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Jugadorazo seguro

Vivo rodeado de víctimas de la crisis de los 40, y el paisaje es casi apocalíptico. Juanito Roca se fue a Madrid a montar un grupo de techno rancheras con cybermariachis, e inexplicablemente no funcionó. A la vuelta montó uno de post punk bakalao, con luces leds y letras sobre extraterrestres, e inexplicablemente funciona. A Juanito le hice un reportaje al respecto y admitió que lo suyo no era más que una respuesta ridícula a la mentada crisis, pero que peores eran esos que se ponen de repente a hacer deporte, como Alcarria, y se apuntan a megamaratones de montaña y triatlones del infierno, que «ya pueden correr, ya, que la vejez les alcanzará igual». Yo le di la razón. Luego empezó a hablar de aquellos que tienen hijos y dejan de salir, y ahí ya cambié de tema. Por el momento veo lejana la crisis de los 40, pero aún recuerdo mi crisis de los 30. A algunos amigos les dio por el bricolaje o la cocina de autor, pero yo me conformé con volver a ver por las noches fútbol sudamericano, así que bastante bien, bastante digno.

Entonces descubrí que Fernando Gago seguía jugando y para contextualizar esto debo admitir algunas taras. Yo también tuve de joven una época parabólica, y pensaba que cuanto más raro era un jugador, y más desconocido, mejor debía ser él y por extensión yo por conocerlo. Cabe añadir que al empezar ni siquiera teníamos internet, así cualquier tipo era en realidad desconocido, pero lo grave no era aquello sino la tendencia a sublimar que nos gastábamos. Como todo era nuevo, como todo era la primera vez, todo nos parecía mejor de lo que objetivamente era. Cada hornada juvenil era la hostia, cada mediapuntita con el diez en la espalda cuajaría en jugadorazo seguro, y cada circunstancia del juego la podríamos explicar con nuestra libretita, de manera racional y ordenada.

En esas estábamos cuando apareció Gago. El tío jugaba en un cuadradito y todo lo hacía fácil y bien, con pases tensos y pocos toques. Vivía de mejorar cada balón que le llegaba y conocía el oficio como un veterano. Encima Segurola le escribió un artículo tan bonito que no podía ser mentira, así que nos convertimos en predicadores de la buena nueva. Uno de mis escasos recuerdos universitarios consiste en vaciar botellines de cerveza mientras convencía a los escépticos de que Gago era the next big thing, la mezcla perfecta entre Redondo y Guardiola. Ya los tenía convencidos cuando años después lo fichó el Real Madrid, y ahora toca que la comedia se convierta en drama.

?Gago llegó con Marcelo e Higuaín, y si nos dicen entonces que el único que se retirará sin una biografía de esas que incluye póster es Gago, no lo hubiésemos creído. Pero es que Gago llegó a Europa y no entendió nada. En lugar de pensar más rápido le dio por correr, como a Alcarria, sin que se sepa aún muy bien por y para qué. El cuajo se difuminó, y tratando de estar en todas partes terminó por no estar en ninguna. La antaño promesa juvenil parecía a los 24 años un exfutbolista. Asomó por el Valencia quizá pensando que Argentina le pillaba de paso, hasta que volvió a Boca y yo lo vi en la tele, asumiendo que la vida no es fácil, y envejecer dignamente tampoco.

Gago aún apareció en el último Mundial y casi lo gana, pero ya se sabe cómo es el etnocentrismo: volver a Argentina es para nosotros como retirarse, y quizá por eso pensamos que Argentina no es Messi y diez más, el pobre, sino Messi y diez menos. Aquí vemos Argentina como en Alemania deben ver a España, supongo, y seguro que en Argentina hacen lo mismo con otro lugar remoto.

En el fondo por eso vamos tirando, por ese consuelo, siempre encontramos a algunos que estén peor que nosotros, y espero de veras que también le pase a Gago, con cariño, por tantas noches de desvelo que compartimos.

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