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El fútbol nos debe una

Klopp. Reuters/Carl Recine

A hora dicen que el fútbol le debe una Premier al Liverpool. La lista de deudas del fútbol apunta ya a condena seria, a ver si espabila la fiscalía. Que yo sepa, el fútbol le debe una Champions a Buffon y otra al Atleti. El fútbol le debe un Balón de Oro a España. El fútbol le debe un Mundial a Holanda y otro a Messi. El fútbol le debe un ascenso a todos los equipos que cruzarán junio jugando promociones de ascenso, o eso dicen, el fútbol le debe un título al Villarreal y al Madrid una cubierta retráctil. El fútbol nos debe una, dicen, alguna vez todos lo dicen, que el fútbol les debe una. Queda claro que al fútbol no hay que prestarle jamás ni un disco ni un libro ni nada, que el fútbol no es de fiar y quizá por eso aún nos guste, porque en esto se parece a nuestros amigos. Si el fútbol por fin va a devolver lo que debe que empiece por mí, que a mí el fútbol me debe la dignidad y los mejores años de la vida.

Lo de la dignidad igual es irreversible. Dicen que es como la virginidad, que no la puedes recuperar una vez la pierdes. Tampoco importa. Los supuestos mejores años de la vida los pasé, muchos de ellos, persiguiendo no sé bien qué por los campos prosaicos del infrafútbol. Ahí jugaba mi equipo y ahí me trasladó de vuelta la mente viendo las semifinales de la Champions. La llamada mejor Champions de la historia es increíblemente parecida a los play-offs de ascenso a Segunda División B. Sorpresas, llantos, gigantes que se desmoronan y remontadas sobre la hora. Realidades que crujirían falsas en cualquier pantalla de cine, pero mira cómo duelen, mira esta grada y dime si son o no son esas penas tangibles. Balones a la olla, verdades increíbles, errores infantiles que revientan ilusiones de ciudades enteras. Emoción infinita, implosiones cerebrales y caminos imprevisibles. Todo eso que en Tercera llamarían sospecha de amaño y que en Champions se dice magia del fútbol. Hasta para eso hay pobres y ricos.

Las deudas del fútbol son las clásicas mentirijillas, el típico autoengaño que nos sirve para pasar página y simplificar la rutina. Pero el fútbol no debe nada, en el fútbol eres o no eres, el fútbol es crudo y es cruel. Eso en el infra pronto se aprende, y por eso un campo de fútbol sigue siendo un escenario escarpado para un niño, pero a la vez un lugar idóneo para asumir de qué va en realidad la vida.

Las lecciones son a veces confusas, pero frecuentes. La otra tarde un chaval entró al estadio a mi vera. Hablaba por teléfono con un colega, que a su vez iba con un tercer amigo que estaba fuera. «Dile que me robe unas pipas», le dijo, «y luego yo le robo lo que quiera». Una hostia de verdad pura. Las pipas. No solo Champions y Mundiales. El fútbol ahora también debe unas pipas.

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