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Barraca y tangana

Apuntes

Del Leganés, como cualquier persona más o menos normal, no sé apenas nada. De hecho, en el registro podría figurar tal que así. Estado civil: No sabría decir el nombre de un jugador del Leganés. Sin embargo, el sábado leí en El Mundo una entrevista a Victoria Pavón, su presidenta, que lo ha llevado de Segunda B a Primera División. Venía a decir unas cuantas verdades. Me quedé con dos al vuelo. «Soy muy observadora», afirmaba, «y la primera conclusión que saqué después de escuchar mucho es que las opiniones de quienes supuestamente entienden eran, a menudo, contradictorias. Mi conclusión, pues, es que de fútbol, realmente, no entiende nadie, así que opino sin problemas». A continuación le preguntaban sobre los futbolistas que prefiere. «Los de mi equipo», sentenciaba, plena de sabiduría.

Esos dos apuntes resumen toda mi filosofía futbolística.

El fútbol debería ser como el Leganés en Primera. Si ganas, pues ganas. Si pierdes, pues tampoco pasa nada. Lo mejor que te puede pasar es que no te pase nada. Lo peor que te puede pasar es generar demasiadas expectativas. El Leganés no va a tener un problema ahí, visto cómo celebraron un 1-5. En ese sentido, el Valencia lo está haciendo de puta madre en este principio de curso. En un par de semanas, probablemente, salvar la categoría será un éxito y entrar en Europa League un milagro catedralicio. Con la dinámica, en un par de meses y a este ritmo, se analizará en Mestalla a lo José María García, en sus tiempos, con la natación olímpica española: «No se ha ahogado ninguno».

El miércoles puse la tele en el descuento. El centro de James era difícilmente mejorable. El remate de Morata era fácilmente mejorable, pero fue gol. La gloria fue para Morata, al que siempre que veo me recuerda a aquel niño bien que bajaba a la plaza con su balón oficial de reglamento y amenazaba con llevárselo si no le pitabas un penalti. Uno de esos, ya sabéis, que luego tiene su séquito y es novio de la jefa de animadoras.

Nunca seremos Morata.

A veces la vida te envía señales. Quizá seas uno de esos que sueñan con ser futbolista. Si un día al acabar el partido, los padres comentan en el corrillo algo tipo «al menos mientras juegan a fútbol no están por ahí drogándose», es hora de dejarlo. Yo lo hice y me pasé a lo de querer ser entrenador. Tampoco se dio. Un día que íbamos perdiendo en Benicàssim huí del banquillo para vomitar en el vestuario, que es algo que necesitaba a menudo los sábados por la mañana. Al volver, con la boca pastosa y la botella de agua, observé que los niños, sin mí, habían remontado el partido. Los mejores minutos de la temporada. No tuve ya más remedio que dedicarme al periodismo.

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