Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Rafa y la maldición de Clough

Rafa y la maldición de Clough

Cuenta David Peace en «Maldito United» que cuando Brian Clough llegó al Leeds United en 1974, lo primero que hizo fue quemar el escritorio del despacho de Don Revie, su predecesor en el cargo e íntimo enemigo en el campo y en debates televisivos. En uno de sus arranques huracanados, rompió en hachazos el mueble de maderas nobles y lo hizo arder en el campo de entrenamiento, ante la presencia de los jugadores. Era una manera de intentar marcar el territorio.

Todo en Elland Road olía a la naftalina del pasado de Revie, el entrenador durante 14 campañas de un equipo que continuaba siendo fiel a su gran jefe. Como el capitán, Billy Bremner, el emblema que representaba, como nadie, el espíritu bronco inoculado por Revie. Un estilo que Clough intentó cambiar, para aplicar el juego alegre y dinámico con el que llevó al Derby County de la segunda división a ganar la liga y pisar las semifinales de la Copa de Europa ante la Juve. Fue imposible. Con todo el vestuario en contra, el pequeño matón Bremner a la cabeza de todos, el legado de Clough en Leeds se resumió en siete partidos de liga. La influencia tóxica de Revie pudo con el futuro técnico campeón de Europa con el Forest.

La maldición de Clough en aquel verano del 74 se le aparece a Rafa Benítez desde que dejara el Liverpool. Salvo en Nápoles, el club donde ha gozado de mayor estabilidad y en el que las sombras era otra, la de la nostalgia maradoniana, al exentrenador del Valencia no le ha abandonado otro espectro, como el de José Mourinho. El paralelismo con la rivalidad entre Clough y Revie aparece por triplicado. Rafa recogió a un Inter con un vestuario arisco, teledirigido a distancia por Mou, y con la emoción muy presente de la Champions conquistada en Madrid unos pocos meses atrás. Si queda alguna duda, sólo hay que refrescar algunos tuits de Materazzi. La aventura nerazzurra duró seis meses, el mismo espacio de tiempo en el que se prolongó su regencia en el Chelsea.

En su primer partido, el Bridge apareció repletó de carteles con el lema «Rafa out». La obediencia a Mourinho, el sabor agrio de las semifinales de Champions perdidas ante el Liverpool, flotaban en el ambiente. Y Terry, como Materazzi, como Bremner, se encargaría de recordarle que en aquel vestuario su presencia no sería grata.

El Real Madrid podría parecer otra cosa. El viejo anhelo, el sueño cumplido, los colores de siempre, el retorno a casa tras una travesía homérica. Pero después de una vuelta de campeonato, Rafa llega por primera vez como rival a Mestalla con el agua al cuello, víctima de sus errores pero arrastrado también por la atmósfera hostil y cortoplacista de los días de Mourinho. Y si bien es cierto que el legado del portugués en Concha Espina huele a tierra quemada, su despido en el Chelsea ha llegado en el momento justo para que una tentación sobrevuele la cabeza de Florentino: la del irresistible regreso de Mou, de la maldición que no abandona a Benítez.

Compartir el artículo

stats