No terminan de remansarse las aguas tras las declaraciones del ministro de Consumo, Alberto Garzón, sobre la actividad ganadera. El uso de las irreflexivas palabras del ministro como munición política de grueso calibre ha alcanzado extremos de una desvergüenza inaudita en los que no han faltado momentos tan hilarantes como el propiciado por el eslogan del PP «Más ganadería, menos comunismo». Sí, efectivamente, parece un mal chiste de alguna película casposa del tardofranquismo, pero no, no se hagan ilusiones, se trata tan sólo de Casado y sus huestes exhibiendo sin complejos su manera de hacer oposición y, de paso, su estatura moral.

De otra parte, se ha aprovechado la polémica para poner en cuestión toda la ganadería o, cuando menos, la intensiva. El ruido ensordecedor generado banaliza una cuestión compleja que debe abordarse con memos prejuicios y con más ponderación, perspectiva, conocimiento del medio y respeto para los sacrificados profesionales que con su trabajo diario hacen posible el acceso de la población a los alimentos cárnicos.

El término macrogranja, el que más se ha invocado, precisamente, estos días, carece por completo de rigor. ¿Qué es exactamente una macrogranja? En ninguna norma, ni europea, ni española, ni de ningún otro lugar, se recoge tal concepto. Sin embargo, la legislación actual, tanto europea como española, sí regula de forma sistemática y pormenorizada los requisitos necesarios para poner en marcha una explotación ganadera en todos los aspectos relativos al impacto ambiental y la gestión de los subproductos que genera, así como aquellos otros que tienen que ver con el manejo y bienestar de los animales que allí se alojan. Desde 2020 existe en España una limitación específica sobre el número de cabezas de ganado que puede albergar una granja y no se permite, en ningún caso, que puedan superarse esos límites.

Las leyes comunitarias sobre las condiciones de vida y el bienestar de los animales que nos sirven de sustento, además de su carácter pionero, son de una claridad diáfana y la necesidad forzosa de adaptarse a las mismas ha supuesto inversiones millonarias para los profesionales de la ganadería. En otras palabras, que la legislación vigente en el contexto comunitario sobre estas materias es la más rigurosa y exigente del planeta.

Por tanto, a la hora de abordar este asunto lo que parecería más razonable es situar el foco en el extraordinario trabajo que está llevando a cabo el sector en aras de garantizar la sostenibilidad ambiental de sus explotaciones, el bienestar de sus animales y la incuestionable calidad de los productos que de ellos se obtienen. Desde luego que todo es mejorable, y en esa mejora están inmersos los ganaderos, y también es cierto que la actividad que practican tiene un impacto, al igual que lo tienen el tráfico marítimo, el turismo, el aire acondicionado, la calefacción, los coches, la industria metalúrgica, los dispositivos tecnológicos que usamos a diario y hasta el mero hecho de existir.

En este sentido, quiero destacar que la Generalitat viene suscribiendo, desde el año 2021, un convenio con la Universitat Politècnica de València para disminuir ese impacto y que fruto de esa colaboración se ha redactado la «Estrategia para la reducción del impacto ambiental de la ganadería en la Comunitat Valenciana».

Intensiva versus extensiva

La otra derivada tiene que ver con dos modelos de ganadería: el extensivo y el intensivo. Nos estamos refiriendo sobre todo a modelos de ganadería ligados a la tierra o no. La Comunitat Valenciana presenta un marco orográfico y climático que condiciona la estructura de su producción ganadera. La distribución profusa de montañas y pendientes elevadas, unido a unas condiciones generales de cierta aridez, ha limitado, desde siempre, la existencia de una ganadería extensiva, salvo en comarcas muy concretas. Tal circunstancia no implica en modo alguno que los productos obtenidos no cumplan a rajatabla con todos los elevados estándares de calidad, seguridad alimentaria y ambiental, trazabilidad o bienestar animal que recoge la ley. El nivel de exigencia en todos los parámetros enunciados en el ámbito de la modalidad intensiva es elevadísimo y el esfuerzo que realizan los ganaderos para cumplirlo, enorme.

Además, la ganadería intensiva ha hecho posible el acceso generalizado, y a precios asumibles, a la proteína animal. La convivencia de ambos modelos, el extensivo y el intensivo, es lo que permite dar respuesta a las crecientes necesidades alimentarias de una población planetaria cada vez más numerosa y, sobre todo, diversa. Ambos modelos son necesarios y no sólo pueden convivir, sino que lo hacen.

Por todo ello, quizá no se trate tanto de una cuestión de tamaño, sino de sostenibilidad. ¿Cuál es el tamaño adecuado?: aquel que garantice la sostenibilidad del proceso en términos ambientales, sociales, de bienestar animal, de calidad y seguridad alimentaria; con el añadido fundamental de que los mecanismos mediante los cuales se articulan tales garantías están regulados y sometidos al control estricto de las Administraciones.

La realidad valenciana

Tampoco podemos perder de vista en absoluto el papel no ya relevante, sino imprescindible que desempeña la ganadería para el mantenimiento y vertebración, tanto económica como sociolaboral, de las zonas de interior. El caso de la Comunitat Valenciana constituye un ejemplo palmario e ilustrativo. En estas tierras se contabilizan 880 explotaciones de porcino, 530 de avícola,1.372 de ovino-caprino, 584 de bovino, 152 de cunícola y 40 de equino que proporcionan un valor económico cercano a los 700 millones de euros y que suponen un baluarte de primera magnitud en la lucha contra el despoblamiento del mundo rural. Se trata en su inmensa mayoría de explotaciones de tamaño medio y de carácter eminentemente familiar que funcionan de acuerdo con los parámetros del régimen intensivo.

Quiero detenerme en este último punto: la ganadería valenciana tiene un modelo, predominantemente, intensivo, no ligado a la tierra (no disponemos de pastos suficientes ni potentes) pero familiar y de tamaño medio. En consecuencia, no existe ningún nexo indisoluble que asocie necesariamente grandes dimensiones con modelo intensivo. Pero, además, hemos de considerar de manera ineludible la cuestión de la rentabilidad y la sostenibilidad económicas. Sea cual sea el modelo de ganadería que se practique, éste ha de ser capaz de proporcionar un medio de vida digno y adecuado al ganadero y ello explica también porqué se ha ido «intensificando» la ganadería valenciana ante la incapacidad del modelo tradicional de proporcionar sustento a la familia ganadera.

Consciente de esa realidad y de la enorme potencia estratégica que entraña para el mundo rural, el Consell respalda sin fisuras y con pleno convencimiento al sector ganadero valenciano, al que ha destinado, desde 2015, más de 25 millones de euros para ayudarle a mejorar su competitividad. En la Generalitat lo tenemos claro y los ganaderos valencianos saben que estamos a su lado y que, desde luego, no vamos a dejarnos confundir por polémicas, tan estériles como espurias, que utilizan la ganadería como mera carne de cañón para alimentar otros intereses y objetivos menos confesables.