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Opinión

Mientras destrozan Godella

"¿Cómo es posible que nadie del gobierno local haya creído conveniente proteger el paraje de La Muntanyeta-Torre del Pirata?"

Mientras destrozan Godella

En muchos sentidos tuve una infancia privilegiada. Fui a un colegio de Campo Olivar, en Godella, donde mi madre era profesora. Entre otras cosas, esa institución me dio la posibilidad de visitar, casi semanalmente, un terreno muy próximo a la escuela que los chiquillos llamábamos "Las Cuevas". Lo hacíamos por las tres cavidades de cierto tamaño que había bajo esas colinas calizas. Sin embargo, fuera del círculo de nuestros juegos, el paraje se conocía y se conoce todavía como "La Muntanyeta - Torre del Pirata", debido a las ruinas de un torreón que hay en la cima.

La extensión del paraje se puede apreciar en Google Maps. Comienza junto a la residencia de ancianos "La Saleta" y la urbanización anexa, y se prolonga hacia el norte desde el "Carrer Montgò", avanzando entre el "Camino Partida Ermita Nova" y el "Camino de Camarena", detrás de la urbanización "Cruz de Gracia". Lo que el lector no apreciará desde la aplicación informática es la fauna, la flora y la orografía única del entorno. Como su nombre indica, se compone de una pequeña montaña desde la que puede verse el mar. En sus suaves laderas crecen almendros, pinos, algarrobos, flores y hierbas aromáticas. Y hay conejos, una infinidad. Muchos paseantes frecuentan la zona (también durante la cuarentena), adultos solos o con niños, en bicicletas de montaña, corriendo con y sin perros, sobre todo al amanecer y a la caída de la tarde. Hay rincones entre las arboledas donde los chiquillos han hecho con ramas sus vivacs. Y sé a ciencia cierta que, hasta que se declaró la pandemia, los colegios de la zona seguían llevando a sus alumnos de vez en cuando a pasar allí las últimas horas de la jornada. El paraje es público, está abierto al disfrute de todos, vecinos o no, alumnos o no, habitantes o no de la zona.

Recuerdo que, siendo yo un niño, hace casi treinta años, "La Muntanyeta - Torre del Pirata"se quemó. La visión de los pinos chamuscados fue dantesca. Desde las aulas del colegio escribimos cartas a la alcaldía de Godella, pidiéndoles plantones con los que replantar la arboleda. Se atendió la demanda de forma gratuita, con amabilidad y responsabilidad. Recuerdo los dos días en los que todos los alumnos, cada uno con su arbolito en una bolsa y su pedazo de tierra, fuimos caminando desde el colegio a "La Muntanyeta" y elegimos un lugar. Tengo la imagen grabada en mi memoria de un horizonte repleto de chiquillos plantando árboles. Supongo que algo así sería el paraíso, si existiera. Una tarde a la semana volvíamos a la zona para regarlos. Buena parte de los árboles sobrevivieron y el frondoso paisaje de hoy es testigo de ello.

Pero todos ellos son recuerdos que no interesan a nadie más que a mí. Lo mismo sucede con el hecho de que, en cuanto la cuarentena se hizo algo más flexible, yo volviese a pasear por esas colinas, esta vez con mis hijas, de cuatro y dos años de edad, fantaseando con la idea de que ellas pudiesen disfrutar de ese idílico paisaje durante otros treinta años. Pero insisto: mías fueron mis dichas, y mías son hoy mis penas. Lo que debería importarle a la sociedad valenciana es que el día 2 de junio de 2020, de buena mañana, las excavadoras comenzaron a destruir la flora y la fauna de "La Muntanyeta - Torre del Pirata" para construir setecientas viviendas. Al parecer hay toda una historia de desacuerdos, inacción política e incompetencia. Enterado de la noticia por las redes sociales, al día siguiente acudí a la zona, a la misma hora, para comprobar que las máquinas habían entrado a saco hasta el fondo del paraje. La destrucción que vendrá ya se adivina. "Efectivamente," me dije, "aquí caben las setecientas tumbas o cajitas de cerillas que quieren construir."

Pero la cuestión que interesa es la de cómo es posible que nadie en el gobierno de Godella, en manos de Compromís y del PSOE, haya creído conveniente proteger el paraje de "La Muntanyeta - Torre del Pirata"; más aún, que nadie en el pleno del ayuntamiento haya pensado que este lugar tiene un valor insustituible para Godella, un valor infinitamente mayor del que podrán tener setecientas viviendas, todas iguales, idénticas a las de todas las urbanizaciones que existen sobre la faz de la Tierra. Si esos dos partidos no son receptivos a ese argumento, ¿cuáles lo serán? ¿Existe alguno? ¿No? ¿Para qué sirven, entonces? ¿Qué aportarán a Godella esas setecientas viviendas, tan parecidas unas a otras como las sucias monedas que se embolsará el promotor o las arcas del ayuntamiento? ¿A esto aspira a convertirse Godella? Más aún, ¿es este el modelo social que la Comunitat Valenciana necesita para reconstruirse a sí misma después de la pandemia? Aún hay tiempo. Paralicen este destrozo.

*Profesor de la Facultat de Magisteri de la Universitat de València

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