Eran 40 frente a 11.500, pero no se callaron nunca. Una mota naranja en un inmenso mar verde. Como un grupo de espartanos rebelados contra al poderoso ejército romano. Como una pulga en el cuerpo de King Kong. El formato de la final de la Eurocup de 2017 ha querido que la afición visitante esté ninguneada hasta el límite. La serie, al mejor de tres partidos, prima el factor cancha por encima de todo. Con los dos pabellones, La Fonteta y el Martín Carpena, la posibilidades de apoyar al equipo en el campo rival son mínimas.

Valencia Basket y Málaga son dos conceptos que maridan bien. El conjunto taronja había ganado los 5 partidos anteriores al Unicaja (play-off del año pasado, liga regular y fase de la Eurocup de esta temporada), tres de ellos en la ciudad andaluza. Con semejante bagaje, el pronóstico de los más pesimistas - «habrá tercer partido, seguro»- sonaba más a consuelo, a mecanismo autodefensivo, que a predicción meditada. No era la opinión, ni el deseo, de los 40 irreductibles aficionados taronja que acompañaron a su equipo en Málaga. Cuarenta, sí, cuarenta, para ver si su equipo se proclamaba campeón de la Eurocup. La decisión de la Euroliga de dar un formato de serie (al mejor de tres partidos) a la final de la segunda competición europea no ha gustado a ninguno de los dos finalistas, pese al atenuante de que los dos son del mismo país. Pese a que la distancia es sólo de 655 kilómetros.

«Esto está muy mal montado, porque perjudican a los clubes y a sus aficionados. Por lo menos deberían haber reservado 300 entradas para la afición visitante», exclamaba Javier Izquierdo a las puertas del pabellón, camiseta de Luanvi y bufanda naranja en ristre. «Vamos a ganar, pero es una lástima que sólo lo puedan disfrutar tan pocos en directo», añade Jordi Ribas, otro incansable fan del Valencia Basket. Acaban de llegar al pabellón después de 5 horas de autobús. Las entradas salieron a la venta el miércoles y conseguirlas fue una auténtica odisea. A las 17 horas se abrió la taquilla de La Fonteta. Los que llegaron más tarde de las 2, quedaron fuera de combate.

La resistencia taronja duró todo lo que tardo el Unicaja en orillar al Valencia Basket a un lado de la cancha. Ocurrió hacia el final del tercer cuarto, cuando 4 triples seguidos abrieron una brecha definitiva en el marcador. El ambiente que se encontró el equipo de Pedro Marttínez fue infernal. Una afición que jamás ha renunciado al título pese a la derrota el pasado miércoles en Valencia. Acudió al Martín Carpena con la convicción de la victoria. El club malagueño amenizó la antesala del partido con el «qué pasará, qué milagro habrá, puede ser una gran noche» de Rafael. A continuación, sonó con fuerza el «Sí se puede». El resto lo hizo el himno , cantado a capela por una afición entregada. Se nota que hay cultura de baloncesto en Málaga, terreno de Euroliga hasta el año pasado.

El partido se dirigió hacia el tercer capítulo, para el Valencia Basket, en medio de la hostilidad, como no puede ser de otra forma en una final tan larga. Pedro Martínez, desquiciado, provocó una técnica, antes de que Sato buscara la complicidad de los aficionados taronjas entre los gritos intimidatorios de la grada.

Si el Martín Carpena impone, La Fonteta también. El partido decisivo de la final se presenta apasionante, con todos los ingredientes necesarios de una competición de gran calibre. Con una ventaja para el Valencia Basket: 8.450 gargantas no pararán de animarle. EL Unicaja, como la sociedad taronja ayer, sólo tendrá una mínima representación en la grada. No más de 60 se esperan. No hay más sitio para ellos.

Roig baja al vestuario

Terminado el partido anoche, la fiesta del miércoles comenzó en el autobús de los irreductibles taronjas. El ruido ha comenzado. Los ánimos no decaen. EL propietario del club, Juan Roig, bajó al vestuario a animar a los jugadores nada más terminar el partido.