­A Ángel de Cabo, el estrellato en el universo de los liquidadores se le ha acabado atragantando. En el manual de estos personajes, la discreción figura, junto a la invisibilidad para Hacienda, en los primeros puntos de su decálogo de actuación. Pero el salto dado en los últimos tres años, con la adquisición de Teconsa, Marsans y Nueva Rumasa, le puede haber dado la puntilla a este «empresario» valenciano. ¿A qué se dedica? Los liquidadores, con matices personales en cada caso, son la tabla de salvación de empresarios al borde de la catástrofe, especialmente para su patrimonio.

Cuando la empresa está próxima a la quiebra, llega el liquidador, que oficialmente se hace cargo del muerto por un precio testimonial, aunque en la mayoría de los casos cobra generosamente por comerse el supuesto marrón, sin contar con los activos que pueda arramblar mientras administra. No teme las actuaciones del Fisco ni de la Justicia, porque es invisible. No tiene patrimonio a su nombre. Utiliza empresas dormidas para sus operaciones y coloca en las adquiridas a gente de su confianza. Más pronto que tarde, la empresa entra en concurso de acreedores, pero, cuando el juez toma las riendas, los activos se han esfumado, la liquidación es inevitable y los acreedores se quedan sin cobrar. El pasado febrero, el juez de la Audiencia Nacional, Pablo Ruz, dictó un auto en el que acusaba a De Cabo de realizar «prácticas de extorsión, coacción y/o amenazas a administradores concursales, jueces de lo Mercantil u otras personas que pudieran hacer peligrar sus planes».

La detención de Ángel de Cabo y su equipo y la del expresidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferran, es fruto de la denuncia de cinco empresas acreedoras que consideraban que este último, supuestamente ayudado por el valenciano, ocultó sus bienes para aparentar que era insolvente y, en consecuencia, que no podía pagar las deudas de Marsans que había avalado.

En estos tiempos de crisis, un liquidador tiene muchas oportunidades de negocio. Hasta la operación de Marsans, en junio de 2010, Ángel de Cabo, como corresponde, era un auténtico desconocido más allá de su círculo de clientes y amigos. La adquisición del grupo turístico a través de Possibilitum Business, una firma que tenía como objeto social la compraventa de animales exóticos, le puso en el mapa, aunque un año antes se había quedado con Teconsa, la constructora castellana ligada al caso Gürtel por organizar para Canal 9 la infraestructura audiovisual de la visita del Papa en 2006. Todo muy turbio, como corresponde, aunque no tanto seguramente como la operación cerrada en septiembre de 2011: la compra a los Ruiz-Mateos de Nueva Rumasa a través de una empresa, Back in Business 2011, constituida en marzo de ese año en la factoría de firmas dormidas del también valenciano Ramón Cerdá. Otro de los detenidos ayer, Iván Losada, asumió la dirección general del grupo de la abeja y, como otros colaboradores de De Cabo, se asignó un sueldo astronómico.

Hasta 2009, por tanto, el empresario valenciano apenas tuvo notoriedad, si bien, con un despacho de abogados como base operativa, el bufete Aszendia, con sede en Valencia, Castelló y Madrid, De Cabo fue realizando operaciones de liquidación, a través de Nuevas Formas y Diseño, firma radicada en Riba-roja del Túria, de compañías como la sevillana Construcciones Azagra, Omega, Urbacivil, Vías Canales y Puertos o la ya citada Teconsa. Eran los tiempos del ascenso al paraíso y en los que hizo una escala en la Libia de Gaddafi, donde promovió sin éxito un macrocomplejo de lujo en el que se invertirían 3.000 millones para construir 4.000 viviendas, un hotel de cinco estrellas, hospitales, una mezquita y hasta un puerto deportivo.