1974-2024: Lo que IBM dejó en València

Economistas, exempleados y expertos reflexionan sobre el impacto de la fábrica de La Pobla, desde finales de los 70 hasta 1995. Lo hacen desde un presente de efervescencia del sector tecnológico, con las esperanzas puestas en la microelectrónica

José Luis García Nieves

José Luis García Nieves

“Confirmado: La factoría de la IBM, en Puebla de Vallbona”. Con este titular oficializaba Levante el 1 de febrero de 1974 el que era un secreto a voces. Directivos de International Business Machines Corporation (IBM) ratificaban ante el alcalde, el gobernador civil y el presidente de la Diputación su intención de construir en este municipio de Camp de Túria una fábrica de componentes electrónicos. En 1970 había llegado al ayuntamiento la primera carta de intenciones; durante 1971 se compraron los terrenos (1,2 millones de metros, a 108.000 pesetas la hanegada), y en 1974, comenzaba la producción provisional en el Polígono Fuente del Jarro hasta la inauguración de la planta de la Pobla, en 1978.

Valencia vivía un momento disruptivo. IBM aterrizaba como un ente extraño en un pueblo volcado en el cultivo y exportación de la cebolla. Pero la coincidencia temporal y espacial con el desembarco de Ford evidenciaba las fortalezas del territorio: “El clima, las comunicaciones (proximidad de un gran puerto, del futuro "by pass" de la autopista, etc.), la existencia de dos buenas Universidades (la Literaria y la Politécnica)”, subrayaba Levante entre los motivos de la elección americana.

Ernest Lluch pronto iba a cuestionar el relato oficial con su "Vía Valenciana". La economía valenciana era algo más que la gran reserva de la agricultura exportadora española, tal como había proyectado el franquismo. El economista defendía que existía una base industrial tradicional, un “fil industrial” desde las comarcas alicantinas pasando por València y su área hasta Morella y Vilafranca, una industria silenciada para la que había que hacer política. Pero en el ámbito de la electrónica, parece que todo estaba por hacer. Y también por explicar. “Lo realmente importante es que la factoría valenciana de IBM será vital dentro del contexto europeo de esta empresa, ya que los subconjuntos electrónicos que fabricará son las piezas esenciales —como las vísceras— de cualquier sistema de ordenadores”. Las vísceras de los ordenadores. Así lo trasladaba aquella primera crónica a un lector poco instruido en la nueva tecnología.

El impacto

IBM era una compañía que desarrollaba tecnología propia y luego la fabricaba en sus plantas por todo el mundo. La de la Pobla nació bajo la influencia de IBM Montpellier, donde se formaron directivos y empleados clave de Valencia. En la fábrica del Camp de Túria comenzaron a producir subconjuntos para ordenadores, unidades de cinta para datos, también unidades de almacenamiento en disco.

La planta llegó al millar de personas en los buenos tiempos: un regalo para todos los jóvenes, procedentes del campo o el taller, que pudieron formarse y progresar en la cadena de montaje de una empresa de la que sentir orgullo. Pero IBM fue, sobre todo, una oportunidad de oro para generaciones de ingenieros industriales, de telecomunicaciones y economistas. Una cantera de directivos y futuros empresarios. Aprendieron idiomas y aprendieron a trabajar con estándares desconocidos en un país que apenas asomaba a la economía internacional.

Laboratorio de prueba de los proveedores

Laboratorio de prueba de los proveedores / Levante-EMV

“Hay dos empresas en el sector tecnológico-industrial que han marcado la economía valenciana. Ford generó mucha industria auxiliar que aprendió a trabajar con esos estándares. IBM fue algo parecido, más sofisticado, menos industrial, porque trabajaba con otra tecnología. No fue tan evidente como Ford, porque desapareció en 1995, aunque la planta siguió funcionando. Lo cierto es que muchos ingenieros que pasaron por IBM y Ford, aprendieron mucho y emplearon ese conocimiento en otras empresas a las que nos hemos incorporado o fundadas por nosotros”.

Quien habla es Miguel Ángel Juan, exIBMer y hoy al frente, junto a José Rosell, de una de las empresas españolas punteras en ciberseguridad, S2 Grupo, con base en València y 700 empleados. Juan entró en 1989. Su mujer, ingeniera industrial como él, lo hizo un año antes, en el área de Logística, sector al que ha seguido vinculada, aplicando todo lo aprendido.

