Siete partidos ha durado la segunda etapa en el Getafe de Quique Sánchez Flores. La repentina dimisión del exentrenador del Valencia ha sorprendido a los jugadores y a la directiva del club azulón. El equipo estaba en un buen momento de forma y de resultados, con un cómodo colchón de cuatro puntos sobre el descenso y la trayectoria apuntaba a ser ascendente.

Sin embargo, la venta del mediapunta croata Jorge Sammir al Jiangsu Sainty chino apunta a ser la razón que ha roto la baraja. El preparador ha entendido que el traspaso del jugador sobre el que ha apoyado el juego de ataque de su equipo ha supuesto el incumplimiento de una de las tres condiciones básicas por las que había firmado: tener los pagos al día, que se resolviera por completo la situación contractual del anterior técnico, Cosmin Contra „ambas satisfechas„ y que hasta el final de temporada no se debilitara la plantilla con más ventas, consciente de la necesidad financiera de un club que ya había traspasado semanas atrás a la liga china al mencionado Contra y al exvalencianista Míchel Herrero por 4´7 millones de euros.

Quique contaba con el apoyo de sus jugadores, como así lo habían mostrado dos de sus piezas fijas, como el portero Jonathan López, el central Naldo o el centrocampista Pablo Sarabia. En sus breves justificaciones de ayer, antepuso su integridad profesional al cargo: «Es una decisión personal producto de una reflexión vital que me aleja de tener que repetir situaciones que en su tiempo no me hicieron feliz. Creo que es la mejor decisión y de dignificar mi profesión y de alguna forma respetarme a mí mismo», avanzó.

¿A qué episodios pasados se refería Quique? El propio entrenador los desveló en la entrevista concedida hace escasas dos semanas, a Levante-EMV: «Yo aceptaba la presión profesional como entrenador, pero no entendía muchas cosas que no imaginaba que debía vivir. No imaginaba que una dirección de club pudiera incomodar o que los dirigentes pudieran mezclar historias para empobrecer los resultados deportivos». De esas experiencias, en alusión a los periodos en los que dirigió al Valencia y al Atlético de Madrid, habría llegado «la necesidad de respirar» o, como dijo tras ser despedido del club de Mestalla a finales de 2007, «de perder un cargo pero recuperar una vida».

Por la aspiración de «querer ser feliz» habría aceptado la aventura de entrenar en los Emiratos Árabes, que le permitía disfrutar de su oficio pero sin injerencias directivas y alejado del foco mediático del balompié europeo. Fue de ese modo como una propuesta temporal de ocho meses se alargó hasta los tres años. Un periodo que le sirvió, en cita de la misma entrevista, para darse cuenta que «diez años son muchos y cambian muchas cosas y de manera muy profunda». Es la manera en la que Quique dejaba claro que no iba a transigir con más fricciones con las cúpulas dirigentes de los clubes. En el Atlético de Madrid consideró una intromisión las ventas de jugadores como Simao y Jurado, que eran de su plena confianza. En Valencia todavía es recordado el enfrentamiento abierto, tocado de enemistad, que mantuvo con Amedeo Carboni, por entonces director deportivo, en la temporada 2006-07, a la hora de planificar los fichajes del equipo. El exlateral italiano contaba con el apoyo inicial del presidente Juan Soler, que lo promocionó al cargo por sintonía personal, pero tras un año de tensa cohabitación, el exmáximo accionista acabó despidiendo a Carboni y colocando a Quique en un brete, condenado a la excelencia en el siguiente curso. No tardaría en destituirle a los pocos meses.

Pasados siete años, aquella polémica salida no ha enturbiado la imagen que tiene de Quique la mayoría de la afición valencianista. De su legado como entrenador (discutido desde algunos sectores) pero, sobre todo, del pasado como jugador, el de aquel lateral talentoso que contribuyó al renacimiento del Valencia tras el descenso de 1986. Así quedó demostrado con el recibimiento que le dispensó Mestalla en el último Valencia-Getafe.

En un fútbol sacudido por la crisis económica, que ha debilitado la influencia de los entrenadores en una plantillas cada vez más renovadas, con su dimisión Quique ha lanzado un grito de rebeldía, por la integridad de su oficio.