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Las nuevas adhesiones a la UE, una cuestión a la espera

La falta de avances democráticos en varios territorios balcánicos, sumada al cansancio dentro del ente europeo, dificultan aún la entrada de hasta seis países prometida por Bruselas en 2003

La Presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen

Obstáculos en el camino. Más de siete años han pasado desde que Croacia se convirtió en la última adhesión a la UE, un ente que llegó a incluir hasta a diez países de una sola vez. Hoy, sin embargo, las candidaturas a entrar, prácticamente todas en los Balcanes, se mantienen en un segundo plano a la espera no solo de las mejoras de los distintos países en materia democrática, sino también de que la Unión resuelva sus tareas internas pendientes.

«La Unión Europea vuelve a reafirmar su apoyo inequívoco a la perspectiva europea de los Balcanes Occidentales». Leyendo las directas palabras de la escueta Declaración de Zagreb casi un año después de promulgarse, la lógica podría llevar a pensar en ellas como una especie de recordatorio de cambio, un mensaje a los países de la región de que su integración en el bloque comunitario sigue estando en los planes de cara al futuro. No sería un error. Tampoco, sin embargo, una perspectiva con mirada inmediata. Porque la entrada de hasta seis territorios -Serbia, Montenegro, Albania, Macedonia del Norte (candidatos oficiales), a los que se suman Bosnia y Herzegovina y Kosovo (candidatos potenciales)- al club europeo parece hoy una cuestión de recorrido complejo anclada en una recámara con impulsos del pasado.

Como explica Pol Bargués, investigador principal del Barcelona Centre for International Affairs (Cidob), la visión de dar entrada a los Balcanes a la UE «se plantea en una cumbre en Salónica [Grecia] en 2003 -tan solo dos años después del fin de las sangrientas guerras en la antigua Yugoslavia (1991-2001)- donde se promete que todos van a ser miembros de la Unión Europea tarde o temprano». «En ese momento se predecía que serían en una o dos décadas máximo», añade el experto. No obstante, casi veinte años después, aquella predicción no se ha convertido en una realidad.

En la zona occidental de la península, solo Eslovenia (2004) y Croacia (2013) -en la oriental Rumanía y Bulgaria lo conseguirían en 2007 y en el sur, Grecia, lo había hecho ya mucho antes, en 1981- han logrado entrar en un organismo que parece haber dejado la compleción de esta integración en un segundo plano, en una especie de ralentí provocado, como señala la investigadora principal del Real Instituto Elcano, Mira Milosevich, por dos razones principales. «Una es el cansancio de la propia Unión Europea», destaca la experta, que aprecia que el discurso de la unión de los Balcanes defendido desde 2003 se ve cada vez más «como una zanahoria», como parte del juego del palo y la zanahoria «para tratar de inspirar» a estos países a que lleven a cabo las reformas internas necesarias -fijadas en una serie de 35 capítulos divididos en materia económica, política o social- para cumplir los requisitos exigido por la Unión Europea.

La responsabilidad de la región

En este sentido, para Milosevich, actualmente la no entrada y los obstáculos que existen aún en estos proceso de adhesión «son en mayor parte responsabilidad de los mismos países de la región», los cuales comparten problemas comunes -en un contexto de por sí marcado, además, por una mayor presencia de otras grandes potencias como China o la siempre influyente Rusia- como la corrupción, la falta de transparencia, una justicia no completamente independiente o una libertad de expresión con mermas. Es lo que hoy todavía sucede por ejemplo en Montenegro, donde en las últimas semanas el fiscal especial del país, Milivoje Katnic, ha sido acusado de bloquear varias investigaciones judiciales que involucraban al presidente Milo Djukanovic; o en Macedonia del Norte, donde el ex fiscal anticorrupción Katica Janeva fue sentenciado en junio a siete años de prisión por uso indebido de su cargo.

En Kosovo, las dos últimas elecciones han penalizado a los viejos partidos que habían ostentado el poder desde la independencia unilateral de Serbia en 2008 -en favor de la formación nacionalista Vetevendosje (Autodeterminación) del reelegido primer ministro Albin Kurti- en busca de una nueva generación política que luche contra la corrupción instalada en el seno del país. Y no es el único elemento a superar. Por delante, el Gobierno de Pristina debe no solo seguir afrontando una serie de reformas institucionales prioritarias dentro de la misión civil de la UE en el país para el imperio de la ley (Eulex por sus siglas en inglés), sino también normalizar las relaciones con Serbia -que junto a otros países europeos como España no reconoce la independencia kosovar- un requisito necesario para que tanto éste como Belgrado puedan incorporarse al ente comunitario. Pese a ello, como sintetiza Bargués, el diálogo entre ambos territorios «se encuentra bastante parado». «No van a entrar a la UE sin reconocerse mutuamente. Y eso será a largo plazo», añade Milosevich.