La experiencia de Juan, además, fue internacional. Pasó unos años en EE UU, en los laboratorios como el de Poughkeepsie (Nueva York), como enlace para la implantación en la fábrica valenciana con los nuevos productos que diseñaban los americanos. “IBM era, con clara diferencia, el líder en fabricación de mainframes (grandes ordenadores). Se inventó cosas como la arquitectura 360 y 390. Fue una revolución del mundo de los ordenadores. Recuerdo estar en un laboratorio y ver a 4 premios Nobel en un pasillo. Era una empresa impresionante”, recuerda.

Miguel Ángel Juan, a la derecha, exIBM y socio de S2 Grupo

Miguel Ángel Juan, a la derecha, exIBM y socio de S2 Grupo / Fernando Bustamante

Al final de esa cadena de producción estaba José Manuel Alcayna, uno de los responsables de Distribución en la fábrica de la Pobla. Entró como becario en 1984, tras licenciarse en Económicas, y llegó a ser director de operaciones internacionales de la fábrica hasta 1995: “Llevaba el proceso de importación de piezas para ensamblaje y fabricación, y luego la exportación de piezas de recambio y de máquinas acabadas. Valencia, además, tenía una visión global. Exportábamos a todo el mundo”.

Aquella posición privilegiada le permitió estar en contacto con todas las IBM del mundo. Y vivir experiencias de valor incalculable. “Montpellier era nuestra fábrica de referencia. Allí se hacían los test. Cuando hacíamos prototipos, llevábamos la máquina precintada en un camión y nos íbamos en coche detrás, para que nadie viese qué había, ni lo abriese, ni hiciese fotos”, relata Alcayna, que tras el cierre de la planta siguió vinculado al universo IBM, primero en el entorno comercial y posteriormente como directivo en filiales de servicios. Hoy, de hecho, sigue en el sector tecnológico: fue presidente de Laberit, otro gigante valenciano de software, donde hoy es responsable de Relaciones Institucionales.

Frente a la idea de que se relacionó poco con su entorno, Alcayna incide en el impacto de la planta en el ecosistema empresarial. “El círculo de calidad de IBM se extendía a los proveedores. Hubo proveedores que se apuntaron y les permitió trabajar para terceros con unos niveles de calidad que se quedaban para siempre. Recuerdo un caso concreto: el fabricante de los ‘covers’, las tapas que llevaban las máquinas. Es muy básico pero tenía una importancia estratégica. El ‘cover’ pesaba mucho, con características especiales de insonoridad, de protección ante el polvo. Fueron capaces de aprenderlo, de asumir estándares desconocidos”. Entre los proveedores, Alcayna cita empresas como Nayes, Istobal, Blobis (covers), así como otras hoy orientadas a la automoción, como Grupo Segura e Industrias Alegre.

Instalaciones de IBM

Instalaciones de IBM / Manuel Molines

A pesar del cierre, la fábrica siempre funcionó de manera óptima. Las fábricas de IBM Europa competían entre ellas para que se les asignara los nuevos productos de la compañía. Hay dos productos especialmente recordados. La unidad de almacenamiento de cinta 3420, una máquina muy famosa, alta, de metro y medio, con dos bobinas, que llevaba las cintas e iban pasando, grababa y almacenaba. La Pobla la fabricaba para Europa y EE UU. Pero IBM decidió que había quedado obsoleta. “Nos convertimos en fabricantes para todo el mundo. Estaba de salida, pero empezaron a llegar pedidos enormes. Empezamos a enviar ‘jumbos’ completos desde Manises. Hicimos gestiones para ampliar la pista y que pudieran entrar cargueros y no tener que llevarlas a Madrid. Conseguimos que aterrizara alguno”, recuerda.

Tras este pico, la fábrica logró otro hito: el mainframe 4381, aquellos equipos de gran formato para los centros de cálculo que se utilizaban en los procesos de datos en bancos, laboratorios o compañías de seguros. Fue el primer gran procesador de la Pobla, tal vez el único. Hasta el Ayuntamiento de Valencia compró uno: “Llegamos al ayuntamiento y no cabía por ningún sitio. Pesaba una barbaridad. Contratamos una grúa, unos albañiles, desmontamos uno de los ventanales”, rememora.

