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El Mundial no morirá, pero nosotros sí

El Mundial no morirá, pero nosotros sí

El Mundial es propenso al empacho. Al principio no perdonas cinco minutos ni loco, pero pasan cuatro días y ya se te va haciendo bola. El quinto día es algo así: tu madre preguntando qué quieres de cenar justo cuando acabas de comer. El martes me perdí el Colombia-Japón porque me quedé en la cama durmiendo la siesta con mi hijo pequeño, que luego tenía el remordimiento en plan qué educación le estoy dando.

El Mundial lo empiezas con ansia como el bufé libre de los hoteles, pero la emoción dura poco, la oferta se repite y el final ya me lo conozco. Hace meses compré la entrada para un concierto de Teenage Bottlerocket, y lo hice consciente de que coincidía con el Rusia-Egipto, porque calculé entonces ya que a estas alturas ese era un sacrificio asumible. El punk rock me sirve para lo mismo que el Mundial. Pasa el tiempo y dejamos de ser un poco lo que éramos, pasa el tiempo y no sabemos bien qué somos, pasa el tiempo y todo se desmorona alrededor, todo es tan confuso, pero quince minutos de birra, punk yanqui y zapatilla te hace ver que hay cosas que seguirán ahí siempre, inalterables pase el tiempo que pase. Mola también vernos los unos a los otros, postadolescentes eternos, adictos a la juventud infinita, padres medio acabados en nuestros cuerpos ajados y deformes. Mola vernos de vez en cuando aunque solo sea para comprobar que seguimos vivos, que no es poco, sin ni siquiera decir hola, saludándonos como mucho así con la cabeza.

Qué pasa con los chavales que ya no van a conciertos de punk, que éramos todos abuelos, que hasta los del grupo llevaban de gira a sus hijos, que vi entre el público a un par de tíos más jóvenes que yo y casi lloro, que uno llevaba una camiseta de Dookie y casi voy a darle un abrazo, que no lo hice porque se hubiera malinterpretado, que estuve a punto de cogerle por los hombros y gritarle a la cara, mirándole a los ojos, que el punk nunca morirá, pero sí nosotros.

El Mundial, como el punk, nunca morirá. El Mundial, como el punk, es un cometa que se presenta rutilante cada equis tiempo. En la espiral del desastre es bonito un mínimo de cosmos. Ahí está, cada cuatro años, puntual a la cita, ordenando cronologías. Pase lo que pase. Hagamos lo que hagamos con nuestras vidas.

España ganó a Cien gaviotas donde Irán, pero por un momento pensé que aquello era el España-Paraguay de Francia´98, que hubiésemos completado así a la perfección mi semana punk adolescente. El Mundial es bueno hasta para eso, no cuesta mucho hacerse de otro equipo, sobre todo cuando el tuyo queda eliminado. Con las selecciones no siento las esclavitudes absurdas que sufro con los clubes. Cambio cada dos días de favoritos, sin compunción alguna. Yo de momento ya manejo dos alternativas: Panamá, porque su entrenador prometió beber de un trago una botella de vodka si pasan a cuartos de final; y Corea, porque el seleccionador cambió los dorsales de sus jugadores en los últimos entrenamientos y amistosos, para que sus rivales europeos fueran incapaces de distinguir a unos y otros. Genios.

Seguiremos informando.

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