido agraciado en la tómbola publicitaria. Fuera como fuese, lo cierto es que, aunque la disputa parezca resuelta, siempre hay que cumplir con el expediente. Sobre todo, porque la formalidad, a veces, no resulta tal y surge el sobresalto. Pregúntenle al Madrid que comandaba Guti, un mito del Bernabeu, que sufrió sendos fracasos coper0s ante el Real Unión de Irún y el Alcorcón el famoso alcorconazo ambos rivales humildes militantes de Segunda B. En las dos ocasiones, la inesperada eliminación del grande a pies del pequeño, acabó con la catalogación de eliminatoria de tramite que se otorgaba a este tipo de encuentros. En la competición futbolística no existen partidos de simple papeleo; todos son rigurosamente serios, como los bigotes de un ilustre notario. La historia lo ha dejado demostrado. Para que no se diga, recordemos también las eliminatorias coperas perdidas por el VCF ante equipos de escasa relevancia, como Alicante, Lleida, Novelda o Guadix, todos ellos, igualmente militantes en Segunda B. (No obstante, hay un sutil matiz favorable a aquel Valencia: sus eliminaciones se produjeron a partido único, disputado en el campo de sus rivales; mientras que las del Madrid lo fueron a doble partido, con lo que sus descalabros tuvieron como escenario el Bernabeu, y por testigo a su estupefacta afición. El escarnio fue mayor. Y la vergüenza, más sonrojante). Todo este prolijo exordio, además de mortificar un poco al exaltado espíritu madridista y rebajarle los humos a la tropa mediática vikinga, viene a cuenta del partido de la otra noche en Sofia, contra el nosecuantos de Bulgaria, un equipo catalogado de bajo nivel, es decir proclive a que el VCF cayera en la tentación de afrontar el envite con aires de superioridad y de manera relajada. ¡Ha sucedido tantas veces!. Pero no fue así. Más allá de cubrir el expediente, el cuadro de Pizzi tuvo un brillante comportamiento. Como cabe exigirle. No se complicó la existencia y llevó a la práctica la teórica diferencia con el rival, logrando un doble objetivo: acrecentar su debilitada autoestima y seguir recuperando la credibilidad de su afición, que es al fin y al cabo la que sigue sosteniendo el montaje. Otro marcador diferente, hubiera significado, en el mejor de los casos, un triste tramite. Así, es un alegrón.

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