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Va de bo

el triunfo de una promesa

el triunfo de una promesa

Dícese del talento que es la capacidad que suma la inteligencia y la aptitud. La primera de las cualidades requiere de una suma de valores diversos, desde la facilidad de comprensión, de resolver conflictos y de poseer habilidades y destrezas múltiples, hasta la que llamamos inteligencia emocional que se define como la que es capaz de percibir y controlar los propios sentimientos y saber interpretar y comprender los de los demás. De todas esas virtudes puede presumir, y no lo hace, - valor doble- Victoria Díez, que ha recibido el premio Talento Joven en el área de deportes que organiza Levante-EMV con el patrocinio de Bankia. Es jugadora de pilota valenciana, por pura casualidad, porque en su colegio construyeron un minitrinquet y se aficionó, con tanta pasión que ha recorrido media geografía valenciana acompañada de su padre y de su hermano, también pelotari. No voy a pararme a contar los valores estadísticos de torneos ganados a nivel nacional e internacional, con tan pocos años. Diré que lo ha ganado prácticamente todo. Pero los números son fríos, meros garabatos que pueden ocultar lo que hay detrás de ellos: el valor de la actitud. Puede haber inteligencia matemática o emocional, puede haber aptitud, habilidad y destreza, que de todo ello tiene de sobra esta joven pelotari hasta el extremo que verla jugar es deleitarse con la elegancia y serenidad artística de Rovellet. Pero esta chiquilla de Valencia, de origen aragonés, de un pueblo despoblado, Berdejo, tiene mucho más de lo que las estadísticas o un diccionario es capaz de interpretar. Un pueblo, por cierto que espera el verano para dar vida a su frontón con una partida en la que se anuncie generosamente su paisana, famosa en todo el territorio pelotístico valenciano, español, europeo y mundial.

Victoria tiene talento y tiene actitud de superación. Su trayectoria vital, con el inmenso dolor de perder a una madre en plena juventud, siendo ella una niña de 10 años, la comprometió a esforzarse pensando que ese sería el deseo de quien más podía amarla. Ese fue su pensamiento cuando con toda la entereza que pueda imaginarse, su padre y su hermano mellizo se despedían de una madre que les pedía con una sonrisa que no lloraran. De hecho, todo aquel trauma que supuso el enterarse de que su madre tenía una enfermedad terrible entre las terribles, de la que nada se sabía le llevaba a afirmar: «Si nadie investiga para curarla, yo lo haré». Eso lo decía con 10 años... Y lo hará. Ha elegido los estudios que le permitirán investigar porque tiene inteligencia para ello, tiene aptitudes y tiene el valor de la actitud. Lo hace calladamente, humildemente, como hacen las cosas los elegidos. Y ahora, disfruta de este deporte del que nada conocía y que descubrió en las instalaciones del nuevo colegio de Tomás de Montañana. Victoria aprovecha esta pequeña parcela de popularidad para ser espejo de superación para todos los jóvenes. Ella quiere ofrecerle a su madre el mejor de los regalos: ser ejemplo para una juventud tan debilitada de ilusiones y esperanzas. Victoria es querida por sus aptitudes y por ser como es.

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