Cuando una falla que se plantará en 2022 se llama «Mare, no vullc ser Patrimoni» (Séneca-Yecla) es porque hay una tendencia de Unesco-escepticismo en la fiesta. Y así es como han llegado las Fallas al momento en el que se cumple el primer lustro desde que consiguió la escarapela de calidad del calificado ayer como «estamento cultural más importante del mundo». Pero que, aparte del deje convertido en hashtag «Som Patrimoni», tiene todo el recorrido del mundo por cumplir. Poco se ha hecho aún, mucho queda por hacer y la pandemia poco ha ayudado para poner en marcha iniciativa alguna mientras el orgullo por ser patrimonial se va diluyendo en el aún complicado día a día.

Ayer, la Junta Central Fallera inició su serie de actos conmemorativos con un perfil muy modesto. Ya son tres años en los que ni siquiera se planta una falla (el objeto básico de la fiesta) y ni siquiera vale lo de evitar aglomeraciones porque, en tal caso, no se habría celebrado un castillo. Al que acudió bastante gente, pero con el que quedó demostrado que la descentralización pirotécnica está bien, pero debe hacerse en un contexto verdaderamente festivo, sean Fallas o 9 d’Octubre, no en un sábado más y sin un programa potentón. En la plaza de la Virgen se plantó un «photocall» floral, llamativo, pero sin más explicación.

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Falleras mayores y cortes recuperan el moño único... y unos segundos de sonrisa Fotos: Moisés Domínguez / Armando Romero

De hecho, la celebración se ha basado en llevar a las falleras mayores y cortes de honor a diferentes espacios de la fiesta, y a organizar charlas, que no cuestan dinero y donde los invitados le ponen buena voluntad para analizar aspectos de la fiesta ante públicos reducidísimos. Con lo que la festividad conmemorativa queda casi en familia, sin un poder de atracción al gran público. Por cierto, que en la primera de las celebradas en la jornada de sábado, uno de los miembros de la comisión redactora, Jorge Guarro, recordaba que «cuando empezamos a comentar el tema en el mundo de las fallas había dos preguntas: que más se suscitaban: «¿Patrimonio de la Humanidad? Y eso, ¿qué es?» y «¿Cuánto dinero le caerá a cada comisión por ser Patrimonio?». Curiosamente, pensionar las comisiones durante dos años con una ayuda económica suplementaria no es el objeto de ser Patrimonio de la Humanidad, pero la pandemia ha llevado a una medida extraordinaria que contestaba, paradoja de las paradojas, esa duda.

Sirva el ejemplo de la anterior manifestación declarada Patrimonio de la Humanidad: las fiestas de la Verge de la Salut de Algemesí están celebrando, en su caso, el décimo aniversario. Y el programa conmemorativo incluye una repetición de la práctica totalidad de sus grandes elementos. Que además les servirá para volver a salir a la calle por primera vez desde 2019. El pasado mes de septiembre no se atrevieron aun a hacerlo. Pero las Fallas optan por pasar casi de puntillas mientras el efecto gaseosa de ser miembro de la familia de la Unesco se diluye en un apellido rimbombante.