La herencia

IBM se marchó tal como llegó: sin explicación y sin motivo aparente. Todos coinciden en que la planta no tuvo nada que ver. Funcionaba bien. IBM dejaba poco espacio para la iniciativa de sus fábricas. Fue una decisión de la central la que trajo la fábrica, atraída por los costes y la paz social (España 1970), su posición geoestratégica y un mercado creciente. Y fue otra decisión centralizada la que la cerró. Era época de reestructuraciones. El sector estaba cambiando, los costes ganaban peso, la globalización acampaba y aparecían nuevos competidores y nuevas regiones industriales en el mundo. Con la llegada de los 90, el “gigante azul” -así se conocía a esta empresa fundada en 1911- se reestructuró y quedó dividida en 13 unidades de negocio, conocidas como las baby blues. En 1995, cerró buena parte de las plantas europeas. IBM se fue. La unidad de producción, sin embargo, continuó. Un año antes, la compañía americana de electrónica Manufacturers' Services Limited (MSL) había llegado a un acuerdo con IBM para la compra de la planta de la Pobla de Vallbona, junto con un contrato a 3 años, que le asegura el negocio de IBM, dándole tiempo a buscar nuevos clientes. 

Imagen aérea de las instalaciones

Imagen aérea de las instalaciones / Levante-EMV

El interrogante que quedó es qué huella dejó en Valencia aquella historia que duró dos décadas, para muchos, oportunidad perdida. “IBM fue una historia de éxito. La fabrica no fue una anécdota. Pero nos queda ese sabor amargo de que no tuviera una continuidad más relevante”, cuenta Alcayna. “Quizá IBM llegó demasiado pronto para lo que estábamos intentando hacer aquí, que era poner orden en nuestra industria tradicional”, evoca Andrés García Reche, exconseller en los gobiernos socialistas de aquella época y al frente de las políticas de industrialización del territorio. 

El exconseller y actual presidente del Consell Social de la UV, Vicent Soler, apunta: “IBM -como la Ford- conmocionó la manera de trabajar en el tejido industrial valenciano, extendiendo la cultura productiva. Por tanto, sí tuvo un impacto, también, en la disposición de trabajo más cualificado y no tan precario. Se beneficiaron tanto las empresas que se sucedieron directamente en la planta de la Pobla como las ligadas en la cadena de valor. Además, se creó una demanda de técnicos superiores que las universidades valencianas, particularmente la UPV, pudieron abastecer y así, consolidar el embrión de hub tecnológico que ahora disfrutamos. Un hub que, si las cosas hubieran ido de otra manera, se habría podido consolidar antes y con mayor potencia”, señala el catedrático de Economía Aplicada.

De ese hub tecnológico forma parte Mónica Bragado. “Estoy firmemente convencida del legado tecnológico de IBM en la Comunitat Valenciana”, sostiene. Bragado es la actual presidenta del Consell Social de la UPV, pero también es directiva de Celestica, el gigante canadiense de la electrónica que desde 2004 es titular de esta y otras 15 plantas adquiridas a MSL en todo el mundo. Celéstica, curiosamente, había nacido como empresa subsidiaria de IBM en los 90. También ahí hay un hilo invisible en la historia de esta fábrica de la Pobla.

Bragado defiende el efecto tractor de la planta. “El espíritu de IBM, MSL y ahora Celestica, siempre ha sido colaborar con empresas locales. Para piezas grandes, técnicamente complicadas, y bajos volúmenes, sigue siendo factible. Hoy mantenemos proveedores locales de mecanizado cableado, embalaje e inyección de plástico y también a nivel nacional. Yo trabajaba en una empresa proveedora de MSL. Estuvimos suministrando piezas de inyección de plástico durante muchos años”, explica la ingeniera.

En su opinión, esas sinergias alcanzan el ámbito universitario. “Sin duda, esa excelencia y exigencia también se traslada a la UPV. Siempre ha existido una estrecha colaboración con sus departamentos de electrónica y automática, así como con el Instituto de Nanofotónica, entre otros. En muchas ocasiones, hemos necesitado de los equipos de alta precisión de la UPV y de los institutos tecnológicos”, señala la responsable de Celestica.

Mónica Bragado, presidenta del Consejo Social de la UPV

Mónica Bragado, presidenta del Consejo Social de la UPV / Daniel Tortajada

Hoy, la herencia más evidente de aquella decisión de hace medio siglo es el “momento dulce” que vive La Pobla, en palabras del director de la planta española de Celestica, José María Catalán. Según explica, se debe a “un cambio de tendencia mundial tras las recientes y cada vez más frecuentes crisis de la cadena suministro de componentes electrónicos. Muchos clientes se ha replanteado su estrategia y están descartando la fabricación en los países asiáticos cuando la demanda de sus productos se concentra en Europa o EE UU”.