Porque pese a que aquella mano tendida a los Balcanes Occidentales desde Salónica se ha mantenido, la UE se encuentra en un contexto muy diferente al que se vivía hace menos dos décadas, cuando experimentaba uno de sus momentos álgidos. Casi recién consolidada la unión monetaria, Bruselas decidió realizar en 2004 la mayor ampliación simultánea de la historia con la entrada de diez países. Fue en esos momentos cuando se hizo la promesa a los estados de la región, aunque esta «ha ido perdiendo peso», remarca Pol Bargués, quien apunta a que las diversas crisis que ha vivido la Unión Europea -la económica de 2008 y la de los refugiados en 2015- han hecho que el ente pierda «un cierto esplendor» y entonces «ha sido cuando han crecido voces críticas con lo que es esta integración de los Balcanes».

Entre las más visibles ha estado la de Francia, donde el presidente Emmanuel Macron lideró la oposición en 2019 a que se iniciaran las conversaciones de entrada con Albania y Macedonia del Norte -una luz verde que no recibieron hasta marzo de 2020- enfatizando ya en aquel momento que se necesitaba «una UE reformada y un proceso de ampliación reformado, una credibilidad real y una visión estratégica de quiénes somos y nuestro papel», es decir, primero consolidar la posición interna y, con ello conseguido, ya llevar a cabo nuevas incorporaciones. «Ha crecido esa idea de que expandirse infinitamente quizás no es el camino, que solo nos expandiremos si hay unos estados realmente consolidados con los que sabemos que no vamos a tener ningún problema», remarca el investigador del Cidob. Una perspectiva a la que también apunta Milosevich: «[El de los Balcanes] es un espacio que simplemente la UE no está en condiciones de afrontar, que tiene tantos problemas internos que no es capaz de simplemente aceptarlos».

Ante esta realidad, la experta del Real Instituto Elcano remarca que los contextos de la región -historia reciente, condiciones sociopolíticas y económicas, etcétera- no son los mismos que los de las democracias del Viejo Continente. Por ello, lo que debe hacer la UE es «perfeccionar criterios» para que estas democracias «sean sustanciales, no formales», es decir, que no solo cumplan parcialmente sobre el papel con elementos como la libertad de expresión o el pluripartidismo, sino que también se busque una mayor igualdad interna real no solo en el ámbito político, sino también social o económico.

La entrada de los países de los Balcanes a la Unión Europea

La pandemia, nueva tesitura

Sin embargo, no solo los candidatos balcánicos afrontan estos problemas. Los últimos meses han servido para ver parte de las ‘costuras’ también dentro de los Veintisiete -con casos como los de Polonia o Hungría y sus continuas vulneraciones del Estado de derecho-, diferencias que con la pandemia se han visto en ocasiones acrecentadas. Pese a lograr un hito histórico como el del fondo de recuperación, circunstancias como el reparto de las vacunas en un momento de demostrada escasez ha provocado no solo que algunos países -como la propia Hungría- hayan adquirido por su cuenta dosis de fármacos como el ruso Sputnik V -una acción permitida, aunque bajo riesgo del propio país al no estar aprobada por la Agencia Europea de Medicamentos (EMA)- o que hayan negociado con Moscú

-como hace varios jornadas sucedió con Alemania- por ese mismo fármaco, sino también el envío de una carta por parte del grupo de Visegrado -Eslovaquia, Hungría, Polonia y la República Checa- junto a otros miembros reclamando a Bruselas un reparto más justo.

«Con el proceso de vacunación se ha acrecentado esa idea de que cuantos más seamos más problemas tendremos y más difícil será coordinarnos», destaca ante esta realidad Bargués, quien pese a ello enfatiza que, dada su posición geográfica «cuando hablas con diplomáticos europeos o incluso con los estados miembros, nadie discute que algún día [la entrada de los Balcanes] va a llegar». De momento, dada la situación, tocará esperar.

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