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OPINIÓN

Se impone la cordura

Apicultores en la Ribera. | V. M. Pastor

Han vuelto a correr ríos de tinta sobre el llamado ‘Acuerdo de la pinyolà’. Pero, tras tanto debate y cruce de acusaciones, al final se ha impuesto la cordura. La Conselleria de Agricultura, apurando hasta el límite, ha repetido fórmula y el DOGV recoge lo que, por responsabilidad, debía contemplar: que las colmenas en época de floración no pueden ubicarse a menos de 4 km de cualquier plantación citrícola. Se equivocan, con todo, aquellos que pregonan que esta regulación nos satisface. Para empezar, el CGC siempre ha exigido que, atendiendo a los estudios existentes sobre el vuelo de las abejas, para evitar la polinización cruzada esta distancia debe de ser de 5 km, como en su momento fue, y no de 4. Más aún, este año como los anteriores, el período de alejamiento decretado llega tarde, con muchos árboles con floración ya avanzada. Se han producido –ahora y en el pasado- incidentes por asentamientos que no se han podido resolver por carecer de norma que amparase tal prohibición. Porque la víctima, insistimos, no son los productores de miel. Los auténticos damnificados por la actividad de las abejas llegadas en masa desde tanta colmena son los citricultores que sufren, sufrirían más aún, los efectos de la ‘pinyolà’. Que no confundan con tanto mantra y equívoco: el papel crucial para la biodiversidad que se atribuye a los apicultores no es tal. Una cosa son las abejas silvestres, que sí están amenazadas y otra son las melíferas, que suelen actuar desplazando a las primeras cuando los apicultores las hacen desembarcar. En cuanto a los híbridos de mandarinas que nadie olvide tres hechos irrefutables: 1.- Han servido para prolongar la campaña de clementinas, que acababa a inicios de enero y gracias a ellas ahora lo hace en abril e incluso mayo; 2.- Algunas son las más rentables del mercado y 3.- Por muy viable que sea su polen, sólo producen polinización cruzada y por tanto generan semillas en plantaciones vecinas (o en sus propios frutos) si concurre un agente externo, que además se alimenta en propiedad ajena, la abeja melífera (y no tanto por el traslado del polen por el viento o por otros insectos también polinizadores que escapan a cualquier control).

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