La cuestión encierra cierta ironía. En 2006, Celestica Valencia atravesó una crisis, precisamente por la deslocalización de los grandes clientes de electrónica general (sumada a la crisis de las renovables y otros factores). En ese momento, los países del este europeo estaba en auge.

Hoy, la regionalización de la globalización trae nuevas oportunidades. Este 2023, la planta ha superado los 150 millones en ventas, ha ampliado en 2.000 metros las instalaciones para nuevas líneas por esos clientes que están acercando sus cadenas globales y acaba de incorporar 150 empleados, hasta los 550. Ahora mismo, la firma se concentra en las ramas de aeroespacio/defensa, médico, energía y automoción, en proyectos de gran valor añadido, complejidad y alto contenido de ingeniería. “Para 2024, nuestra expectativa es llegar a los 200 millones, y seguir creciendo en el área de diseño e ingeniería de producto”, concluye.

La oportunidad

Desde 1974, IBM ha cambiado. Ya no es aquel gigante de la fabricación. Ha escindido los servicios de infraestructura tecnológica, y está enfocada en consultoría y en tecnología pura y dura: en procesadores cuánticos, en desarrollos específicos para tecnologías punteras, como la IA o el cloud computing. La C. Valenciana también ha cambiado. Hoy puede presumir de ecosistema tecnológico propio, especialmente software; de empresas como Edicom, Laberit, S2 Grupo o Nunsys, que suman cinco mil empleos.

Así que la retrospectiva, hecha desde 2024, obliga a una última pregunta: si la C. Valenciana está lista para otro “momento IBM”, para el aterrizaje de otro “gigante azul”, un nuevo salto tecnológico, esta vez desde una base consolidada. La gigafactoría de Volkswagen demuestra que sí lo está. La Volkswagen de hoy es la Ford de 1974. La cuestión es si cabe un nuevo gigante tecnológico tractor. Y la microelectrónica acapara toda la atención. 

Tras la última crisis de semiconductores, todos los países están apostando fuerte. Es un sector crítico y la producción mundial está concentrada en manos de unos pocos. La taiwanesa TSMC, por ejemplo, ya supera el 50% del mercado global. Europa no quiere quedarse atrás ante Estados Unidos, China, Taiwan o Malasia. Tampoco España. 

El PERTE Chip impulsado por el Gobierno con fondos del Plan de Recuperación ha puesto sobre la mesa 12.250 millones para reforzar las capacidades de diseño y producción de la industria de la microelectrónica y los semiconductores en España. De ellos, 9.350 millones se destinan a financiar la construcción de plantas de fabricación para crear una industria nacional. La americana Broadcom ya ha manifestado su intención de invertir 900 millones en una fábrica de semiconductores en España.

La C. Valenciana exhibe sus fortalezas para captar inversiones. Con la UPV convertida en una institución puntera, con institutos tecnológicos y grupos investigadores de referencia, incluso internacional, en el ámbito de la fotónica, las telecomunicaciones o los materiales avanzados. Además, existe un tejido empresarial orientado al diseño de chips. La C. Valenciana es referente en España en este sector crítico, y cuenta con empresas como MaxLinear, Analog Devices, Bosch, ams Osram, VLC Photonics/Hitachi, Das Photonics, IPronics y Gobernanza Industrial, que se han unido en la asociación Valencia Silicon Cluster.

La cuestión es si es realista apostar por una megafábrica o interesa crecer por otras vías. “Nuestro esfuerzo debe ir más orientado a la inversión en investigación y desarrollo de semiconductores para los sectores industriales de referencia en España y al fomento del talento, que a la propia fabricación de chips en territorio nacional”, apunta Mónica Bragado.

“Tenemos la oportunidad de crear alianzas entre las empresas de electrónica que hoy día están radicadas en la Comunitat Valenciana y de reforzarnos. En este ecosistema, la UPV tiene un papel fundamental para formar y crear ese talento tecnológico que demandamos, con foco en las áreas de microelectrónica y nanofotónica. La fabricación de semiconductores es un proceso complejo y costoso que requiere una gran inversión en tecnología de miles de millones de euros y mucha mano de obra”, concluye.