Ocho años convulsos en el banquillo

Vilda halló el despido en la cima: de ganar medio millón de euros al año al paro

Lo echaron porque encadenó su pasado, presente y futuro a un dirigente que lo mantuvo en el banquillo cuando las mujeres que juegan a fútbol en España (o una gran mayoría) no creían en él

El técnico Jorge Vilda, con la medalla de campeones del mundo con la selección española femenina.

El técnico Jorge Vilda, con la medalla de campeones del mundo con la selección española femenina. / Europa Press

Marcos López

De ganar medio millón de euros al año, y con un contrato que le ofrecían por cuatro temporadas, al paro. De ser campeón del mundo, y nombrado, que no elegido mejor entrenador del planeta en el fútbol femenino, al olvido.

Holló la cima Jorge Vilda en Sídney y se precipitó hacia el sótano arrastrado por la caída, aún no concretada oficialmente, de Luis Rubiales, el presidente de la federación que se niega a dimitir. Vilda tampoco quise irse. Pero lo echaron, siendo como era el eslabón más débil y vulnerable del 'rubialismo'.

Lo echaron porque encadenó su pasado, presente y futuro a un dirigente que lo mantuvo en el banquillo cuando las mujeres que juegan a fútbol en España (o una gran mayoría) no creían en él. Pero él resistió convencido de que el éxito le haría inmune.

Luis Rubiales, en el centro, junto a Jorge Vilda, con Víctor Francos, presidente del CSD en primer plano.

Luis Rubiales, en el centro, junto a Jorge Vilda, con Víctor Francos, presidente del CSD en primer plano.

No sabía Jorge, hijo de Ángel Vilda, expreparador físico de Johan Cruyff en la construcción del ‘Dream Team’ del Barça, que el precipicio lo tenía tan cerca. Ni un mes ha durado.

Ni un mes después del título

Ni un mes, a pesar de que ha aguantado las presiones para que abandonara mientras veía como los demás sí le abandonaban. Hasta 11 miembros de su cuerpo técnico presentaron su renuncia al cargo. No querían trabajar con él. Las 23 jugadoras campeonas del mundo y el resto proclamaron también públicamente que no volverían a jugar bajo su dirección. Ni el brillo de la estrella cosida en el corazón ha disimulado las tensiones que afloraron un año antes cuando ‘la rebelión de las 15’ desnudó la fractura del fútbol femenino.

Creían ellas, y no les faltaba razón alguna en sus quejas, que era una estructura anticuada, con un poder feudalista y sin margen alguno para la modernidad, acostumbradas como estaban al carácter pionero que ha marcado el Barça femenino, auténtica bandera del cambio.

En la cumbre, su perdición

Pero Vilda, soportado por Rubiales, no se movía de sus principios. Hizo aún más fuerte su voz, sintiéndose el jefe de España. Algunas rebeldes claudicaron y él, sentado en ese banquillo que ocupaba desde 2015, tras sustituir a Ignacio Quereda, que llevaba 27 años en el cargo, notó la fuerza de poder.

El fútbol, en un torneo ascendente (España fue de menos a más, reconstruyéndose tras la dolorosa derrota contra Japón por 4-0), le llenó aún más la autoestima. En la cumbre, sin embargo, estaba su perdición.

Perdición que fue labrando con decisiones contradictorias, obligado ahora a salir de la ciudad deportiva de Las Rozas, el único lugar donde ha entrenado en su vida. Era director deportivo del fútbol femenino. Y técnico. Todo a la vez. Nadie podía despedirle. Solo él. Por eso, ha tenido que echarlo un presidente interino (Pedro Rocha), empujado por la ola social, política y mediática desencadenada por un beso no consentido de Rubiales a Jenni Hermoso.

Del motín al adiós

Un beso que es, en realidad, el punto y final a años de compleja convivencia entre el seleccionador y las jugadoras. Alejadas ellas de un estilo de gestión que no compartían hasta el punto de que se amotinaron, asumiendo las consecuencias a las que se enfrentaban. Algunas no son campeonas del mundo. Pero su palabra y su dignidad estaba por encima de cualquier estrella.

Vilda manejó una selección que se desintegró fuera, pero gobernó en el césped. Se hizo pedazos hace meses. Pero él, impertérrito y firme, ni se movió. Ahora ya está recogiendo las cosas de su despacho en Las Rozas, el único lugar donde ha entrenado. Llegó en 2010, o sea más de una década, como ayudante de Ángel Vilda. El padre dirigía la selección sub-19; el hijo, la sub-17 donde consiguió una gran colección de títulos europeos en la formación. Luego, Jorge suplió a Ángel en la sub-19, prólogo de su ascensión a la absoluta, que cogió hace ocho años.

Ocho años en los que Jorge ha sido el dueño del fútbol femenino en Las Rozas. A él le dedicó Rubiales es obsceno gesto desde el palco de Sídney cuando se agarró los genitales como prueba de agradecimiento por el éxito alcanzado. "Si era necesario lo ocurrido para ganar, lo damos por válido”, llegó a decir entre la euforia del festejo por el triunfo en la final sobre Inglaterra (1-0) con aquel inolvidable gol de Olga Carmona. Pero no, no todo es válido. Ni siquiera para ganar.

"Yo no dimito. Esto es un ridículo mundial", proclamó hace un año cuando no claudicó ante la rebelión de las jugadoras. Ahora, la sociedad, que no el fútbol, lo ha echado

Sentía el poder que le confería la estrella. El mismo que exhibió antes de coserla. "Yo no dimito. Esto es un ridículo mundial", proclamó hace justamente un año cuando se reinvidicó en medio del motín. "No le deseo a nadie por lo que estoy pasando", confesó entonces Jorge Vilda, quien consideraba que "sería injusto quitarme de en medio por lo que hemos construido" denunciando que "se ha lanzado la piedra y se ha escondido la mano".

Era septiembre de 2022. Y en septiembre de 2023, lo tienen que echar. Desde la cima cae él. Rubiales, todavía no. Cuando quiso alejarse de él, un diplomático comunicado que llegó fuera de tiempo (la FIFA actuó antes), ya era demasiado tarde. La sociedad, que no el fútbol, se llevó por delante a Jorge Vilda.

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