«Queremos ser un espacio lo más parecido a un hogar y lo más acogedor posible». Así define Luca Mantovani, coordinación de La Casa Andorinas, el trabajo que realizan en este centro de acogida de menores de El Puig de reducidas dimensiones. Sólo recibe a seis menores a la vez, con el objetivo de dar un «trato cercano» a los jóvenes sin hogar.

El proyecto —cuenta con la colaboración de Fundación «La Caixa»— acoge a menores cuya tutela ha asumido la Conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas por medio de los departamentos de Servicios Sociales. 

Se trata de menores que se quedan sin hogar por razones muy diversas (situación de desamparo, maltrato o exclusión social). «No son menores que han delinquido —, remarca Mantovani—, sino que pierden su hogar por situaciones sociales muy complejas. Puede que las familias no puedan hacerse cargo de ellos o que no lo hagan de manera adecuada».

Por eso, tanto los motivos por los que llegan al centro o sus perfiles son muy diversos, por lo que el trabajo que realizan es muy personalizado. «Algunos de ellos mantienen el contacto con sus familia o hay quienes pasan el fin de semana en su hogar de origen», explica.

Con el objetivo de incentivar la inclusión de sus habitantes, desde Casa Andorinas, colaboran con diferentes asociaciones y colectivos del municipio de El Puig para que participen en las actividades que les interesen. «Somos partidarios de que, como en una familia normal, los menores hagan actividades fuera de casa, que jueguen en equipos de fútbol o que vayan al centro juvenil», aunque eso no impide que también organicen actividades propias, como excursiones los fines de semana o, incluso, acampadas en verano. Además, hay menores que realizan las actividades externas al centro en sus pueblos de origen para que «puedan mantener su red de contactos y amistades».

Los seis jóvenes de Casa Andorinas construyen su hogar de la mano de 12 profesionales con diferentes perfiles: educadores, trabajadores sociales, psicóloga, personal de cocina y mantenimiento... Entre todos, cubren las 24 horas de los 365 días del año. «No cerramos nunca», apunta el coordinador.

La duración de la estancia de los menores es, también, muy variable; hay quiénes sólo conviven allí ochos meses y otros que pueden estar un total de cuatro o cinco años, hasta que cumplen la mayoría de edad, «como estipula la ley». Sin embargo, Mantovani considera —en línea con el resto del sector— que este es uno de los «principales problemas» del sistema actual.

«En muchos casos, el trabajo que realizamos se ve cortado por esta circunstancia», explica. A partir de entonces, las ya personas adultas se ven «obligadas a buscarse la vida o volver con sus familias» porque el número de plazas en los pisos de emancipación —el paso transitorio hacia su nueva vida— son «muy limitadas». «Hay que dar visibilidad a esta problemática», concluye.